martes, 19 de enero de 2016





LA JUSTICIA SIN LA EQUIDAD ES INJUSTA

Dr. JOSÉ CARRASCO Y FERRANDO
Abogado Criminólogo
Profesor de Derecho

En varios artículos publicados en diferentes medios, se han dado diferentes concepciones sobre la justicia, y por dispares que sean las acepciones sobre ésta, existe, sin embargo, entre las mismas una sustancial coincidencia, ya que, en su esencia, en todas ellas se contemplan los pensamientos de la igualdad, armonía, identidad, equilibrio, proporcionalidad, etc. Y en  algunos manuales filosóficos, se  dice que, “la justicia es la voluntad de vivir honestamente, no dañar a otro, y procurar el equilibrio entre el derecho propio y ajeno”.“Así cuando la ley se promulga contra la justicia, no es verdadera ley, sino iniquidad desastrosa; el que la ejecuta es un verdugo y sólo será justo el que se oponga a su cumplimiento”. Como también menciona que,  en definitiva, la definición formal clásica aceptada mundialmente, entiende la justicia como la expresó, simple y completa, el jurisconsulto romano Domicio Ulpiano: “dar a cada uno lo suyo”  (suum cuique tribuere); o sea, dar a cada uno lo que le corresponde.  Pero hay que reconocer que a pesar de esta coherencia, se han suscitado, y se siguen produciendo en mayor medida,  muchas discusiones  en las sentencias, dictámenes, etc.  que son tan dispares a la hora de interpretar este sublime concepto de la justicia. Y es cierto que las personas y las doctrinas, en el supuesto que sean independientes y sinceramente imparciales, desembocan  en  resoluciones muy alejadas a la hora de comprobar y fijar lo que es justo y lo que es injusto. Y no hablemos de aquellas naciones y de otras, de lo que resta,  donde los sistemas de la administración de justicia están  politizados fragmentados, convirtiéndola en su “cenicienta”.

Sin embargo, la cuestión importante ya no es el distanciamiento de la definición formal de la justicia,  de “dar a cada uno lo que le corresponde”, sino la de darle el verdadero contenido, es decir, la enunciación de la  justicia cuando se concrete “qué es lo suyo, qué es lo que le corresponde a cada persona”, y será aquí donde comiencen a originarse las divergencias. Por lo tanto, a partir de estos dos hechos discordantes estaremos en condiciones de poder analizar lo que es justo e injusto. Por ejemplo, la persona tiene como suyo la posesión de unos determinados bienes, se basará en la justicia de la propiedad, y en el supuesto que éstos sean usurpados se cometerá una injusticia.

Dejando a un lado esta prólogo sobre la teoría de la justicia, cabe decir que,  ésta quedaría desnivelada si no fuera acompañada de la mano de su  inseparable “compañera” que es la la equidad.

Pero, ¿qué es la equidad? Aristóteles se percató de los peligros que aguardan a la ley en el momento de aplicarla,  y por eso dijo que la proposición de la justicia necesita indispensablemente ultimarse con lo que él llamó la “epiéikeia”. O sea, la equidad es la justicia del caso concreto y particular.

Citando el Diccionario de la lengua española, nos dice que la equidad es: “la bondadosa templanza habitual; propensión a dejarse guiar, o a fallar, por el sentimiento del deber o de la conciencia, más bien que por las prescripciones rigurosas de la justicia o por el texto terminante de la ley"; a su vez se define como "justicia natural por oposición a la letra de la ley positiva". Por lo tanto, dentro de la definición de este principio encontramos referencias a lo justo, a la justicia. Sin embargo, justicia y equidad son conceptos distintos pero inherentes. El gran jurisconsulto romano, Celso, definía el Derecho como algo que involucraba necesariamente lo equitativo, pues dijo que éste era "Ars boni et aequi".

El enunciado de equidad está recogido como un Principio General del Derecho, contemplado en el artículo 3.2 del Código Civil de España  que establece que "La equidad habrá de ponderarse en la aplicación de las normas, si bien las resoluciones de los Tribunales sólo podrán descansar de manera exclusiva en ella cuando la ley expresamente lo permita".

Por tanto, forma parte de uno de los postulados fundamentales de tales Principios Generales del Derecho y nos indica que está íntimamente ligada a la justicia, no pudiendo entenderse sin ella. Tanto es así que Aristóteles consideraba lo equitativo y lo justo como una misma cosa; pero para él, aún siendo ambos buenos, la diferencia existente entre ellos es que lo equitativo es mejor aún.

Sabemos que la norma regula una serie de conductas, pero no tiene en cuenta los supuestos casos particulares y concretos a que haya de aplicarse, sino que comprime los casos semejantes a tipos genéricos, que son, al fin y al cabo, los que regulan “erga omnes”. Así que, el Derecho se formula en pautas generales, pero posteriormente se aplica a casos concretos. Sería una excepción que un proceso real se diera en un caso concreto que fuera copia fiel del supuesto general contemplado en el precepto establecido por la Ley.

Si la norma se aplica de una manera estricta e indiscriminada, sin considerar las circunstancias personales de cada caso, el efecto será injusto y el Derecho no habrá alcanzado el objetivo de realizar la justicia como último fin. Por eso Aristóteles propuso que la justicia debería aplicarse  con equidad, es decir, considerando siempre los hechos particulares de cada caso.

La equidad aristotélica no es un elemento censor de los resultados producidos por la Ley, intentando enmendar los efectos de ésta; sino, todo lo contrario, el  objetivo de la “epiéikeia”, es que se aplique la norma a las circunstancias singulares del caso en concreto para que se logre conseguir una verdadera justicia.

Posteriormente los romanos  acuñaron  la equidad de Aristóteles con el nombre de “epiqueya”,  deformando la noción originaria de la “epiéikeia” aristotélica. Así vemos que la “aequitas” del Derecho Romano justinianeo concibe la equidad, desde un ángulo completamente distinto del formulado por Aristóteles, al pensar  que su función era la de apaciguar la dureza de la justicia en la aplicación de la ley, en casos concretos. Sin embargo, esa equidad misericordiosa romana, apenas, fue tenida en cuenta en su historia.

