LA LEY DEL KARMA, DE COMPENSACIÓN O EL PRINCIPIO DE CAUSA Y EFECTO
Desde temprana edad he sido muy curioso y
he buscado, como indagamos un poco
todos, aquellas cosas que nos interesan, sin divisar los confines. Y aprendí a
tener la mente abierta a todo, intentando comprender, desde mi gran ignorancia,
cualquier motivación acercándome con respeto a todo tipo de personas, sin
distinción de clase o credo, y a sucesos, cuando se vislumbra que algo es
viable, como la ley de la causa y el efecto, se puede estar más cerca de lo cierto que cuando uno se
acomoda en lo escéptico. El universal geógrafo y naturalista alemán Friedich
Heinrich Alexander barón de Humboldt dijo: “Un escepticismo que rechaza los
hechos sin examinar es más reprochable que una credulidad irracional”.
Pero ¿qué es el Karma? La famosa teósofa
italiana Fidelia decía que: “El Karma es la ley que regula las varias
experiencias humanas de una entidad espiritual: es la ley por la cual cada vida
es consecuencia inevitable de tu conducta precedente”. Y la define
metafóricamente como: “un hilo que une las perlas del mismo collar. Las perlas
podrán ser de distinto tamaño y de distinto valor, falsas o preciosas, pero
el hilo que las atraviesa y que las une sigue siendo el mismo siempre para
llegar por último, desnudo, al final al extremo del cierre”.
Los maestros Zen dicen que el Karma significa
que sucede esto porque sucedió aquello, o sea, todo efecto tiene una causa
anterior, y toda causa tiene un efecto que es su medida y su consecuencia. Y
que la práctica diaria de la meditación posibilita cambiar el karma malo en
bueno.
En el universo todo movimiento tiene su
verdadera resonancia. Todos los actos o fenómenos de la vida tienen su causa y
por lo tanto producen su verdadero efecto. Los hechos, las consecuencias y
todos los acontecimientos son CAUSALES y no casuales. El más breve ruido que se
produzca tendrá su propia onda programadora. Aquí me remito a un viejo
proverbio chino que dice, “el aletear de una mariposa en Pequin puede provocar,
con el tiempo, un tifón sobre Cantón”. Así que, La ley de causa y efecto se
manifiesta tanto en el plano físico como en otros planos sutiles, debido a que
ni siquiera la desencarnación aparta el efecto de su causa. Por mucho que se
quiera no puede esconderse la justicia de lo que se produce o la consecuencia
de la causa; y vaya como ejemplo, la recién declaración hecha por la
G.L .E. reconociendo a
nuestro Supremo Consejo Grado 33 y último del R.E.A.A. como único y legítimo en
nuestro país. Y es que, únicamente se cosecha lo que se siembra y no puede
esperarse más de lo que se ha dado. Solamente dentro del libre albedrío que la
naturaleza ha presentado, que es bastante limitado, el ser humano puede
adelantar y crecer positivamente, situándose en armonía con la naturaleza
misma. Esta ley tiene una estrecha vinculación para la evolución del hombre,
regulando la causa y efecto, o acción y reacción por medio del principio
universal de justicia retributiva.
La ley del Karma no es una ley de
resentimiento, de retribución o de revancha; no busca producir un sufrimiento
igual por cualquier cantidad de sufrimiento creado; no trata de producir
alegría para igualar cualquier júbilo que hayamos producido a otros, sino que
lleva a nuestra consciencia una comprensión clara de la naturaleza de nuestros
actos. Para algunos, puede producir esa comprensión únicamente por medio del
sufrimiento; para otros, pudiera hacer su impresión en alguna otra forma. Pero
el verdadero objeto, siempre, es hacernos
conscientes de lo que hemos hecho y de la importancia de ello, y de sus
relaciones con respecto al esquema total de las cosas. Su efecto mayor es el de
causarnos una comprensión por los males que hayamos hecho o beneficiarnos por
el bien que hayamos realizado. Una vez que tengamos una comprensión clara de
nuestro error, lo hayamos lamentado y
determinado no repetirlo, la ley del Karma está cumplida y no forzará su
impresión en nosotros. Y una vez que hayamos tenido consciencia clara del bien
que ha venido de alguna buena tarea, y nos sintamos recompensados a causa de
nuestros buenos actos, la ley del Karma cesará de funcionar con respecto a ese
caso en concreto.
