miércoles, 30 de marzo de 2016


LAS ORDENES DE SION Y DEL TEMPLE


Non nobis Domine, Non nobis, Sed Nomine Tuo Da Glroriam

MONOGRAFIA PRESENTADA EN LA ASOCIACION CULTURAL LUCIO ANNEO SÉNECA Nº 179, EN FUENGIROLA (MÁLAGA)
DIA 25 DE OCTUBRE 2014

INTRODUCCION

Este conciso trabajo trata sobre la historia de ciertas Órdenes o corrientes iniciáticas antiguas y modernas a lo largo de los siglos pasados hasta nuestros días. Estas sociedades se caracterizaron, en su tiempo, por su relevante importancia en la tradición esotérica y el impacto que tuvieron en la sociedad medieval.

Una historia de estas corrientes iniciáticas sería una empresa grandiosa, que necesitaría un conocimiento universal y muchos años dedicado a la investigación. Con esta modesta aportación no pretendo manifestar poseer unas cualidades de erudición que se precisarían para elaborar una obra magna enciclopédica que permitiera desvelar las lagunas y los entresijos de las órdenes antiguas estudiadas. La única intención de este trabajo ha sido poder divulgar y  aclarar un poco determinados puntos oscuros y otros contradictorios de su historia, y colocar puentes, donde ha sido posible, sobre algunos, de los muchos, vacíos existentes.

Gracias al progreso y a los métodos de investigación existente hoy día, tenemos un campo de información e indagación nutrido por historiadores de prestigio y demás investigadores que han aportado mucha luz sobre las corrientes iniciáticas estudiadas, enderezando entuertos que venían contaminando la memoria colectiva.

Es obvio que, la transmisión de la tradición iniciática es inherente de la historia de la humanidad y de que manera los grandes mitos históricos, sin duda alguna, influyen en la evolución de la sociedad. Por eso es indispensable conocer el pasado para poder preparar el porvenir.

 LA ORDEN DEL PRIORATO DE SIÓN.

Antes de adentrarnos entre los entresijos históricos de la Orden Templaria, por rigor de investigación y por haber estado los miembros del Priorato de Sión y la Orden del Temple unidos bajo un mismo Gran Maestre, tenemos que esbozar, al menos, el papel que jugó las fábulas del Santo Grial y la sociedad secreta del Priorato de Sión con respecto al Temple.

Según cuenta el mito, el Grial tiene distintas acepciones y formas: Sangre Real, Santo Grial, copa, vaso, etc. cuyo simbolismo, muy variado, podríamos decir   que sería la copa de la vida eterna.

La tradición del Grial viene de Egipto y se sintetiza en la tradición celta donde se le denomina “el caldero mágico”. Según las leyendas celtas existía un mundo metafísico donde iban los héroes muertos. Y en la Edad Media florece la antigua tradición del Grial considerándolo como un vehículo que transfiere una especie de fuerza sobrenatural iluminadora a los iniciados.

En definitiva, en cualquiera de las acepciones y formas, el Grial se refería en un poder puesto al servicio de los pueblos que, cuando se obtenía, se lograba la paz, la felicidad y la sabiduría. Y ese poder divino a gobernar únicamente lo tenía la davídica familia, de sacerdotes reyes  del Santo Grial de la Edad Media.

La mayoría de los autores aceptan que la leyenda o historia de la Sangre Real comienza al ser coronado David como rey de Israel y a partir de entonces todos los reyes y emperadores cristianos de Sangre Real ostentaron ese derecho divino a gobernar como representantes de Jesucristo como único Rey inmortal. Así que, desde Jesús en adelante Él será el único Rey hasta el fin de los tiempos, y después los demás serán meros delegados mortales.

Los descendientes de los dávico-carolingios, a la sazón templarios, tuvieron un destacado papel en la primera cruzada y fueron, en su mayoría,  los que fundaron  la sociedad secreta del Priorato de Sión y posteriormente la Orden del Temple.

Respecto a la primera nos preguntamos ¿existió el Priorato d Sión? Y de ser así, ¿qué papel jugó esta misteriosa sociedad secreta? Según “documentos  Priueré” e historiadores como, J. J. Collins, nos dicen que el origen de ésta sociedad fue debido a la disolución y unificación en una sola de las siguientes tres Órdenes: los últimos esenios judíos; los Sabios de la Luz, discípulos de Ormus y los monjes de la Abadía de Nuestra Señora del Monte Sión, fundada en Jerusalén en el año 1099. Y así lo confirman los miembros del actual Priorato.

Según documentos antiguos del siglo XII, la mayoría de los fundadores del Temple, que más tarde enumeramos al hablar de dicha Orden, constituyeron en 1090 el Priorato de Nuestra Señora de Sión, siendo en aquel entones Gran Maestre del Priorato  Hugues de Payen. Pero ¿cuál era la finalidad de la mentada sociedad secreta? Fundamentalmente el objetivo era proteger a los herederos de la nobleza de David tanto en los tronos de los reinos cristianos como paganos. Así que, durante una centuria, los miembros del Priorato de Sión y los caballeros del Temple estuvieron unidos, produciéndose su separación en la ciudad francesa de Gisors en el año 1188 mediante un pacto y una ceremonia ritualística simbolizado en la “tala de un olmo”, según consta en los “Dossiers Secrets”. Desde entonces los caballeros templarios dejaron de compartir el mismo Gran Maestre y de estar bajo la autoridad de la Orden de Sión emprendiendo solos una nueva andadura hasta su fatídico final en 1307.

En 1150 el rey de Francia, Luis VII, otorgó a la Orden del Priorato la autorización para establecerse en el continente europeo, instaurando su sede principal en Orleáns. Según documentos del Priorato, confirman que además tenían extensos fundos en Francia, España e Italia.
Cuando los musulmanes conquistaron Jerusalén, en 1187, el Priorato tuvo que trasladarse a su sede principal  en  la Abadía de Saint Samson en Orleáns.

A partir de ese momento, en 1188, la Orden de Sión efectuó una reestructuración interna, nombrando a Jean de Gisors como  su primer Gran Maestre y cambiando el nombre de la institución por el: la Priueré de Sión, y, según parece confirmar  el historiador Steve Mizrach,  también con el sobrenombre de  “Ormus”.

Precisamente analizando el seudónimo “Ormus” vemos que surge en otros contextos completamente distintos: en el pensamiento zoroástrico, en los documentos agnósticos y entre las ascendencias de la masonería. Según documentos masónicos, Ormus  fue el sabio y místico egipcio de Alejandría, que vivió en los primeros albores del cristianismo. Y según dice la tradición masónica Ormus fundo un grupo de adeptos iniciados que llevaban como símbolo distintivo una cruz roja.

La divisa de Ormus era una gran “M” que llevaba dentro de dicha letra un anagrama, abrazando las claves de las siguientes letras: la “O”, que podría significar Ours (oso), Orme (olmo), u Or (oro). Y la propia “M” no es únicamente una sola letra sino también el signo astrológico de Virgo, el cual lleva la insinuación de Notre Dame.

No obstante aunque sea creíble la utilización de dicho renombre, no se ha podido demostrar documentalmente que realmente lo utilizaran.

Atestiguan vario historiadores que, según documentos propios del Priorato de Sión, por el año 1619 dicha Orden se extinguió debido al haber perdido los favores que recibía del rey de Francia Luis XIII, despojándola éste de todos sus bienes  y otorgando sus propiedades a la Compañía de Jesús. Por lo tanto, el Priorato de Sión estuvo inactivo desde entonces hasta el  25 de junio del año 1956 en que formalizo la inscripción de sus estatutos internos oficialmente ante la subprefectura Saint-Julien-en Genevois, y el 20 de julio del mismo año se publicó en el Periódico Oficial de Francia.