Igualmente el Derecho Canónico contempla la equidad a través de los principios cristianos, basados en los Nuevos Evangelios, que la recoge bajo los nombres de caridad, misericordia, piedad, etc.; por tanto, también, dista mucho de la interpretación  que le dio Aristóteles.

Máximo Pacheco Gómez, (Teoría del Derecho) dice que “la equidad ha sido considerada como juris legitimi enmendatio (legítima corrección del derecho), según Aristóteles; como legis supplementum (suplemento de la ley), que incumbía reemplazar a la ley, y, a la cual debía acudirse para interpretar ésta y que tenía  que prevalecer en caso de duda según diversos máximas romanas y justinianeas.”

La independencia o aquiescencia que otorga la equidad no debe ser confundida con el punto de vista jurídico personal parcializado por transitorias conveniencias, o por privilegios que tuerzan la rectitud de la justicia.

Actualmente, en la inmensa mayoría de los ordenamientos jurídicos occidentales se han dado cuenta de la función y eficacia que tiene la equidad, cuando es considerada en su esencia, y de nuevo existe un renovado interés en volver a ella. ¡Ojala sea una realidad! Así comentaba hace tiempo Luis Legaz y Lacambra lo siguiente, “Un siglo de legalismo y de justicia puramente formalista ha mostrado los serios inconvenientes que le son consustanciales; por eso han surgido en esta época diversos movimientos enderezados contra la rigidez del imperio de la norma genérica y abstracta y en favor de la consideración de los elementos individualísimos que definen cada caso como una entidad irreductible a las demás.”

Por tanto, si se aplica la ley de una manera rígida e indiscriminada, sin considerar las circunstancias particulares de cada caso, se llega al proverbio romano “summum ius, summa iniuria”, o sea, la pretensión de aplicar la norma jurídica de forma inflexible y severa desemboca en una consecuencia injusta.

Aristóteles, en la obra Ética a Nicómaco.(Libro V, Capítulo X.) dice que,  “lo equitativo y lo justo son una misma cosa; y siendo ambos buenos, la única diferencia que hay entre ellos es que lo equitativo es mejor aún.”

La diferencia entre justicia legal y justicia equitativa es que la ley necesariamente es siempre general y hay ciertas cosas sobre las cuales no se puede regular eficazmente por medio de cánones generales. Y como sucede que el Derecho se formula  en normas generales, y posteriormente, en la realidad se aplica a casos concretos, se crean inevitablemente lagunas para los casos individuales no generales. Resultaría muy atípico que se diera  un caso concreto que encajara en el tipo previsto por la ley. Por ello es necesario corregir la norma y suplir su vacío o afonía. Por lo tanto, lo equitativo es asimismo justo y, además en determinados casos  “supera incluso lo objetivo”

La equidad, no siendo una fuente del derecho, no es incompatible con la justicia; sino que, al contrario, acrisola el valor de ésta, la consolida, le da existencia. La equidad, siendo un elemento integrante de la justicia, atenúa el efecto de la norma del derecho positivo, disminuye el rigor de la ley cuando ésta es concebida como contraria a los principios de justicia.

La relación entre justicia y derecho es intrínseca e inseparable, y de dependencia mutua; no pudiendo concebirse una justicia pura sin derecho, ni un derecho puro sin justicia. Si se diera esto último, no se trataría del derecho propiamente. El derecho positivo sin contenido justo es arbitrario.

Finalmente concluyo, recordando cuando cursaba los estudios de Derecho al “gran maestro” el jurista D. José Castán Tobeñas, (catedrático de Derecho Civil y Ex Presidente del Tribunal Supremo),  el cual contribuyo a la formación de esta noble profesión, cuando dice, “Todo el movimiento de ideas que se agrupa hoy bajo las banderas de la Escuela del Derecho libre, de la teoría sociológica del Derecho y de la jurisprudencia de intereses, ha logrado abrir a la equidad los ventanales de la interpretación y la aplicación del Derecho al proclamar, como canon fundamental, que el juez debe investigar minuciosamente las circunstancias y situaciones sociales, que son como el subsuelo del caso jurídico sometido a su consideración, y para poder juzgar adecuadamente todas estas particularidades debe gozar, frente a las reglas del Derecho, de la mayor libertad posible" . (Derecho Civil Español Común y Foral, Reus S.A. Madrid, 1975)

El  juez o el abogado debe defender la justicia administrada con equidad, basada  en ese predicado comentado de, “dar a cada uno lo suyo”, o sea, mantener la medida, la armonía entre el derecho propio y ajeno, en un caso concreto. Y cuando la justicia se administre sin la equidad, dejará de mantener el equilibrio e igualdad convirtiéndose en funesta e injusta.

Para concluir comentaré que, al igual que la relación entre justicia y derecho debe  de ser íntima e inseparable, y de dependencia mutua;  la equidad también debe ser como uno de los dos platillos de la balanza de la justicia ó como una de las dos caras de una misma moneda, o sea, intrínseca e inherente, siendo a su vez el complemento y el  albor  de la justicia. Y ante la oscuridad, el vacío, el rigor, el desamparo o la arbitrariedad de la ley, la equidad tiene como misión la de advertir o hacer tomar conciencia a la justicia para que aplique la norma, con entera imparcialidad, a las circunstancias singulares del caso en concreto, con el objeto que se logre conseguir una verdadera justicia.



Marbella, Málaga, a 20 de mayo del 2010

martes, 5 de enero de 2016

LA LEY DEL KARMA,  DE COMPENSACIÓN O  EL PRINCIPIO DE CAUSA Y EFECTO



Desde temprana edad he sido muy curioso y he  buscado, como indagamos un poco todos, aquellas cosas que nos interesan, sin divisar los confines. Y aprendí a tener la mente abierta a todo, intentando comprender, desde mi gran ignorancia, cualquier motivación acercándome con respeto a todo tipo de personas, sin distinción de clase o credo, y a sucesos, cuando se vislumbra que algo es viable, como la ley de la causa y el efecto, se puede estar  más cerca de lo cierto que cuando uno se acomoda en lo escéptico. El universal geógrafo y naturalista alemán Friedich Heinrich Alexander barón de Humboldt dijo: “Un escepticismo que rechaza los hechos sin examinar es más reprochable que una credulidad irracional”.