El temor del karma existe principalmente cuando se cree que el propósito de esta ley
de compensación es siempre la misma, es decir, de castigo o que se manifiesta
como inconvenientes, preocupaciones, luchas y sufrimientos físicos y mentales.
Esta palabra ha llegado a tener un sentido ominoso para mucha gente, porque
para ellas augura calamidad.
Como estudioso del filosofismo, entiendo que
no podemos convertir el karma en un monstruo o en un espíritu malévolo que
busca tendernos una trampa. El karma, sencillamente, no es una inteligencia ni un genio, sino una ley
cósmica impersonal que funciona de acuerdo a su naturaleza inherente. Podríamos
decir que, no tiene más conciencia personal que, por analogía, con la ley de la
gravedad. Por ejemplo, si por descuido lanzamos una piedra al aire y caminamos
hacia la trayectoria de la piedra que cae, ¿cuál sería el resultado? Lastimoso,
¿no es así? Después de esta amarga experiencia, ¿podríamos de manera racional
atribuir a la ley de la gravedad una intención consciente de querer
lastimarnos? ¿Reaccionaríamos, como lo hizo el hombre primitivo que creía en el
animismo, y daríamos un puntapié a la piedra por habernos lesionado? Claro que no.
El karma es tan impersonal como cualquier ley
cósmica. Esta ley de la compensación la podemos simbolizar en una gran balanza,
la cuál pesará cualquier cosa en la
forma de pensamiento o conducta humana que intencionadamente o no pongamos
sobre un platillo. Si ponemos odio, crueldad, desarmonía, celos, envidia, etc.
en un platillo de esa balanza cósmica, experimentaremos una lección del
destino. O sea, necesitaremos aprender lo que sigue a esa mala conducta.
El karma no está motivado por animosidad o
por malicia; y tan pronto tomemos conciencia del error de nuestro proceder y
decidamos enmendarlo, la abalanza llegará al equilibrio y no experimentará
ninguna desventura. Pero si persistimos en ignorar las consecuencias, solo
estaremos agregando más peso en contra de poder restablecer el equilibrio.
Pero ¿cómo podemos saber si estamos
incurriendo en algún karma? Por los dictados de la conciencia, los impulsos del
Ser, de ese yo interno; todas estas cosas constantemente nos advierten, si les prestamos atención. Que nadie trate de
engañarse a sí mismo o a otros, afirmando que no siempre está enterado de lo
que imagina y proyecta que no sea el bien.
Por lo tanto, al dirigir personalmente una acción, no debemos intentar
desviar el verdadero propósito de la acción kármica, sino más bien de cooperar
con la misma. Si estamos en conexión con nuestros propios asuntos y
comprendemos que la lección nos imprime alguna acción kármica, podemos usar
bien las leyes y principios de dirección para hacer cambiar el curso de la
acción kármica hacia algún canal o fase de manifestación que nos ayudará a
hacer la compensación.
Evidentemente es nuestra falta de conciencia, de esa carencia de presencia mental lo que nos cautiva. Estamos totalmente desconectados de
nuestras potenciales e inmensas posibilidades, y nos aferramos en nuestros hábitos envueltos
en un círculo vicioso que se traduce únicamente
en reaccionar y culpar.
Debido a mi profesión, muy a menudo visito
las cárceles y he podido comprobar, a través de los años, de cerca las
consecuencias del karma “malo” Y es
asombrosa la poca diferencia de lo que ocurre allí dentro y fuera de los muros
en plena calle. Cada preso tiene una
historia en que una cosa lleva a otra. Bastantes internos te dicen que apenas
saben qué les ocurrió, que terminó mal. Por lo general todo se basa en una
larga sucesión de acontecimientos que comenzaron con sus progenitores, familias
destruidas, los amigos, un egoísmo exacerbado, la subcultura de los barrios y calles,
la violencia y la pobreza, buscar dinero fácil, aliviar el dolor y adormecer
los sentidos con el alcohol y las drogas, el poder en beneficio propio, etc.
Todo esto deforma los sentimientos y los pensamientos, los valores, los actos, dejando
muy poco espacio para armonizar y reconocer los impulsos dañosos y
autodestructivos.