Según los Dossiers Secrets dela Orden figura una relación, por orden cronológico, desde el primer Gran Maestre, en 1188, hasta el último habido en el año 1918 Veamos:
Jean de Gisors, Marie de Saint-Clair, Guillaume de Gisors, Edouard de Bar, Jeanne de Bar, Jean d Saint-Clair,Blanche d’Evreux, Nicolas Flamel, René de Anou, Iolande deBar,Sandro Filipepi, Leonardo da Vince, Connétable de Bourbon Ferdinand de Gonzague, Louis de Nevers, Robert Fludd, J. Valentin Andrea, Robert Boyle, Isaac Newton, Charles Radclyffe, Charles de Lorena, Maximilien de Lorena, Charles Nodier Victor Hugo, Claude Debusssy y Jean Cocteau.

De los Grandes Maestres enunciados tendrían  gran relevancia  en el temple y la masonería  William Saint- Clair y Charles Radclyffe, que luego veremos.

LA ORDEN DE LOS CABALLEROS  TEMPLARIOS.

Este sucinto relato basado en una realidad acaecida en la historia de la Edad Media, está extraído de la recopilación bibliográfica documentada efectuada por un selecto grupo de historiadores-investigadores, sobre la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici).

Se ha escrito mucho, se ha investigado no tanto y se seguirá relatando una historia  sobre el “enigma” de la Orden de los pobres conmilitones del Templo de Salomón, tanto por adherentes como por detractores. Me he dejado llevar por la idea de que lo esencial no es suministrar un saber de detalles, sino exponer a mis “freires” de hoy lo más plásticamente posible la concatenación histórica de lo sucedido.

Afortunadamente, gracias al trabajo de investigación basado en los especialistas y demás historiografía sobre la Orden del Templo de Jerusalén, se ha podido desmontar gran parte de falsedades orquestadas y premeditadas por unas determinadas instituciones públicas  interesadas en desprestigiar a los Templarios,  poniendo a la luz la verdad y devolviendo la laudable reputación que tuvieron, en su tiempo, estas milicias de Cristo.

Nos remitimos a la primera información histórica, considerada por los especialistas como la más probable, que nos da el cronista Franco Guillermo, arzobispo de Tiro sobre los Templarios relatada entre los años 1175 y 1185, basándose en fuentes ajenas, ya que  él no fue testigo de  los acontecimientos que describe. Su información, legendaria y heroica, se ubica cincuenta años después de la constitución de los Templarios, y en un período donde la culminación de las cruzadas y los ejércitos de la cristiandad habían conquistado Tierra Santa y fundado el reino de Jerusalén.

Según Guillermo de Tiro, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón se fundó en el año 1118. Relata éste cronista que su fundador fue el caballero francés  Hugues de Payen,  hijo del conde de Thibaut, conde de Champagne. Hugo fue una persona, desde joven, muy devota y entregada a los pobres y desheredados. Este personaje tenía un especial aprecio hacia los monjes cistercienses, a los cuales les entregó considerables donaciones. Por esta razón fue muy apreciado por san Bernardo, quien influyó de manera considerable para que Hugues ingresara en su monasterio cisterciense de Claraval. Los fundadores de la Orden de los Pobres Soldados de Cristo fueron los siguientes:
·         Hugo de Payens
·         Godofredo de Saint-Omer
·         Godofredo Bisol
·         Payén de Mont-Didier
·         Archembaud de Saint Aignant
·         Gondemar (de origen español)
·         Andrés de Montbard
·         Hugo de Champagne
·         Jacques de Rossal
Sigue relatando Guillermo de Tiro que, Hugues de Payen, noble de la Champagne, se presentó con sus ocho compañeros de la nobleza  en el palacio de Balduino I, rey de Jerusalén, cuyo hermano, Godofredo de Bouillon, había conquistado la Ciudad Santa, siendo recibidos, con significativa hospitalidad, por el rey y por el patriarca de Jerusalén, Garmond de Picquigny, el cual les dio como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro. Cediendo el rey una parte del recinto del antiguo Templo de Salomón para aposento de los caballeros templarios. Y siendo la misión encomendada a los mismos, en un principio, velar por la seguridad de los caminos, vigilando y dando protección a los peregrinos que acudían a visitar los santos lugares.

Pero, ¿cuál fue realmente el objetivo de los Templarios? Entre los investigadores e historiadores aún se debate por  desvelar el fin primordial de la Orden del Temple. Para  J. Guijarro, el gran propósito de la Orden era el de ser los guardianes del Grial. Otro, Mateo Bruguera opina que el Temple se constituyo para garantizar la vida y bienes de los peregrinos camino a Jerusalén, y además, ejercer una actividad de relaciones  diplomáticas entre musulmanes y cristianos.

No obstante, los historiadores aún debaten varias hipótesis y aún no se ha podido desvelar si el origen de los Templarios fue una inspiración preconcebida de la Iglesia, o surgió de una idea meramente particular de sus fundadores de constituir una fraternidad, con autoridad espiritual, amalgamada de conocimiento, fuerza militar y poder económico.

Durante los nueve años que los citados caballeros estuvieron haciendo las tareas de proteger a los peregrinos en los caminos, fueron pocas veces atacados en defensa de los peregrinos, porque su presencia de vigilancia armada era bastante disuasoria contra los ladrones y desalmados.

Posteriormente los Templarios, en cierta manera, emularon a los llamados “Ribats” del mundo islámico, tanto en el Al Andalus (España), como en el Magreb y en Oriente,  que eran  una especie de conventos amurallados habitados por monjes guerreros de élite del ejército musulmán. Así como los monjes cristianos moraban en sus cenobios dedicados a la oración y al trabajo, los Templarios recibían la sagrada iniciación guerrera para después enfrentarse al enemigo en una cruzada mística.

Nos cuenta Guillermo de Tiro que, durante los primeros nueve años los nueve caballeros no permitieron que nadie entrase en la Orden. Y durante ese período de tiempo la fama de los templarios se extendió por toda Europa, ensalzando su cristiana empresa las autoridades eclesiásticas y los monarcas. Publicando el abad de Claraval, San Bernardo, en el año 1128, un opúsculo alabando las virtudes de los caballeros templarios.

En enero de 1128, la mayoría de los caballeros regresaron a Europa con motivo del concilio eclesiástico de Francia, en Troyes, (corte del conde de la Champagne), donde fueron reconocidos y constituidos oficialmente como orden religiosa-militar. Recibiendo Hugues de Payen el título de Gran Maestre de la orden y considerando a los caballeros, desde ese momento, como monjes-guerreros (con los votos de pobreza, de castidad y de obediencia), en los que la austera disciplina del claustro, unido al misticismo del compromiso contraído hizo que formaran la Milicia de Cristo. Dándoles una nueva Regla de conducta, que sustituía a la de San Agustín, basada en la orden monástica del Cister, cuyo Abad era San Bernardo, y esto supuso para los templarios un tremendo cargo de conciencia al permitírseles, en adelante, guerrear y matar, no para obtener bienes o fama para sí mismos, sino como legítima defensa para la gloria de Dios.

Al año siguiente del concilio de Troyes, en el 1129, fue tal la repercusión de la fama y la confirmación de la orden templaria en sus objetivos que ésta se vio colapsada por el gran número de nuevos caballeros que ingresaron en ella.

Durante los primeros nueve años de su fundación, los caballeros no iban vestidos con uniforme, sino que usaron atuendos profanos, utilizando ropa que el pueblo llano les ofrecía como limosna.
La Regla de los templarios instauró una jerarquía y un aparato administrativo. Estaban obligados a luchar hasta la muerte, a menos que el enemigo los  triplicase en número. Y si eran hechos prisioneros no se les permitía pedir piedad ni ningún tipo de rescate.