Pero ¿qué es el Karma? La famosa teósofa italiana Fidelia decía que: “El Karma es la ley que regula las varias experiencias humanas de una entidad espiritual: es la ley por la cual cada vida es consecuencia inevitable de tu conducta precedente”. Y la define metafóricamente como: “un hilo que une las perlas del mismo collar. Las perlas podrán ser de distinto tamaño y de distinto valor, falsas o preciosas, pero el hilo que las atraviesa y que las une sigue siendo el mismo siempre para llegar por último, desnudo, al final al extremo del cierre”.

Los maestros Zen dicen que el Karma significa que sucede esto porque sucedió aquello, o sea, todo efecto tiene una causa anterior, y toda causa tiene un efecto que es su medida y su consecuencia. Y que la práctica diaria de la meditación posibilita cambiar el karma malo en bueno.

En el universo todo movimiento tiene su verdadera resonancia. Todos los actos o fenómenos de la vida tienen su causa y por lo tanto producen su verdadero efecto. Los hechos, las consecuencias y todos los acontecimientos son CAUSALES y no casuales. El más breve ruido que se produzca tendrá su propia onda programadora. Aquí me remito a un viejo proverbio chino que dice, “el aletear de una mariposa en Pequin puede provocar, con el tiempo, un tifón sobre Cantón”. Así que, La ley de causa y efecto se manifiesta tanto en el plano físico como en otros planos sutiles, debido a que ni siquiera la desencarnación aparta el efecto de su causa. Por mucho que se quiera no puede esconderse la justicia de lo que se produce o la consecuencia de la causa; y vaya como ejemplo, la recién declaración hecha por  la G.L.E. reconociendo  a nuestro Supremo Consejo Grado 33 y último del R.E.A.A. como único y legítimo en nuestro país. Y es que, únicamente se cosecha lo que se siembra y no puede esperarse más de lo que se ha dado. Solamente dentro del libre albedrío que la naturaleza ha presentado, que es bastante limitado, el ser humano puede adelantar y crecer positivamente, situándose en armonía con la naturaleza misma. Esta ley tiene una estrecha vinculación para la evolución del hombre, regulando la causa y efecto, o acción y reacción por medio del principio universal de justicia retributiva.

La ley del Karma no es una ley de resentimiento, de retribución o de revancha; no busca producir un sufrimiento igual por cualquier cantidad de sufrimiento creado; no trata de producir alegría para igualar cualquier júbilo que hayamos producido a otros, sino que lleva a nuestra consciencia una comprensión clara de la naturaleza de nuestros actos. Para algunos, puede producir esa comprensión únicamente por medio del sufrimiento; para otros, pudiera hacer su impresión en alguna otra forma. Pero el verdadero  objeto, siempre, es hacernos conscientes de lo que hemos hecho y de la importancia de ello, y de sus relaciones con respecto al esquema total de las cosas. Su efecto mayor es el de causarnos una comprensión por los males que hayamos hecho o beneficiarnos por el bien que hayamos realizado. Una vez que tengamos una comprensión clara de nuestro error,  lo hayamos lamentado y determinado no repetirlo, la ley del Karma está cumplida y no forzará su impresión en nosotros. Y una vez que hayamos tenido consciencia clara del bien que ha venido de alguna buena tarea, y nos sintamos recompensados a causa de nuestros buenos actos, la ley del Karma cesará de funcionar con respecto a ese caso en concreto.

El temor del karma existe principalmente  cuando se cree que el propósito de esta ley de compensación es siempre la misma, es decir, de castigo o que se manifiesta como inconvenientes, preocupaciones, luchas y sufrimientos físicos y mentales. Esta palabra ha llegado a tener un sentido ominoso para mucha gente, porque para ellas augura calamidad.

Como estudioso del filosofismo, entiendo que no podemos convertir el karma en un monstruo o en un espíritu malévolo que busca tendernos una trampa. El karma, sencillamente, no  es una inteligencia ni un genio, sino una ley cósmica impersonal que funciona de acuerdo a su naturaleza inherente. Podríamos decir que, no tiene más conciencia personal que, por analogía, con la ley de la gravedad. Por ejemplo, si por descuido lanzamos una piedra al aire y caminamos hacia la trayectoria de la piedra que cae, ¿cuál sería el resultado? Lastimoso, ¿no es así? Después de esta amarga experiencia, ¿podríamos de manera racional atribuir a la ley de la gravedad una intención consciente de querer lastimarnos? ¿Reaccionaríamos, como lo hizo el hombre primitivo que creía en el animismo, y daríamos un puntapié a la piedra por habernos lesionado?  Claro que no.

El karma es tan impersonal como cualquier ley cósmica. Esta ley de la compensación la podemos simbolizar en una gran balanza, la cuál pesará  cualquier cosa en la forma de pensamiento o conducta humana que intencionadamente o no pongamos sobre un platillo. Si ponemos odio, crueldad, desarmonía, celos, envidia, etc. en un platillo de esa balanza cósmica, experimentaremos una lección del destino. O sea, necesitaremos aprender lo que sigue a esa mala conducta.

El karma no está motivado por animosidad o por malicia; y tan pronto tomemos conciencia del error de nuestro proceder y decidamos enmendarlo, la abalanza llegará al equilibrio y no experimentará ninguna desventura. Pero si persistimos en ignorar las consecuencias, solo estaremos agregando más peso en contra de poder restablecer el equilibrio.

Pero ¿cómo podemos saber si estamos incurriendo en algún karma? Por los  dictados de la conciencia, los impulsos del Ser, de ese yo interno; todas estas cosas constantemente nos advierten, si  les prestamos atención. Que nadie trate de engañarse a sí mismo o a otros, afirmando que no siempre está enterado de lo que imagina y proyecta que no sea el bien.

Por lo tanto, al dirigir  personalmente una acción, no debemos intentar desviar el verdadero propósito de la acción kármica, sino más bien de cooperar con la misma. Si estamos en conexión con nuestros propios asuntos y comprendemos que la lección nos imprime alguna acción kármica, podemos usar bien las leyes y principios de dirección para hacer cambiar el curso de la acción kármica hacia algún canal o fase de manifestación que nos ayudará a hacer la compensación.