Aunque lo ignoremos todo tiene consecuencias,
nos atrape la policía o no, siempre
somos cogidos de alguna manera en el karma de esa acción. Por esa inconsciencia,
mucha gente, como los presos de la cárcel hicieron su elección
o no supieron que existían otras opciones. Está claro que es la misma
tosquedad, por muy justificada que sea, y el odio pueden acabar por
degenerarnos la mente y torcer nuestras vidas. Y tales estados mentales de
inconsciencia nos afectan a todos al obnubilarnos la conciencia. Por lo tanto,
si deseamos cambiar nuestro karma no basta con hacer obras buenas, sino tratar
de ver con claridad quién es uno y que uno no es su karma. O sea, representa
poder alinearse con la manera de cómo
son las formas en realidad.
Pero ¿cómo comenzar? La mente la tenemos
atrapada constantemente en el tiempo psicológico (en el pasado y futuro), es
una cascada de pensamientos, que nos
producen sentimientos y también nos impulsan a cometer acciones. Nos
sitúa en una dimensión que abarca únicamente en el estado de conciencia de las
formas. Y desde esta superficie de los objetos la mente inconsciente produce un
desequilibrio que se traduce, en la mayoría de las veces, en infelicidad. Para
compensar la consciencia de las cosas del mundo tangible necesitamos también
despertar la conciencia del espacio, o sea, de ese otro estado de conciencia
que implica que no solamente somos
conscientes de los objetos, sino que también lo somos de un estado interior trascendente que nos
permite liberarnos del ego y de la dependencia del mundo materialista. El
resultado del desequilibrio de estos dos estados de conciencia crea desdicha, y
esto es una acción Kármica, que es la prolongación inconsciente del momento
presente.
Tenemos que tener presente que debemos
aprender a juzgar entre la acción kármica y aquellos acontecimiento de la vida
que algunas personas consideran como destino. Ninguno puede creer en el
fatalismo, excepto en el destino que creamos nosotros mismos. No existe ninguna
mano misteriosa que escriba el destino de nuestra vida en algún libro antes o
después de nuestro nacimiento, a no ser la mano de nuestros propios actos. Cada día creamos
nuestro destino del mañana. Y cada uno de nuestros actos traza un decreto para algún día futuro. La
acción kármica producirá esas cosas, y por medio de la ley de la compensación
de muchos de nuestros hechos, cambiará nuestro destino.
La persona que sea observadora y objetiva,
puede eludir el efecto de la vida material viviendo en armonía, aliviando así
el peso de su karma. Cada acto y cada pensamiento diario crea karma bueno o
malo. De tal modo que el karma puede ser positivo o negativo, de acuerdo al
tipo de fruto que se siembre. ¿Y quién no siembre nada? , pues cosechará su
propio karma que equivale a la lentitud en el proceso de la evolución. Aquí no
vale la adulación ni los golpes de pecho para ganar méritos en el sendero hacia
la conciencia o luz, y quien no avance en el camino del conocimiento, de la
instrucción, del trabajo diario, y de la práctica de las leyes que rigen el
universo, esta expuesto obligatoriamente a recibir su proporcional premio de
ignorancia.
La ley del karma bien entendida, guía y
auxilia a aquellos que comprenden su contenido, elevando y mejorando su vida
porque no hay que olvidar que no solo nuestros actos sino también nuestros
pensamientos atraen un mundo de circunstancias que han de influir bien o mal en
nuestro porvenir, y lo que es más importante aún, el efecto de nuestras causas actuales se reflejarán también como
karma sobre nuestras personas más allegadas. Debemos reconocer a la luz de esta
ley justa de la compensación, que por pequeño que sea el paso que demos,
estaremos avanzando o retrocediendo de acuerdo
a la dirección que marque esta ley cósmica. Cuando las semillas son
buenas, sus frutos son distribuidos con cariño dentro de nuestra agrupación a
la cual estamos vinculados.
Termino con una transcripción del Kybalion
que dice, “Toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; todo sucede
de acuerdo con la Ley ;
la suerte no es más que el nombre que se le da a una ley no conocida; hay
muchos planos de casualidad, pero nada escapa a la Ley ”
En
Marbella (Málaga), A los veintitrés días del mes de abril del 2010
Dr. José Carrasco y Ferrando
Abogado-Criminólogo
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