El Abad, Bernardo de Claraval, definía en su De Laude de novae  militiae, las virtudes templarías, manifestando que eran guardianes de la defensa de la cristiandad y del espíritu que regiría la Orden:
  • La disciplina es constante y la obediencia es siempre respetada: se va y se viene a la señal de quien posee autoridad; se viste lo que el distribuye y no se va a buscar fuera alimentos ni vestiduras (...).
  • (...) llevan una vida en común sobria y alegre, sin hijos ni esposas (...)
  • (...) jamás se les encuentra ociosos ni curiosos
  • (...) Detestan los Dados y el Ajedrez
  • (...) No practican cacerías.
  • (...) llevan el pelo cortado al ras,  y la  barba hirsuta y descuidada (...), etc.
El papa Inocencio II, en 1139, promulgó una bula declarando que los templarios no acataban lealtad a ningún poder civil o eclesiástico salvo al propio papa, por lo tanto tendrían su propia autonomía.

Fue a partir del concilio de Troyes cuando se les asignó a los caballeros templarios un hábito blanco, por mandato del papa Honorio II y de Esteban, patriarca de Jerusalén. Al principio, el hábito fue usado por todos, es decir, por  los caballeros, sirvientes y escuderos. Sin embargo, en 1140, ante el problema que crearon los sirvientes (en su mayoría casados), que  usaban también el hábito blanco, confundiéndolos con los caballeros profesos, dio motivo a que se reuniera el Consejo Capitular de la Orden que enmendó tal situación, permitiendo llevar el hábito blanco y capa únicamente a los Caballeros profesos. Posteriormente la Orden también creó dos clases de caballeros: los caballeros seglares que se obligaban a no casarse y a mantener el voto de castidad, y los caballeros de la orden tercera que podían ser solteros o casados.

En 1146, a instancias de san Bernardo, el papa Eugenio III  concedió a los caballeros templarios la merced  de llevar sobre su hombro izquierdo y sobre su pecho la cruz pateé, para recordar que Cristo caminando hacia el calvario la llevó sobre su hombro izquierdo. Así mismo, la cruz que llevaban sobre el pecho hacía mención al Evangelio de san Lucas, cuando dice: Porque donde esté vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón (…)

En efecto, el centro vital de nuestro Ser es el corazón, y en él se encuentra nuestra identidad personal; en él  tanto se encuentra nuestro núcleo vital, como el origen donde brotan las energías físicas, afectivas, intelectuales y espirituales. Y la Orden del Temple cumplió el viejo principio que dice: “el obrar sigue al Ser”; porque según fue la identidad de su Ser, así fue su modo de actuar.

El papa Honorio II, concedió permiso a la Orden de los Caballeros Templarios para que se expandieran por toda Europa, siendo los freires de diferentes nacionalidades: españoles, franceses, portugueses, ingleses y alemanes, y usaban el latín como lengua común.

Los reinos españoles estuvieron marcados durante unos doscientos años por la presencia templaria, y especialmente, estuvo como primera fuerza en el territorio catalán-aragonés, interviniendo en la conquista de Mallorca, Valencia y Murcia, donde dejaron una huella histórica de singular importancia.

Los templarios se instalaron  en Portugal en tiempos de la condesa Teresa de León, de la que reciben el castillo de Soure  y la villa de Fonte Arcada en 1127, a cambio de su colaboración en la Reconquista. En 1145 reciben el Castelo de Longroiva por su ayuda a Alfonso Henriques en la toma de Santarém. En 1147 reciben el castillo de Cera, cerca de Tomar, que se convertiría en su sede regional. De este modo los templarios se asentaron muy bien en Portugal. El primer Gran Maestre de la Orden en Portugal fue Guillelme. En ese tiempo, el reino de Aragón, el condado de Barcelona y Portugal fueron los primeros en pedir la ayuda de las Milicias Templarías.

Los Templarios, en la Corona de Aragón, comienzan a establecerse en la zona oriental de la Península Ibérica en el año de 1130. En 1131 el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III el Grande, casado con doña María, hija del Cid, pide su entrada en la Orden, a la cual le viene concediendo bienes desde el año 1124, como el castillo de Grañena de Cervera, con su  señorío y vasallos. Y fue en 1143, cuando, con motivo del concilio celebrado en Gerona, quedó fundada formalmente la Orden del Templo en dicho condado. Don Ramón Berenguer IV formaliza un acuerdo con los templarios para que le ayudasen  en la Reconquista, y en la concordia de Gerona en 1143, por la que recibieron los castillos y villas de Barberá, Chalamera, Monzón, Remolins y el castillo de Corbin. En este pacto también se incluyó que cualquier paz o tregua tendría que ser consensuada también por los templarios, y no únicamente por el rey.

Por la intervención de los templarios  en las conquistas del sur, del Patrimonio del Casal de Aragón, en 1148, éstos recibieron tierras en Tortosa (de las que tras comprar las partes al príncipe de Aragón y conde de Barcelona y también, a los genoveses, quedaron como únicos dueños) y también en Lérida (donde se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que se prolongó hasta 1153, cayeron las últimas plazas enemigas de la región, recibiendo los templarios Miravet, que era un importante enclave en el río Ebro.

El rey Alfonso I  de Aragón, el Batallador, fue un monarca que supo estructurar su política desde una configuración imperialista, fundando congregaciones de corte templario en sus tierras, antes de la llegada de la Orden del Templo.
En el año 1131, el  rey Alfonso I de Aragón, deseando que su reino quedara con garantía de ser defendido, otorga un primer testamento dejando como herederos a las Ordenes del Santo Sepulcro del Señor en Jerusalén; al Hospital de los Pobres de Jerusalén, y al Templo del Señor con las milicias que velan para defender la cristiandad. Legando, también, su caballo y todas sus armas, para que los posean en tres justas partes. Además, en mérito a la valentía demostrada por las Milicias Templarias en la toma de la ciudad de Maquinenza, les concedió el honor de ser los responsables de la custodia del cáliz de ágata del Santo Grial de Nuestro Señor Jesucristo, antaño guardado en el Monasterio de las Peña y hoy custodiado en la catedral de Valencia.

Posteriormente en el año 1134, el  rey Alfonso I de Aragón, unos meses antes de morir como consecuencia de las heridas sufridas en la batalla de Fraga,  confiere un segundo testamento dejando todo su Reino e Imperio al Santo Sepulcro del Señor en Jerusalén, al Hospital de los Pobres en Jerusalén y a los Caballeros del Templo que defienden la cristiandad en Tierra Santa.

Como todos los  testamentos, cuando el relicto patrimonial es muy sustancial, como en este caso, en las herencias vienen las interpretaciones sesgadas según las partes interesadas. Es a partir del año 1134, cuando el rey confirma su testamento y muere, sin herederos descendientes, durante la citada batalla de Fraga y comienzan a  suscitarse las controversias. Y Alfonso VII de Castilla intenta manipular una serie de intrigas y pretextos para sucederle, objetivo que no logra. El pueblo aragonés ofrece la corona a Pedro Teresa, caballero de la Milicia de Monreal, quien declina tal responsabilidad. Posteriormente la corona de Aragón se la ofrece al hermano del rey fallecido, Ramiro II, monje benedictino y obispo de Barbastro y Roda, quien la acepta. Éste se casa, con dispensa papal, con Doña Inés de Poitiers, con la que tuvo una hija llamada Petronila, la cual se casa con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, nombrándolo  Ramiro II, príncipe de Aragón y abdicando en favor de su hija, a la que le encomienda la regencia de su reino. En resumen, los templarios, que nunca renunciaron al derecho en la herencia de Alfonso I, llegan a un acuerdo con la Corona de Aragón, en el cual renuncian al testamento a cambio de obtener una serie de privilegios, donaciones y rentas, con la condición de reservar sus derechos a la herencia, siempre y cuando el conde  Ramón Berenguer IV falleciera sin sucesión.

Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida del imperio transpirenaico aragonés, los Templarios se convirtieron en custodios del heredero a la corona, propiciando la subida al trono del rey Jaime I el Conquistador, educado por los templarios en el castillo de Monzón. Éste contaría con el apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde recibirían un tercio de la ciudad, así como otras concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un tercio de la ciudad). El mismo rey se nos presenta como el rey del Grial, por su nacimiento “milagroso”, por la tutela de los templarios, por la espada templaria que le dieron los Caballeros, así como por su participación en el “prodigio” griálico de los corporales de Daroca. 
Tiempo más tarde, en el año 1149, el rey de Navarra Garci VI, concedía en todo su reino exención de tributo y canon  a los templarios que quisieran residenciarse en él.

Los templarios se mantuvieron fieles al rey Pedro III de Aragón, permaneciendo a su lado durante la excomunión que sufrió a raíz de su lucha contra los angevinos de Francia en Italia.

Finalmente los Templarios se asentarán en Aragón gracias a la absorción de la Orden del Santo Redentor, de Teruel, en 1196, que a su vez, se había beneficiado de la disolución de la Orden de Monte Gaudio en 1188, fundada en Alfambra.

En Inglaterra, país muy unido a Francia, dado que en la época el Rey inglés era a la sazón (entre otros títulos) Duque de Normandía y señor de numerosos feudos franceses, la Orden estuvo presente muy rápido. Si bien su presencia no alcanzó la extensión que poseía en Francia, no es menos cierto que fue de vital importancia, no sólo territorialmente, sino políticamente. De hecho, el Ricardo I de Inglaterra, conocido como Ricardo Corazón de León , fue un benefactor de la Orden y un importante miembro de ella, tanto que su escolta personal la componían templarios y que a su muerte dicen, fue vestido con el hábito de los mismos. Asimismo tuvo gran simpatía por los templarios Guillermo El Mariscal, que fue considerado en su época el mejor caballero que había montado a caballo.
Los templarios no estuvieron oficialmente en Polonia hasta el siglo XIII, cuando el príncipe silesio Henryk Brodaty les cedió propiedades en las tierras de Oławy (Oleśnica Mała) y Lietzen (Leśnica). Más tarde Władysław Odoniec les donaría Myślibórz, Wielka Wieś, Chwarszczany y Wałcz. El príncipe polaco Przemysław II les entregaría Czaplinek. La Orden llegaría a tener en Polonia al menos, doce komandorie (comendadores), que según algunos historiadores pudieron ser hasta cincuenta. A pesar de su lejanía de Tierra Santa y del Mediterráneo, que era el centro de la Orden, llegaría a haber entre ciento cincuenta y doscientos caballeros en Polonia, de procedencia mayoritariamente germánica. A la disolución de la Orden, la inmensa mayoría de ellos se pasaron a la Orden de los Caballeros Hospitalarios y a la de los Caballeros Teutónicos (Deutschordensland o Ordenstaaat) que se formó en 1224 durante las Cruzadas bálticas, cuando los caballeros de la Orden Teutónica conquistaron a los paganos Prusianos.

La presencia en Hungría, así como en la mayor parte de Europa Oriental, se basaba en el afán colonizador de los monarcas del este europeo. Nunca tuvieron grandes propiedades en suelo húngaro, siendo la Orden Teutónica y la del Hospital las más favorecidas. Tuvieron un mínimo de dos casas en Hungría central, una en Esztergom y otra en Egyházasfalu, además de un castillo en Léka. En Croacia, en aquel entonces parte del Reino Húngaro, tuvieron varias fortalezas, como las de Vrana y Kliss, y fue la región donde ejercieron más influencia. Los registros sobre la extinción de la orden bajo el reinado de Carlos I de Hungría son muy escasos y se desconoce lo que aconteció. Tras la disolución de la orden, sus propiedades pasaron a manos de la Orden de los Hospitalarios, quienes también heredaron el título de Ispán de Dubica, ostentado hasta entonces por el Maestre templario.

Lo templarios, al estar en Tierra Santa y tener contacto con las culturas hebrea e islámica, tenían una relación de buena vecindad  con estas  comunidades, hasta el extremo que solían utilizar sus idiomas, aunque hablasen sus respectivos, secretarios judíos y árabes, las lenguas del entorno.

Los intereses de los templarios, a parte de la guerra contra el infiel, eran además de unos paladines de la diplomacia, pues en la mayoría de los niveles políticos intervenían como mediadores oficiales en las disputas de los monarcas, sometiéndose a la autoridad de su arbitraje. Gracias a las excelentes relaciones que mantenían con las culturas islámica y judaica fueron receptores y trasmisores de nuevos conocimientos, nuevas ciencias. Se puede decir que detentaban la mejor tecnología del momento en arquitectura, armamento, ingeniería, artes militares, medicina, hospitales etc. Contribuyeron de manera significativa en la geodesia, cartografía, navegación, etc. Además, por la documentación y simbología reflejada en las Preceptorías, se sabe que eran versados en disciplinas como la astrología,  la astronomía (que en ese entonces estaba unida a la anterior), la alquimia, la geometría sagrada y la numerología cabalística y Pitagórica. Contaban con una importante flota naval, con puertos propios, y fueron los primeros en usar la brújula magnética.

Aunque no hay un registro oficial de los Grandes Maestres de los Templarios, porque los archivos del Temple, en parte, fueron quemados o desaparecidos, sí existe una recopilación que data de 1342 en la cual nos basamos, como sigue.


Sobre el sello de la Orden del Temple hay una polémica entre los historiadores respecto a su interpretación: para algunos señalan  que los dos caballeros montados en un mismo caballo da a entender  la pobreza de los freires en sus inicios que debían compartirán caballo entre dos; otros opinan que  es en recuerdo a los dos caballeros, Hugues de Payns y Godrofredo de Saint Omer, que le dieron a la fundación el nombre de Orden del Temple Y por último, como apunta el historiador Antonio Galera Gracia en su documentado libro, “La verdadera historia de la Orden del Templo de Jerusalén”, expone una explicación que parece más razonable al decir que “La imagen de dos jinetes montados en un mismo caballo que hemos podido ver en sellos templarios  en algunas construcciones no era más que un símbolo que denotaban y daban a entender que en esa comunidad hasta  el más mínimo y pobre de los bienes que poseían eran compartidos por todos los hermanos que lo totalizaban.”
En fin, el legendario medieval  símbolo sigue envolviendo un oculto misterio que hasta hoy no se ha podido comprender.