Evidentemente es  nuestra falta de conciencia, de esa  carencia de presencia mental lo que nos  cautiva. Estamos totalmente desconectados de nuestras potenciales e inmensas posibilidades, y  nos aferramos en nuestros hábitos envueltos en  un círculo vicioso que se traduce únicamente en reaccionar  y culpar.

Debido a mi profesión, muy a menudo visito las cárceles y he podido comprobar, a través de los años, de cerca las consecuencias del karma “malo”  Y es asombrosa la poca diferencia de lo que ocurre allí dentro y fuera de los muros en plena calle.  Cada preso tiene una historia en que una cosa lleva a otra. Bastantes internos te dicen que apenas saben qué les ocurrió, que terminó mal. Por lo general todo se basa en una larga sucesión de acontecimientos que comenzaron con sus progenitores, familias destruidas, los amigos, un egoísmo exacerbado, la subcultura de los barrios y calles, la violencia y la pobreza, buscar dinero fácil, aliviar el dolor y adormecer los sentidos con el alcohol y las drogas, el poder en beneficio propio, etc. Todo esto deforma los sentimientos y los pensamientos, los valores, los actos, dejando muy poco espacio para armonizar y reconocer los impulsos dañosos y autodestructivos.

Aunque lo ignoremos todo tiene consecuencias, nos atrape  la policía o no, siempre somos cogidos de alguna manera en el karma de esa acción. Por esa inconsciencia, mucha gente, como los presos de la cárcel hicieron  su elección  o no supieron que existían otras opciones. Está claro que es la misma tosquedad, por muy justificada que sea, y el odio pueden acabar por degenerarnos la mente y torcer nuestras vidas. Y tales estados mentales de inconsciencia nos afectan a todos al obnubilarnos la conciencia. Por lo tanto, si deseamos cambiar nuestro karma no basta con hacer obras buenas, sino tratar de ver con claridad quién es uno y que uno no es su karma. O sea, representa poder alinearse  con la manera de cómo son las formas en realidad.

Pero ¿cómo comenzar? La mente la tenemos atrapada constantemente en el tiempo psicológico (en el pasado y futuro), es una cascada de pensamientos, que nos  producen sentimientos y también nos impulsan a cometer acciones. Nos sitúa en una dimensión que abarca únicamente en el estado de conciencia de las formas. Y desde esta superficie de los objetos la mente inconsciente produce un desequilibrio que se traduce, en la mayoría de las veces, en infelicidad. Para compensar la consciencia de las cosas del mundo tangible necesitamos también despertar la conciencia del espacio, o sea, de ese otro estado de conciencia que implica que no solamente  somos conscientes de los objetos, sino que también lo somos  de un estado interior trascendente que nos permite liberarnos del ego y de la dependencia del mundo materialista. El resultado del desequilibrio de estos dos estados de conciencia crea desdicha, y esto es una acción Kármica, que es la prolongación inconsciente del momento presente.

Tenemos que tener presente que debemos aprender a juzgar entre la acción kármica y aquellos acontecimiento de la vida que algunas personas consideran como destino. Ninguno puede creer en el fatalismo, excepto en el destino que creamos nosotros mismos. No existe ninguna mano misteriosa que escriba el destino de nuestra vida en algún libro antes o después de nuestro nacimiento, a no ser la mano  de nuestros propios actos. Cada día creamos nuestro destino del mañana. Y cada uno de nuestros actos  traza un decreto para algún día futuro. La acción kármica producirá esas cosas, y por medio de la ley de la compensación de muchos de nuestros hechos, cambiará nuestro destino.

La persona que sea observadora y objetiva, puede eludir el efecto de la vida material viviendo en armonía, aliviando así el peso de su karma. Cada acto y cada pensamiento diario crea karma bueno o malo. De tal modo que el karma puede ser positivo o negativo, de acuerdo al tipo de fruto que se siembre. ¿Y quién no siembre nada? , pues cosechará su propio karma que equivale a la lentitud en el proceso de la evolución. Aquí no vale la adulación ni los golpes de pecho para ganar méritos en el sendero hacia la conciencia o luz, y quien no avance en el camino del conocimiento, de la instrucción, del trabajo diario, y de la práctica de las leyes que rigen el universo, esta expuesto obligatoriamente a recibir su proporcional premio de ignorancia.

La ley del karma bien entendida, guía y auxilia a aquellos que comprenden su contenido, elevando y mejorando su vida porque no hay que olvidar que no solo nuestros actos sino también nuestros pensamientos atraen un mundo de circunstancias que han de influir bien o mal en nuestro porvenir, y lo que es más importante aún, el efecto de nuestras  causas actuales se reflejarán también como karma sobre nuestras personas más allegadas. Debemos reconocer a la luz de esta ley justa de la compensación, que por pequeño que sea el paso que demos, estaremos avanzando o retrocediendo de acuerdo  a la dirección que marque esta ley cósmica. Cuando las semillas son buenas, sus frutos son distribuidos con cariño dentro de nuestra agrupación a la cual estamos vinculados.

Termino con una transcripción del Kybalion que dice, “Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede de acuerdo con la Ley; la suerte no es más que el nombre que se le da a una ley no conocida; hay muchos planos de casualidad, pero nada escapa a la Ley

En Marbella (Málaga), A los veintitrés días del mes de abril del 2010

Dr. José Carrasco y Ferrando
Abogado-Criminólogo


lunes, 4 de enero de 2016

LA TORRE DE BABEL




En España estamos padeciendo un síndrome parecido al acontecido en la antigüedad, según relata la Biblia. Me refiero a la mítica ciudad construida por un pueblo en la torre de Babel que aspiraba llegar hasta el cielo, expresando de esta manera la soberbia intención con esa construcción de acercarse a Dios poniendo los intereses del hombre sobre los planes del Creador.
Las normas morales han existido desde que existe la humanidad y las civilizaciones siempre han seguido algunas normas de carácter moral para ordenar sus vidas. Por eso los pueblos no pueden vivir sin que las normas se apliquen. Sin embargo, no siempre ha existido una reflexión racional sobre dichas pautas. Por tanto, las antiguas civilizaciones no se cuestionaban los motivos éticos por los que se debe actuar de una forma o de otra, sino se dejaban guiar por su carácter religioso encomendándose a los designios de sus dioses. Posteriormente los primeros pensadores encontraron argumentos y razones que sirvieran de fundamento a las normas morales que el hombre debía respetar, comenzando así la ética, la reflexión racional sobre la moral.
Metafóricamente si comparamos una torre monumental con nuestra sociedad actual, es como la construcción de una Nación, edificada con trabajo y sacrificio, a través de generaciones, que descansa sobre unos cimientos comunes, en la cual habita un pueblo con las mismas convicciones, fidelidades y solidaridades, reconociéndose mutuamente y firmemente ciertos deberes y derechos en virtud de su tradicional calidad de miembros.
En nuestro caso contemplo, con tristeza e impotencia, cómo nuestra torre se ha tornado como aquella legendaria torre de Babel que fue destruida, su gente dispersada y su lengua confundida. Aquí no podemos excusarnos con echarle la culpa a Dios, como en el caso del mito de la torre de Babel. Nuestro gran error es propio no ajeno, al establecer un sistema estatal que ha permitido a los dos grandes partidos políticos que han gobernado, a veces en coalición con otros partidos minoritarios, poner por encima de los intereses del Estado los intereses partidistas, el de los financieros y los de la clase mediática con sus múltiples sesgos: étnico (nacionalismo), empresarial (campañas políticas), social (clase poderosa) y político (a favor de un determinado partido político), creando un tremendo desconcierto e instaurándose una alarmante degradación moral y social que ha producido que la corrupción política y económica se enquistara en las instituciones y la tengamos prendida por los cuatro puntos cardinales de España en detrimento del pueblo español oprimido por los impuestos y la nefasta situación económica en que se encuentra. Con esta situación se ha logrado confundir la capacidad de entendernos con nuestros semejantes, produciendo división, desacuerdos y aprehensiones, y esto progresivamente ha desembocado en ver cómo nuestra torre está en ruinas.
Hemos incumplido demasiadas normas constitucionales predicadas en nuestra Carta Magna, como por ejemplo: el Estado social y democrático de Derecho se ha tornado en una Partitocracia monopolizando las parcelas políticas, sociales y económicas; la lengua oficial del Estado (conjuntamente con otras lenguas de las Comunidades) es el español y este derecho se ha cercenado desde hace tiempo; los españoles no somos iguales ante la ley, ya que prevalecen prerrogativas discriminatorias a favor de los políticos, financieros y clase mediática; la bandera de España no se utiliza en todos los edificios públicos y actos oficiales; los partidos políticos no tiene una estructura y funcionamiento democrático; los sindicatos están acomodados y sirven a una determinada tendencia política; no se está garantizando evitar la arbitrariedad de los poderes públicos; la libertad de enseñanza se incumple reiteradamente en algunas Comunidades; los poderes públicos no inspeccionan y homologan el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las leyes; no todos contribuyen al sostenimiento de los gastos públicos mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad; el derecho al trabajo se incumple acumulando casi seis millones de parados; no se garantiza el principio de solidaridad entre las diversas Comunidades autónomas, que se han convertido en reinos de Taifas; no se garantiza el interés general evitando la especulación del suelo,  etc....
Y veremos cómo acaba nuestra patria común e indivisible con las reivindicaciones de secesión hechas por unas determinadas regiones tradicionalmente españolas.
Los girifaltes políticos (salvo una minoría de políticos honrados), gerentes financieros y demás poderes fácticos actúan, torpemente, y emulan a aquellos sofistas de antaño basados en la expresión del filósofo Protágoras, creador del relativismo ético, quien decía: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Es decir, que las cosas son según el punto de vista desde el que las personas las miran; por ejemplo el de ellos. Y si además observamos a la mayoría de nuestros políticos cómo utilizan su verborrea demagógica reproduciendo lerdamente lo que fue la retórica creada por el sofista Gorgias, mediante la cual se utilizaba este arte de convencer con la palabra a los demás, manejando con habilidad y repetición que lo negro es blanco, que lo injusto es justo o que lo falso es verdadero, consiguiendo que una gran parte de la sociedad ignorante acabara por convencerse de sus argucias. Gorgias decía que esto era posible porque creía que la justicia y la verdad no eran cosas reales, que algo fuese justo o injusto, verdadero o falso, sólo dependía de las palabras según su punto de vista, porque las palabras no tenían ningún vínculo con la realidad. Desde este pensamiento se estableció el llamado escepticismo ético que se ha implantado generalmente en la casta política, siendo un argumento de veneración para justificar sus actitudes y responsabilidades.
Ante este desatino, apelamos aventar el pensamiento de Sócrates, con su famosa “mayéutica”, en la cual explicaba, sobre las cuestiones éticas y políticas, que rechazaba firmemente tanto el relativismo como el escepticismo estando convencido de la existencia de un concepto del bien y de la justicia, válido para todas las personas y sin distinciones. Decía que el hecho de haber distintas opiniones sobre lo bueno o lo justo, era debido a que los seres humanos no se dedicaban a preocuparse sobre estas cuestiones y se dejaban llevar por lo que escuchaban sin pararse a pensar. Y aconsejaba que, había que prestar más atención a la búsqueda de la verdad y menos a la obtención de privilegios, riquezas y beneficios, que bien poco contribuían a la dignidad del hombre y menos beneficiaban al pueblo.
Ante nuestro drama nacional, no podemos fingir ignorancia, porque no somos avestruces; no podemos creer que, si no mirásemos y denunciáramos lo que está pasando, no sucedería lo que realmente sucede. Más, imposible es aún no querer ver cómo afloran los casos de corrupción que salen por doquier.
En España, estamos viviendo una coyuntura de profundos y sustanciales deterioros que requieren urgentes transformaciones. Nuestro sistema democrático, tal como funciona, puede ser la última manifestación de una sociedad que él mismo contribuyó decisivamente a eliminar y hacer imposible su subsistencia. Por eso, precisamos una regeneración y un cambio hacia una estructura democrática real y no puramente formalista como la de ahora.
Una de las circunstancias inmediatas de este sistema, que estamos padeciendo, es que se pervierte el sentido moral y con él las nociones de lo justo y de lo injusto; no sabiendo nunca el que habla ni el que escribe a qué carta quedarse, por ignorar la interpretación que se dará a lo que diga. La palabra no malintencionada se considera un insulto; la frase más sincera una injuria; se penetra en las intenciones para buscar agravios que sólo se desprende de la propia conciencia, y con hipocresía, buscan los astutos el ajeno apoyo y la compasión extraña, haciendo creer que la sociedad se desquicia si a ellos se les desenmascara
¿Cómo parar todo este desafuero? ¿Valen los paños calientes? ¡Sinceramente no! Al punto que hemos llegado, lo de menos sería la política si ésta no influyera en todos. La confianza en que la solución venga por iniciativa de los partidos que nos han y están gobernando durante muchos años, está agotada; la exigencia tiene que surgir de la ciudadanía, con los partidos emergentes no contaminados, para que se cambie el sistema político actual que ha permitido, desde hace décadas, hacer todo tipo de desmanes, por un verdadero Estado social y democrático de Derecho que garantice una justicia independiente no sometida al poder político, una igualdad de derechos y obligaciones para todos, que se refunde el sistema democrático y que se termine con la impunidad.
Lo importante es defender la Nación, o sea, la vida de los ciudadanos que sufren el paro; la penuria de los pensionistas y del ciudadano medio; la emigración de los jóvenes en busca de trabajo, la honra en peligro por el mal ejemplo; la falta de credibilidad de los políticos, combatida por la anemia producida por tantas podredumbres.
Cuando no defendemos nuestros derechos perdemos la dignidad y ésta no se negocia. Y además la decencia de una persona reside en su capacidad para mantenerse firme, sin vacilar ante la adversidad y la mentira.
Marbella, Málaga, febrero del 2013
José Carrasco y Ferrando
Abogado
Ex profesor Dr. en Criminología
LA ESPAÑA RESQUEBRAJADA