Maestres de la Orden del Temple

  1. Hugo de Payens (1118-1136)
  2. Robert de Craon (1136-1146)
  3. Evrard des Barrès (1147-1151)
  4. Bernard de Tremelay (1151-1153)
  5. André de Montbard (1154-1156)
  6. Bertrand de Blanchefort o Blancfort(1156-1169)
  7. Philippe de Milly (1169-1171)
  8. Eudes de Saint-Amand (Odón de Saint-Amand)(1171-1179)
  9. Arnaldo de Torroja  (1180-1184)
  10. Gérard de Ridefort (1185-1189)
  11. Robert de Sablé (1191-1193)
  12. Gilbert Hérail (1193-1200)
  13. Phillipe de Plaissis (1201-1208)
  14. Guillaume de Chartres (1209-1219)
  15. Pedro de Montagut(1219-1230)
  16. Armand de Périgord (1232-1244)
  17. Richard de Bures (1245-1247)
  18. Guillaume de Sonnac (1247-1250)
  19. Renaud de Vichiers (1250-1256) (0 1252?)
  20. Thomas Bérard (1256-1273)
  21. Guillaume de Beaujeu (1273-1291)
  22. Thibaud Gaudin (1291-1292)
  23. Jacques de Molay (1292-1314). Último Gran Maestre
Las derrotas que tuvieron los templarios ante Salah al-Din Yusuf, mejor conocido en occidente como Saladino, sultán de Egipto, les hicieron retroceder en Tierra Santa. Así, el 4 de julio de 1187 tuvo lugar, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Oeste del Mar de Galilea), el enfrentamiento del ejército cruzado, formado por templarios y hospitalario, a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Châtillon contra las tropas islámicas. Inflingiendo,  Saladino,  una tremenda derrota a los cruzados y cayendo prisionero en la batalla, el Gran Maestre de los templarios (Gérard de Ridefort). Este importante hecho  causó la toma de Jerusalén por Saladino, terminando, en un santiamén, con el Reino cristiano que había fundado Godofredo de Bouillón. Sin embargo, el impacto de este acontecimiento en Occidente provocó en principio, una nueva y tercera cruzada liderada por Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el famoso rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León y el rey de Francia Felipe II, Augusto. Esta nueva amenaza para los musulmanes, más la habilidad de Ricardo I Corazón de León de Inglaterra, logró negociar con Saladino un acuerdo para convertir a Jerusalén en una especie de "ciudad abierta" para el peregrinaje, también, de los cristianos.

Después del desastre de Hattin, las cosas fueron de mal en peor, y en 1244 cayó definitivamente Jerusalén, recuperada dieciséis años antes por el Emperador Federico II por medio de pactos con el sultán al-Kamil, y los templarios se vieron obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos grandes órdenes monástico-militares: los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.

Las posteriores cruzadas: la Cuarta, la Quinta y la Sexta, a las que evidentemente se alistaron los templarios, no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa, o fueron episodios descabellados como fue el caso de la Cuarta Cruzada, con la toma de Bizancio.En 1248, Luis IX de Francia (conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, liderándola él mismo, pero no la conduce a Tierra Santa, sino a Egipto. El error estratégico del Rey, más las peste que sufrieron los ejércitos cruzados, le llevaron a la derrota en Mansura, cayendo prisionero el propio Luis IX. Y fue gracias a los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, que pudieron negociar la paz y le prestaron a Luis IX la enorme suma de dinero del rescate que debía pagar para su liberación.
En 1291 tuvo lugar la caída de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, Guillaume de Beaujeu, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel General a Chipre, isla que antaño habían poseído tras comprarla a Ricardo Corazón de León, pero que hubieron de devolver al rey inglés ante la rebelión de los habitantes.

Esta convivencia de Templarios y soberanos de Chipre fue incómoda, hasta el extremo que el Temple participó en la revuelta palaciega que destronó a Enrique II de Chipre para entronizar a su hermano Amalarico II, hecho que permitió a los templarios la supervivencia de la Orden del Temple en la isla hasta varios años después de su disolución en el resto de la cristiandad (1310).

Tras la expulsión de Tierra Santa los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio desde Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que logró hacerlo, pues, tanto la Orden de los Hospitalarios, como la Orden de los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses a otros diferentes lugares. La isla de Arwad, perdida en septiembre de 1302, fue la última posesión de los templarios en Tierra Santa. Los jefes de la guarnición murieron heroicamente como: Barthélemy de Quincy y Hugo de Ampurias, y otros fueron hechos prisioneros como, fray Dalmau de Rocabertí.

Este esfuerzo se revelaría poco tiempo después como inservible; no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que los intereses habían cambiado y a la mayoría de los monarcas cristianos no les interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, por lo que los templarios se hallaron sin poder ejercer su misión principal. Dicen los historiadores que una de las razones por las que, al parecer, Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron, era con motivo de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada. Pero esta suposición  no está probada.

Los Templarios nunca estuvieron al servicio de diferentes reinos, sino únicamente ofrecían a los reyes, bajo cuya  autoridad estaban, el servicio de sus armas para luchar contra los moros, y no se inmiscuían en luchas intestinas entre los soberanos cristianos.

Hay que decir que la caída de los Caballeros Templarios, con su detención, prisión, interrogatorio y tortura, fue uno de los acontecimientos más sonados y documentados de la Edad Media. Desde hacía años, Felipe IV venía fraguado la supresión de la Orden del Temple por varios motivos, y  entre los más significativos estaban los siguientes: el rey le debía mucho dinero a la Orden del Temple; deseaba, pero no podía, ejercer ningún control sobre ésta; codiciaba el importante patrimonio de la orden; y había solicitado ingresar en la orden siendo rechazado por lo templarios. Además de todo esto, Felipe IV había sufrido una tremenda humillación cuando, huyendo de la muchedumbre de los rebeldes de París que lo querían matar, pudo salvar su pellejo gracias a los templarios que le dieron protección en su Preceptoria. Por tanto, estos factores fueron suficientes para que elaborara una lista de acusaciones falsas, entre ellas la herejía, que le sirvieran de excusa para poder actuar y apoderarse del patrimonio de la Orden del Temple.

Sobre la personalidad de Felipe IV, apodado popularmente “El Hermoso”,  "El Rey de Mármol" o "El Rey de Hierro", podemos decir que éste padecía de una patología compulsiva de crueldad férrea, que anteponía para lograr sus deseos. Entre los personajes que lo trataron figura el obispo de Pamiers Bernard Saisset, que dijo de él: «No es un hombre ni una bestia. Es una estatua sin piedad».Y el mismo  Papa Bonifacio VIII lo tildaba de  «falsificador» y “brutal”

Si tuviéramos que analizar actualmente los aspectos más distintivos de la personalidad de  Felipe IV, desde el punto de vista de la Criminología, podríamos destacar dos rasgos fundamentales de su supuesta psicopatía. Uno, sería el plano emocional, o sea, todas aquellas particularidades personales que hacen que el sujeto se desvincule de su elemento más esencialmente humano. Es decir, su incapacidad de sentir misericordia o arrepentimiento hacia las demás personas. Este tipo de personaje suele ser primordialmente mentiroso, cruel, egocéntrico y manipulador. Y el otro rasgo característico, es su agresividad, donde lo fundamental es sentir  excitación, tensión, sin más meta que el actuar de manera violenta empujado por sus arrebatos o caprichos.

Según cuentan los cronistas de la época entre 1303 a 1305, el rey de Francia y sus consejeros  planearon  el secuestro y muerte del papa Bonifacio VIII, e indujeron el homicidio por envenenamiento (en unos higos) al pontífice Benedicto XI, por no doblegarse éstos, a las exigencias de dicho rey y por haber seguido protegiendo a la Orden del Temple. Todo lo dicho, nos da una clara idea de la clase de persona que era el rey Felipe IV. Así que, cuando éste, se le presentó la ocasión, puso en práctica el plan preconcebido para suprimir a los templarios, a los cuales envidiaba y detestaba. Como prueba palmaria nos remitiremos al testimonio del proceso que hubo contra los tales caballeros templarios, en el cual se ha dejado a la luz un vergonzoso  sumario donde se aprecia que,  únicamente, se defendía a ultranza los intereses particulares de Felipe IV, con la complicidad del papa Clemente V, así como la completa indefensión de los caballeros templarios que fueron detenidos, torturados y asados en la hoguera.