Parece que el destino se ha ensañado contra nuestra desafortunada nación, y no contentos con ver unos políticos deformados por la corrupción, el personalismo, el orgullo, la picardía, la ignorancia, la mentira, la adulación, la codicia, y la irresponsabilidad, que nos han llevado con su comportamiento a sumergirnos en un Estado del malestar social, podemos ver también, cómo se van esfumando, día a día, los logros sociales alcanzados antaño, quedando una sociedad fragmentada y en total desesperanza.
Ahora nos hemos dado cuenta, de que construimos una estructura administrativa super excesiva que no podíamos sufragar y que además está obsoleta. Los gobiernos de turno de la nación, las diez y siete Comunidades Autónomas con su cohorte innumerable de políticos y “enchufados”, los Ayuntamientos municipales y cuantiosos organismos inútiles, han venido derrochando un gasto público innecesario y sin freno que ha socavado los cimientos del Estado. Y para colmo, los susodichos, encima quedan impunes. Con el resultado de que ahora, la estructura del edificio está seriamente dañada.
Dijo Heráclito (470 a.C.): “Los hombres son tan olvidadizos y descuidados de lo que ocurre a su alrededor en sus momentos de vigilia como cuando están dormidos. Tontos, aunque oyen, son como sordos. A ellos se les aplica el proverbio de que cuando están presentes están ausentes. Uno no debería actuar ni hablar como si estuviera dormido. Los despiertos tienen un mundo común; los durmientes tienen un mundo privado cada uno…”
Este adagio, viene como el anillo al dedo, y se puede aplicar a nuestra sociedad, como también, a los pasados y presentes gobernantes, banqueros, dirigentes sindicalistas, la patronal etc. Todos enconchados en una casta o trasformados en una especie de agrupación organizada, cuyo interés primordial es mantener su poder a ultranza y su bienestar económico en detrimento del trabajador/a, ciudadano que los alimenta.
Este filósofo griego sacude al hombre para que despierte, porque aún estando “despierto” en apariencia, en el fondo de nuestro ser estamos totalmente dormidos. Si bien, Heráclito no desprecia el uso de los sentidos, como Platón, y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia.
He aprendido a estar abierto a todo, dispuesto para creer o no creer, para intentar entender en mi gran ignorancia los acontecimientos de la vida. Me dirijo a mis iguales, a la gente que está en la universidad de la calle como yo, para compartir que, en el devenir de los años, hemos contemplado cómo los dos principales partidos que se han venido sucediendo en el gobierno de nuestra nación han ido acomodando la estructura de la unidad del edificio del Estado a sus intereses partidistas y al beneficio de la banca
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a la cual sirven con devoción, quitando por aquí un pilar que les molestaba, derribando por allá un tabique que les impedía ensanchar sus límites, etc. Hasta llegar a quebrantar el edificio, haciendo que todo ensamblaje se rompa, mientras una pieza se ajusta, la otra se disloca.
Hemos perdido como ciudadanos, la conciencia de la identidad e integridad del Estado en el cual vivimos y hemos olvidado que todos estamos comprometidos a participar con nuestro trabajo y solidaridad tributaria para poder mantener una estructura social que nos sirva por derecho, bajo el techo que nos cobija. ¿Dónde estaban los responsables del pasado gobierno, su presidente y ministros, y los de los organismos oficiales, como los del Banco de España, en su obligada labor de control e inspección del erario público? ¿Para qué nos ha servido mantener tanto cargo político inútil e irresponsable? Estamos agotados los ciudadanos de ser siempre el pararrayos de los despilfarros y errores de nuestros malos administradores dirigentes políticos, malgastando nuestros esfuerzos económicos para que éstos los dilapiden y los utilicen bien en beneficio propio o a su antojo, de unos y de otros, enfangando nuestras vidas y haciendo de nuestra andadura un camino tortuoso preñado de desempleados, pobreza y desesperación.
Somos un pueblo latino “sancho-pancista”, a mucha honra, pero lamentablemente, sin el sentido común de éste insigne personaje literario cervantino. ¿Por qué no despertamos ya del sueño para tener un mundo común equitativo y nos sacudimos de tantos irresponsables y de partes interesadas que lo impiden? La consternación de un pueblo se produce por la actitud de sus gobernantes y por la falta de responsabilidad de los mismos dentro de un sistema que han construido y siguen manteniendo por el afán de poder. Estamos pasando apuros porque no fuimos conscientes de lo que estaban haciendo los políticos que nos han gobernado. Y el efecto de este comportamiento es que, actualmente, nos encontramos en una encrucijada: la acción de los intereses de los dirigentes políticos, con la corrupción que tienen montada va en una sola dirección, las tendencias del lucro insaciable, a veces ilícito, de los bancos que con su batuta “dirigen” a los anteriores, va en otra, la de los sindicatos acomodados va por otro lado, la Administración de justicia, vetusta e incoherente camina por otra vereda, los nacionalistas, sacando “tajada” al Estado, marchan por oto derrotero, y así vayamos sumando, etc. Hay una parte “intocable” de la sociedad apática instalada en la galería contemplando el sufrimiento ajeno, que es nuestro, otra que está en Babia, y un movimiento, en incremento, de indignados dentro y fuera del 15M que no les falta razón para manifestarse de distintas formas. El efecto de todo esto, es que nos encontramos sin unidad, sin centro, sin rumbo, en una nebulosa. Y sinceramente, una sociedad con estos trazos, se va haciendo poco a poco en pedazos y queda fragmentada.¿Quién lo diría?
¿Son consustanciales las crisis en un sistema capitalista? Por supuesto que sí, pero una cosa son las crisis de las economías que tienen sus ciclos “normales” y las otras son las crisis financieras que tienen su origen en cada sistema financiero, como el nuestro, donde los gobernantes no han subordinado el sistema bancario español, dándole barra libre. Recordemos que hace bien poco, como bocones, se jactaban nuestros dirigentes políticos y banqueros de que el nuestro, era “el mejor del mundo”. ¿Tenemos razones para desconfiar de nuestros pasados y presentes gobernantes? ¡Por supuesto que sí! Hemos sido testigos pasivos del atraco al dinero público y de cómo nuestro sistema financiero se ha ido a pique. ¿Tienen alguna responsabilidad en este desaguiso las entidades bancarias, y los dirigentes políticos (Estado, Autonomías y Municipios), que
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van agarrados de la mano? ¡Claro que si! ¿Debemos pagar los platos rotos los ciudadanos? ¡No!. ¿El gobierno debe subvencionar dinero público a las entidades bancarias u otros organismos para que puedan recapitalizarse o promocionarse? Si lo hace, debe hacerlo bajo condiciones, con intereses y garantía de retorno de los préstamos, porque los ciudadanos hacemos lo mismo cuando acudimos a los bancos.
Los sociólogos como otros expertos en la materia comparten sus análisis de que, las decisiones políticas importantes sobre economía las toma una minoría selecta, sin contar con la mayor parte de la sociedad. Me refiero a ese poder formado por políticos y ricos que componen una oligarquía. Y, si llega a suceder algo trascendental, es siempre fruto de un plan. Basta ya de tanta “mamadera de gallo”, con frases o discursos huecos, y cuentos interminables como el del “gallo pelón”. Recordemos cuando hace muy poco tiempo el pasado presidente del gobierno nos decía que “no había crisis” y que “nos llevaría al corazón de la Unión Europea”, ó como el actual presidente del gobierno, que prometía mucho en su programa electoral y ahora no lo está cumpliendo del todo, resistiéndose a recomponer un sistema “alternante” que nos ha llevado a la ruina. Sería muy patético e indigno si nos adaptáramos al malestar social económico con resignación, solamente abrazados a nuestro sacrificio, sin que nuestros gobernantes den el ejemplo de tomarse la misma medicina que nos recetan.
Podemos salir de esta difícil situación en que nos encontramos si somos conscientes del sistema que hemos creado y somos capaces de cambiar el rumbo antes que encallemos, comenzando a soltar lastre y a corregir vicios. Y para empezar tenemos que desparasitar al Estado de tanto chupóptero y de sus mangoneos en las instituciones para que no agote la poca savia que aún le queda y acabe muriendo. Para ello la corrupción en la política tiene que dejar de ser una regla, el fraude fiscal tiene que atajarse de raíz, se debe cerrar la fuente de las subvenciones, salvo las de interés general y que los partidos políticos, los sindicatos y la patronal se autofinancien, que se terminen los privilegios “feudalistas” de los políticos para que también paguen los mismos impuestos que pagamos el resto de los ciudadanos, eliminación de la duplicidad administrativa del Estado, fuera cargos políticos de confianza o similares, bajada de los suculentos salarios de todos los políticos sin excepción y subida del salario mínimo interprofesional, que es de vergüenza, que se elimine el agravio comparativo que existe entre los políticos y el resto de los ciudadanos para que todos coticen a la seguridad social los mismos años para obtener la jubilación, políticas eficaces para erradicar el numerosísimo desempleo, que el partido en el poder que nos gobierna, con mayoría, tenga el coraje de darnos un Poder Judicial que sea totalmente independiente, estatutario y funcionalmente, de los poderes ejecutivo y legislativo, que los miembros del Consejo General del Poder Judicial no dependan de los partidos políticos que los designan, y que de una vez se cambie esta Administración de justicia parsimoniosa, rancia y morosa que no deja de ser injusta para el ciudadano que la sufre, por otra que sea profesional, eficaz, moderna y donde los litigios no se eternicen, etc.
Hemos creado las Comunidades autónomas que se han trasformado como aquellos regímenes políticos autónomos que tuvimos en 1009, llamados reinos de taifas, que como pequeños estados contribuyeron en su momento, a la desintegración del califato de Córdoba. ¿Quiere esto decir que no sirven las autonomías? Sinceramente, pienso que éstas pueden ser útiles si se estructuran racionalmente, estatutaria y funcionalmente, a semejanza de otras entidades similares existentes en los países de la Unión Europea. Por el contrario, las Diputaciones o Cabildos son totalmente innecesarios y costosos.
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A nuestros males de la grave situación financiera creada en nuestra nación, se añade otra que nos envuelve como un tornado, como es la provocada por el imperio mundial de las finanzas. Ahora, cada vez son más las naciones occidentales que están hipotecadas por los especuladores financieros internacionales, que con la asistencia de sus agencias de calificación, y la mala gestión administrativa de los respectivos gobiernos las han llevado a que éstas coticen en una especie de “Bolsa” de credibilidad económica.