Actualmente, se puede decir a los cuatro vientos, con documentación probatoria en mano, que la Orden del Temple fue injustamente condenada, siendo inocente de todos los cargos que en su día le fueron imputados. Las calumnias, crímenes, pecados, nefandos y sacrílegos  atribuidos a los Caballeros del Temple fueron puras falsedades confeccionadas hábilmente por Felipe IV, que cayeron por sorpresa sobre sus cabezas, tal como concibió el nefasto monarca. Y cuya tarea le fue facilitada, aún más, por las falsas acusaciones aportadas por su cómplice y traidor de el ex caballero francés Esquin de Floyran, que fue expulsado de la Orden por ser un mal cristiano y ladrón. Este acontecimiento, podríamos decir,  fue  la ingratitud que le tenían reservado  a los templarios, que tanta sangre habían derramado por defender los Santos Lugares, la religión cristiana,  el engrandecimiento de los monarcas, de los papas, y cuya única falta cometida fue el haber generado riqueza, ganada legalmente para toda la Orden, y no para los monjes templarios.

En 1305 el rey Felipe IV, uno de los monarcas más pérfidos y crueles de Francia, consiguió que se eligiese pontífice a su propio candidato, el arzobispo de Burdeos, el cual, una vez proclamado papa tomó el nombre de Clemente V. Por tanto, estando éste en deuda con  el monarca francés se tuvo que doblegar a las exigencias del rey para, de esta manera, lograr aniquilar a los templarios que estaban bajo la autoridad personal del pontífice.

La fatídica madrugada del 13 de octubre de 1307, el papa Clemente V decretaba, en Aviñón, la bula “Pastoralis  praeminentiae”, en la cual vertía serias acusaciones contra los caballeros de la Orden del Templo, diciendo que habían caído en pecado de apostasía, herejías, etc., y ordenando, a su vez, la inmediata detención de los mentados caballeros allá donde fueren encontrados en Francia, en sus encomiendas, conventos, etc. Así como, la incautación de sus bienes, disolviendo la Orden. Un año después, el 12 de agosto de 1308, tras la promulgación de la bula “Regnans in coelis, convoca la celebración de un Concilio en Vienne y ordena a los monarcas españoles que requisen las propiedades de los templarios y los detengan hasta que se les cite para el proceso inquisitorial, orden que no acatan,

Ante esta oposición de los reyes españoles, el mismo Felipe IV envió cartas a los  monarcas, entre ellos al rey Jaime II de Aragón, denunciando tales calumnias e incitándole a que actuara contra la Orden del Temple; contestándole éste último, que los Caballeros Templarios “habían vivido de manera digna de encomio como hombres de Religión…” y por tanto, no consideraba fundadas las aberraciones que le atribuía el rey francés a dichos caballeros, ya que éstos siempre habían sido fieles al servicio de la corona reprimiendo a los infieles. Y en estos mismos términos, también le contestaron los demás monarcas.

Posiblemente nunca sabremos si los Caballeros Templarios fueron conscientes de que pesaba sobre ellos su aniquilación, ó si sabiéndolo, caminaron como corderos resignados hacia el matadero. Cabe pensar, en base a las presunciones y  documentos estudiados, que, ni fueron unos puros ingenuos, ni tampoco que resueltamente caminaron dócilmente  hacia el tormento y la hoguera. Piénsese que los caballeros jerarcas de la Orden del Temple eran ilustrados, muchos de ellos nobles, con unas relaciones e  informaciones excelentes, además de tener una gran influencia y poder entre los monarcas de occidente. Además, recapacítese, que si éstos, sabían o sospechaban de la trama que se llevaba entre manos Felipe IV, como sería lo más probable, nunca pensaron que el papa Clemente V osaría en  traicionarlos.

El proceso llevado a cabo por La Santa Inquisición, duró seis años largos, haciendo sufrir a los templarios condenados, interrogatorios interminables mediante torturas como: el potro, la garrucha, la toca, etc., además de los innumerables maltratos inhumanos mientras éstos estuvieron vivos en sus ergástulas de Francia.

Todas las acusaciones atribuidas a los templarios que militaban tanto en Francia, como en España, fueron negadas por éstos. Los obispos y los inquisidores formularon los cargos según les convenía, no permitiendo que se pudiera indagar con objetividad la verdad. Las imputaciones más importantes que formuló la curia pontificia contra los templarios fueron aproximadamente unas 127, más las acusaciones recogidas por los tribunales en  88 artículos, entre las cuales versaban, entre otras, las siguientes:
  • Si al ser admitidos se les obligaba a la abjuración.
  • De idolatría.
  • Si negaban la divinidad de Cristo.
  • Si consideraban a Jesucristo un profeta.
  • Prácticas obscenas y homosexuales.
  • Si escupían a la Cruz al ingresar en la Orden.
  • Si adoraban  un gato, ídolo ó baphomet.
  • Si el Gran Maestre impartía sacramentos, etc.

Los inquisidores dieron una libre y variada fantasía sobre el mítico Bafomet, durante los interrogatorios que llevaron a cabo a los caballeros templarios, a comienzos de 1307; de los que se desprende que éstos poseían dicha reliquia llamada “in figuram baffometi”, a través de la cual, por su meditación transmitía un conocimiento mágico. Este ídolo Bafomet parece, según las crónicas, que se trataba de un cráneo de calavera, o cabeza de madera o metal,  que se custodiaba dentro de una hornacina o cofre, en un ropero dentro de la propia encomienda. Hay que decir que estos relicarios eran muy comunes en la mayoría de las comunidades religiosas. Además, en la interpretación de simbolismos, encontramos en el Zóhar, la “cabeza mágica” que simboliza la luz astral; en el arte medieval simboliza la mente y la vida espiritual, por cuya razón aparece con frecuencia como tema decorativo. Por otro lado, en su Timeo, Platón dice: “La cabeza humana es el mundo”. En el lenguaje simbólico egipcio tiene el mismo sentido. Así, Géminis (símbolo de la naturaleza dual) se representa por seres dotados de dos cabezas o dos rostros como el Jano romano. Y tres cabezas o rostros aparecen en la figura de Hécates, denominándose triforme, que simboliza los “tres niveles” (cielo, tierra, infierno). Por tanto, podemos decir que, “el Bafomet”, era un símbolo esotérico de carácter bien filosófico o iniciático, si ningún atisbo de veneración idolátrica.

También cabe decir, por la documentación existente, que los templarios tuvieron uno de sus más lucrativos negocios en la comercialización de reliquias. Éstos distribuían el óleo del milagro de Saidnaya, un santuario a 30 Km. de Damasco, a cuya Virgen se atribuía el milagro de exudar un líquido oleoso, embotellándolo en pequeños frascos, por todo Occidente. También, es sabido, que comercializaron numerosos fragmentos del Lignum Crucis, la Santa Cruz, en la que la tradición decía que había estado crucificado Jesucristo.

Las  operaciones económicas de los templarios tuvieron como objeto dotar a la Orden de los fondos suficientes para financiar en Tierra Santa, un ejército en pie de guerra constante. Por ello, el lema de la Orden era:”Non nobis Domine, Non nobis, Sed Nomine Tuo Da Glroriam”, o sea, “No para nosotros Señor, no para nosotros, sino en Tu Nombre danos Gloria.”

Hoy ha quedado evidenciado, documentalmente, que el origen del proceso contra los Templarios, fue manipulado por intereses personales del rey de Francia Felipe IV, con la complicidad del papa Clemente V para incautarse de todo el patrimonio de los templarios y deshacerse del poder que tenía la orden. Una vez que el rey expolió el oro, las joyas y determinados bienes a la Orden del Temple, el exiguo resto de su fortuna, siguiendo las directrices de Clemente V, pasaron a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén que controlaba la iglesia.

Igualmente Clemente V, ese mismo año, ordena al rey Jaime II de Aragón y Conde de Barcelona que se incautara de todos los bienes de la Orden del Templo en su reino, y tomara presos a los Maestres  Don Jimeno de Lenda, Don Pedro de Queralt y a todos sus caballeros de Aragón, Cataluña y Valencia, siendo también éstos victimas de acusaciones falsas, malos tratos y vejaciones, como pretexto para arrebatarles  los bienes en favor de la Corona. Pero, a diferencia de los templarios franceses que se entregaron sin resistencia, el 13 de octubre de 1307, a las autoridades de Felipe IV de Francia; en España no pasó lo mismo, ya que dichos caballeros sí que presentaron férrea resistencia con sus armas contra los agentes y a las tropas de los monarcas de los reinos de Aragón  y Castilla.

Realmente, en los territorios de la península ibérica, ningún monarca tenía motivaciones  fundadas para deshacerse de la Orden del Temple, ya que ésta cumplía, como milicia consagrada al servicio del Papa, una función primordial en la lucha contra el Islam y en defensa de los territorios de las coronas. No obstante, ante el acatamiento de las directrices dadas por Clemente V, se sucedieron principalmente los siguientes  acontecimientos armados, en nuestro suelo patrio:

Habiendo hecho caso omiso el rey Fernando IV de Castilla, (llamado “el Emplazado” por los dos hermanos caballeros inocentes a quienes condenó a muerte),  a la anterior bula del papa, nuevamente Clemente V, emite una segunda bula “Ad omnium fere notitiam” al citado rey, amenazándolo para que detenga a los templarios y confisque todos sus bienes. Es en ese momento, cuando Fernando IV ordena al Maestre de la Orden del Temple la entrega de las fortalezas de Alcañiz, Faro, Ponferrada, San Pedro de Latarce, además del traspaso de Alconchel, Badajoz, Burguillos, Frenegal, Montalbán y Jerez de los Caballeros. En esta última guarnición al no entregarse, fueron ejecutados tanto el Comendador como los caballeros supervivientes que murieron degollados en manos de los propios soldados cristianos. Hay que decir que ante estas circunstancias, los templarios españoles, con la ayuda de sus freires portugueses opusieron feroz resistencia contra el sitio importante “La Puente de Alcántara”, apoderándose de ella, lo que les permitió, durante un tiempo, evacuar cargamento y personal hacia Portugal, que era un reino seguro.

Los templarios se hicieron fuertes en sus castillos de Alcañices y Alba de Aliste (Zamora), Villalba y Castillo de Bayuela (Toledo), igualmente en Capilla, Almorchón, Valencia del Ventoso, Burguillos, Alconchel, Jerez de los Caballeros, y demás fortalezas, donde permanecieron hasta el año 1310. Posteriormente se celebró un Concilio  en Alcalá de Henares,  donde los templarios fueron absueltos y declarados inocentes de todas las  imputaciones atribuidas a ellos, abandonando éstos dichas plazas.

Sobre el reino de Aragón, la resistencia de los templarios fue muy semejante a la de Castilla, centrándose en una serie de castillos, en donde hubo, según las crónicas, una fuerte oposición armada de los mismos, contra las tropas reales. Veamos: en la fortaleza de Peñíscola (Castellón) se rindieron en febrero de 1308; en Ascó (Tarragona) igualmente depusieron las armas en la misma fecha que la anterior; en Alfambra (Teruel) fue en mayo de 1308; en Cantavieja (Teruel) la fortaleza se rindió en agosto de 1308; en Villa(Teruel) se entregaron en octubre de 1308; en Castellote (Teruel) sucumbió en noviembre de 1308; en Miravet (Tarragona) se rindieron en diciembre de 1308; en Monzón (Huesca) aguantaron hasta junio de 1309; en Chalamera (Huesca) depusieron las armas en febrero de 1308. Hubo además otras resistencias de los templarios en los siguientes lugares: Bagá, Barberá de la Conca, Espulga de Francoli, Ripio y Vic, etc.

En el reino de Aragón, no es la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén la que recibe las posesiones de la Orden de los Templarios, sino, es la Orden de Montesa, constituida en Valencia por el propio  rey Jaime II, la  receptora de la administración de todas las propiedades de la Orden del Templo.

Respecto al rey de Navarra, hijo de Felipe IV, siguiendo las pautas de su padre, también procedió a la detención y confiscación de los bienes de los templarios en su territorio pocos días después de hacerlo en Francia. Sin embargo, el Temple en el reino de Navarra pudo conservar una cierta libertad en lo concerniente a su ideario esotérico.

Una vez que los monarcas y la Santa Sede saquearon todo el patrimonio de los templarios, se reunió el Concilio Provincial de Tarragona, en 1312, llegando al cinismo de  declarar a la Orden del Temple inocente de todos los cargos, absolviéndola; y dando la razón a los  caballeros templarios como personas de honor e inocentes de toda herejía y crimen, después de haberles causado tantas muertes, sufrimiento y derramamiento de sangre.

El reino cristiano de Portugal, a pesar de ser una monarquía diferente a la de Castilla, formaba conjuntamente con ésta, una sola provincia templaria, pero, resulta que en Portugal, la mano e influencia del verdugo Felipe IV y la autoridad eclesiástica de Roma, no consiguió del rey Dionisio I, llamado “el trovador” que los templarios fueran hechos presos, ni considerados como herejes, ni desposeídos de sus bienes. Allí la  Orden del Templo de Jerusalén de manera pacífica se transformó, con el permiso del nuevo papa Juan XXII, en la Orden de Cristo (utilizando  la Regla de la Orden de Calatrava) y toda su valiosa documentación, como todos los bienes en suelo portugués pasó a dicha Orden como heredera, sin que ningún tribunal molestara a los templarios. Por tanto, se puede considerar a la nueva Orden de Cristo, como la verdadera legataria del espíritu de la Orden el Temple, y la de haber aglutinado a todos los caballeros templarios que sentían como propia, dicha Orden. Bajo la Orden de Cristo, se fundó la escuela náutica de Sagres, con los mejores trazadores de cartas marinas, que permitieron explorar el océano Atlántico. Siendo Don Enrique “el Navegante”, Gran Maestre de la Orden de Cristo, quien dio un gran impulso a esta prestigiosa escuela náutica. Cabe decir que en Portugal los templarios realizaron una expansión atlántica por medio de su importante flota, desde sus puertos, con miras hacia África y a otras zonas ultramarinas más lejanas.

En Escocia, que estaba en guerra con Inglaterra, las bulas del papa no se hicieron efectivas, y la Orden del Temple, allí establecida no fue disuelta. Gran número de caballeros templarios franceses e ingleses encontraron acogida en este país. Dicen los dietarios que la Orden como tal, se mantuvo durante cuatro siglos.

En el Principado de Lorena, que en aquel entonces formaba parte de Alemania y no de Francia,  el duque de este principado protegió a los caballeros templarios.

En Alemania, los templarios se alzaron en armas contra las autoridades que querían encarcelarlos y procesarlos, terminando los jueces declarándolos inocentes de todos los cargos. Cuando la Orden fue disuelta, gran mayoría de los caballeros templarios ingresaron en la Orden de los Hospitalarios de San Juan y en la Orden Teutónica. Y dos siglos después, en 1522, los caballeros teutónicos, se secularizaron, recusando su lealtad al papa, y apoyando a Martín Lutero, como venganza de la traición sufrida por parte de la Iglesia católica.