Desde hace mucho tiempo se viene publicando, y se sabe, que hay un plan cuidadosamente trazado del “poder de las finanzas en la sombra” (léase, por ejemplo, el libro documentado del periodista Jim Marrs “Las Sociedades Secretas” 2006) Este “gobierno secreto”, cuenta con un indudable dominio intelectual sobre el mundo político (solo hay que ver la mediocridad reinante de éstos últimos). Por lo tanto, constituye por sí mismo una élite con capacidad rectora para imponer sus intereses e influir sobre la voluntad de la feligresía de los gobiernos del mundo. Dice Bill Moyers que “El secretismo es la libertad con que cuentan los fanáticos: ningún vigilante para controlar la puerta, ningún contable para controlar las cuentas, ningún juez para controlar la ley. Los gobiernos secretos no tienen constitución. Las reglas que siguen son las reglas que inventan.” O sea, a mi parecer, le viene bien la frase “los zorros cuidando de las gallinas”.
Dicho esto, parece que ese “gobierno en la sombra”, sigue los mismos pasos andados antaño por la Iglesia, en su versión religiosa, por la creación de un orden de intereses teocráticos, y este supuesto poder oculto, ha elaborado un plan cuidadosamente trazado, comenzando a preocuparse seriamente por la creación de un “Nuevo Orden Mundial” dedicado al culto del vellocino de oro consagrado a “ellos”, encaminado al servicio exclusivo de los intereses del “dios don dinero”. Da la impresión de que, igual que en la Biblia, necesitaremos invocar para que descienda de la montaña, un nuevo Moisés enojado y destroce este propósito. Este poder financiero internacional oculto necesita de una total afirmación de su propósito en ambos hemisferios, cuidando que ningún continente y sector de la sociedad, por humilde o ajeno que sea a su estrategia, se evada o se incline hacia el lado contrario que ellos requieren. Esta súper entidad internacional financiera viene, desde hace tiempo, imponiendo a sus tecnócratas no elegidos en las urnas, en los puestos claves de las naciones a las cuales han dado un agazapado “golpe de Estado”.
La realidad la fabricamos nosotros. Y las personas somos también quienes la vivimos marcando etapas de crisis y esplendor, según el contexto del tiempo. Con arreglo a estos comportamientos subjetivos, las sociedades se marcan sus límites, abismos y cimas en su acontecer. Y, de acuerdo a estos accidentes temporales, conciben sus temores o esperanzas hacia un futuro. Por tanto, con esta situación tan crítica en que nos encontramos, peligra el sistema democrático verdadero, porque estamos convirtiendo este sistema político de libertad en una plutocracia dedicada al culto de la riqueza. Y ante esta situación tan trascendental creada por el poder financiero internacional que controla el dinero y el crédito, acabaremos siendo todos succionados y terminaremos siendo unos “esclavos” modernos en un mundo de servilismo y pobreza sometido a las élites dominantes del “Money”.
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Permitidme que recuerde al sabio y letrado chino Kung-chin Cheng-Ti, conocido popularmente como Confucio (551-479, a.C.) quien dijo que hay varias clases de delitos imperdonables que merecen un ejemplar castigo:
“Aquél en que la persona medita en secreto y practica bajo el barniz de la virtud. Aquí hay peligrosidad criminal.”
“La obstinación reconocida y comprobada contra la sociedad. En este también existe peligrosidad criminal.”
“La calumnia disfrazada con el manto de la verdad para engañar al pueblo. Igualmente hay indicios de peligrosidad criminal.”
“La venganza, después de tener escondido el odio durante tiempo, en los aspectos de la verdad. Referido a la criminalidad de los funcionarios políticos.”
“Formular lo positivo o negativo sobre un mismo tema, inclinándose al interés que se tenga en pronunciar sobre una u otra cosa. Corresponde al delito que puede cometer la Administración de justicia.”
“Si los negocios públicos no son resueltos, el orden y la armonía no llegarán a florecer en el reino. Si el orden y la armonía no florecen en el reino, la ley y la justicia no alcanzarán su fuerza. Si la ley y la justicia no alcanzan su fuerza y sus fines, el pueblo será incapaz de mover pies y manos y desembocará en una tragedia.”
“Desde el momento en que el gobernante transgrede la ley, ya pierde el mando del Cielo, del mismo modo que un señor, cuando comete un robo, ya no es el señor, sino sencillamente un ladrón.”
Hemos escuchado y confiado en quienes creíamos que eran más prudentes, sinceros y mejor preparados que nosotros, dejándonos guiar por ellos con implícita seguridad de que nos administraban bien y nos decían la verdad, pero tristemente no ha sido así. Y la realidad es que estamos atrapados en un aprieto económico de gran alcance y una corrupción que nos carcome. Ahora no nos vale para nada entrar en los detalles como indicadores de los errores cometidos, con el simple objeto de excusarnos discutiendo, descalificando, o incitando a otros a la violencia. Tampoco nos vale echar la culpa de nuestros males a otros países mejor administrados. Más bien, debemos utilizar la razón, no siendo sectarios o pendulares, y dejarnos a un lado las diferencias y la pasión que ofusca. Y como, en realidad, la vida también tiene sus bocetos, ahora tenemos la oportunidad de corregir lo que se venía haciendo mal si queremos darnos cuenta de ello, para salir del atolladero. Lo más factible es que la solución de nuestro problema estatal resida en la capacidad de reconocer el principio general que lo originó y en la aplicación de las medidas generales adecuadas para remediarlo y mejorarlo. Por tanto, lo menos que podemos hacer los ciudadanos, especialmente los que no militamos en ninguna tolda política, es exigir, sin ceder, y ayudar, al gobierno de la nación para que afronte con valentía el reto que tenemos y recomponga, sin parches, la estructura del Estado que está rota, renovando nuestro sistema democrático para que sea verdadero, no formalista y bien administrado, por el bien del pueblo español.

Marbella, Málaga a 25 de Julio del año 2012
JOSE CARRASCO Y FERRANDO
ABOGADO
Exprofesor Dr. en Criminología