En la deplorable mañana del 18 de mazo de 1314 se constituyó el Tribunal eclesiástico frente al atrio de la catedral de Notre Dame, de París, presidido por el cardenal Albano. El juicio comenzó, hablando el obispo de Sens, que actuaba como secretario del tribunal del Santo Oficio, exponiendo el alegato acusatorio contra los caballeros templarios procesados: el Gran Maestre Jacques de Molay junto con los tres caballeros: Hugo de Pairaud, Godfredo de Charnay (Preceptor de Normandía), y Godofred de Gonneville, que estaban de pié, encadenados, llenos de harapos y con los cuerpos quebrantados. Acto seguido el secretario, dirigiéndose a Jaques de Molay, le conminó para que dijera la verdad al tribunal  y al público, sobre lo que había confesado y manifestase su arrepentimiento ante dicho tribunal, y en tal caso, según el Derecho Canónico, se conmutaría la pena de muerte por la de cadena perpetúa. Pasamos a dar un extracto de lo que respondió el Gran Maestre Jacques de Molay: “todo lo que declaré ante los cardenales y obispos: Archilleus, Berenguer, Frascati, Esteban y Landuff, bajo promesa de ser absueltos, fue para liberarnos de los atroces sufrimientos de las torturas a que fuimos sometidos. Pido perdón por no haber podido soportar el dolor inflingido en nuestros cuerpos y las falsedades proferidas para que cesara la tortura. Por tanto, declaro ante Dios, que tan hipócritamente ha  invocado  este tribunal, que la Orden del Temple es completamente inocente de todos los cargos que este tribunal le imputa. Por tanto, apelo al cardenal Albano, que preside el tribunal, así como a los miembros que lo componen para que tengan clemencia, sino a mí, sean perdonados no solo los tres caballeros que me acompañan, sino también mis hermanos que están en las mazmorras sufriendo tormento por vuestro mandato. Sé que he contravenido los mandamientos de Dios cuando he mentido, y sé el castigo que me guarda. Por eso no quiero ver morir a ninguno más de mis hijos. Tomad mi vida y dejad a todos los demás libres, porque si algo dijeron ellos en contra de la Orden, fue por seguir mi conducta. Yo soy, y estoy orgulloso de ser la cabeza visible de la Orden del Temple y, por tanto, el único responsable.”

Habiéndose retractado los cuatro procesados templarios de sus primera acusaciones, el secretario del tribunal elevó a definitivas las acusaciones que el tribunal mantuvo en todo momento. Seguidamente habló el cardenal Albano, que presidía dicho tribunal, leyendo la siguiente sentencia ante todo el público. “Este tribunal de la Santa Inquisición que represento, declara relapsos (aquellos que después de confesar, se echan atrás en sus confesiones) a los acusados y los entrega a la jurisdicción del rey de Francia para que sean quemados públicamente por herejes”.

En la noche de ese mismo día, los cuatro caballeros templarios fueron conducidos a la Isla de los Judíos (un pequeño islote en medio del río Sena) para ser quemados en la hoguera. Y según cuentan los cronistas como la tradición de la época que, cuando el humo y las llamas iban arrebatándoles las vidas, se oyó la imprecación del Gran Maestre Jacques de Molay que lanzó contra el rey Felipe IV y el papa Clemente V diciendo:"Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir." ¡Clemente, os emplazo ante el Tribunal de Dios de aquí a cuarenta días! Y a vos Felipe, rey de Francia, también os emplazo ante el mismo Tribunal antes de la festividad del obispo mártir, San Saturnino. Os doy tiempo suficiente para que podáis hacer contrición de todos vuestros actos y pecados que habéis hecho, de los cuales tendréis que rendir cuenta ante un Tribunal celestial en el cual no os servirá ningún subterfugio por vuestra condición de rey ni por  vuestro poder  eclesiástico! La muchedumbre gritó: ¡así sea, así sea!”
Nos dice la leyenda que pesaría sobre la familia real francesa durante mucho tiempo. Y fue así como las resonancias  del supuesto poder místico de los caballeros templarios brillaron  durante siglos.

Al cabo de un mes, el papa Clemente V murió, según certificado de defunción del Vaticano, de una nefropatía (otra fuente dice de disentería). Pero según cuentan los que asistieron al agonizante papa, dejando testimonio por escrito, que su muerte fue debida al intenso remordimiento y pena, que no lo dejaban vivir en paz. ¿Acaso el remordimiento no es la justicia impartida por la fechoría cometida?

Felipe IV, murió en un accidente de caza, a consecuencia de un derrame en el cerebro, el 29 de noviembre de 1314 en Fontainebleau. Sus restos fueron enterrados en la basílica de Saint-Denis, a petición propia, y su corazón fue llevado al monasterio de Poissy en compañía de la Gran Cruz de los Templarios. Su sepultura, como la de otros príncipes y dignatarios que reposaban en ese lugar, fue profanada por los revolucionarios en 1793.
El jueves 25 de octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento “Processus contra Templarios”, que recopila el Pergamino de Chinon, o las actas de exculpación del Vaticano a la Orden del Temple, precisamente el año en que se conmemoraba el 700 aniversario del inicio de la persecución, proceso y aniquilación contra la Orden del Temple.

Los documentos que sirvieron al Tribunal de la Inquisición para decidir la suerte de los templarios, se encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, los cuales se habían extraviado desde el siglo XVI, después de que un archivero los guardase en un lugar “erróneo”. En 2001, la investigadora italiana Bárbara Frale, los encontró y su estudio mostró que el Papa Clemente V no quiso, en principio, condenar a los templarios, aunque finalmente, cediendo a las presiones  de Felipe IV rey de Francia, terminaría haciéndolo. Hecho  que no exculpa a Clemente V de la condena, de las muertes y todo lo que tuvieron que sufrir los inocentes caballeros templarios.

El "Pergamino de Chinon", uno de los documentos del volumen “Processus contra Templarios” presentado por el Vaticano, corrige la leyenda negra sobre la Orden y muestra la voluntad personal del papa Clemente V. A pesar de ello, y habida cuenta de que el "Pergamino de Chinon" es anterior a la fecha de las bulas papales de disolución de los templarios, en realidad, aquel quedó como una expresión de la conciencia personal del Papa, que contradecía su posterior actitud. En cambio, la postura oficial de la Iglesia, es la de disolución de la Orden. En efecto, el documento de Chinon data de agosto de 1308. Ese mismo mes de agosto de 1308, el Papa promulga la bula “Facians Misericordiam”, por la que se devolvió a los inquisidores su jurisdicción. En la segunda sesión del Concilio de Vienne, el 3 de abril de 1312, se aprueba la Bula “Vox in Excelso”, emitida por el propio Papa Clemente V, el 22 de marzo de 1312, confirmada por la Bula “Ad Providam” de 2 de mayo de 1312. En ambas se declara la disolución definitiva de la Orden

A la vista de los documentos históricos, cabe resumir que, aunque el Papa Clemente V intentara en su fuero interno evitar la condena a los templarios, como  debía su pontificado a las intrigas de Felipe IV de Francia, colaboro eficazmente para  que  continuara con el proceso de disolución de la Orden. Este proceso de disolución acaba en 1312. Y se hace constar que La bula “Ad Providam”,  no ha sido al día de hoy derogada.

Ultimamos este trabajo manifestando que la injusticia que sufrieron los caballeros templarios, llevando el símbolo del Señor del Amor en sus pechos, defendiendo la cristiandad durante la Edad Media, y fieles servidores de la Iglesia, sigue permaneciendo intacta en el inconsciente colectivo, aún, después de haber transcurrido setecientos años de haber sido aniquilada dicha Orden. Por lo que, siendo ya tarde, clama a los cuatro vientos que se haga  en su memoria públicamente justicia de su inocencia,  por las evidencias documentadas que lo prueban. Ya es, sobrado momento, para que la Santa Sede entone el “Mea culpa”, reconociendo oficialmente que los  Caballeros Templarios fueron condenados y ajusticiados injustamente y de esta manera, se libere la Iglesia Católica a plena luz pidiendo perdón y, a la vez, restituya, por lo menos, la honorabilidad de los Caballeros Templarios  que dieron su vida por la defensa de la fe cristiana.
Dr. JOSÉ CARRASCO Y FERRANDO
Abogado-Criminólogo