lunes, 4 de enero de 2016

LA TORRE DE BABEL




En España estamos padeciendo un síndrome parecido al acontecido en la antigüedad, según relata la Biblia. Me refiero a la mítica ciudad construida por un pueblo en la torre de Babel que aspiraba llegar hasta el cielo, expresando de esta manera la soberbia intención con esa construcción de acercarse a Dios poniendo los intereses del hombre sobre los planes del Creador.
Las normas morales han existido desde que existe la humanidad y las civilizaciones siempre han seguido algunas normas de carácter moral para ordenar sus vidas. Por eso los pueblos no pueden vivir sin que las normas se apliquen. Sin embargo, no siempre ha existido una reflexión racional sobre dichas pautas. Por tanto, las antiguas civilizaciones no se cuestionaban los motivos éticos por los que se debe actuar de una forma o de otra, sino se dejaban guiar por su carácter religioso encomendándose a los designios de sus dioses. Posteriormente los primeros pensadores encontraron argumentos y razones que sirvieran de fundamento a las normas morales que el hombre debía respetar, comenzando así la ética, la reflexión racional sobre la moral.
Metafóricamente si comparamos una torre monumental con nuestra sociedad actual, es como la construcción de una Nación, edificada con trabajo y sacrificio, a través de generaciones, que descansa sobre unos cimientos comunes, en la cual habita un pueblo con las mismas convicciones, fidelidades y solidaridades, reconociéndose mutuamente y firmemente ciertos deberes y derechos en virtud de su tradicional calidad de miembros.
En nuestro caso contemplo, con tristeza e impotencia, cómo nuestra torre se ha tornado como aquella legendaria torre de Babel que fue destruida, su gente dispersada y su lengua confundida. Aquí no podemos excusarnos con echarle la culpa a Dios, como en el caso del mito de la torre de Babel. Nuestro gran error es propio no ajeno, al establecer un sistema estatal que ha permitido a los dos grandes partidos políticos que han gobernado, a veces en coalición con otros partidos minoritarios, poner por encima de los intereses del Estado los intereses partidistas, el de los financieros y los de la clase mediática con sus múltiples sesgos: étnico (nacionalismo), empresarial (campañas políticas), social (clase poderosa) y político (a favor de un determinado partido político), creando un tremendo desconcierto e instaurándose una alarmante degradación moral y social que ha producido que la corrupción política y económica se enquistara en las instituciones y la tengamos prendida por los cuatro puntos cardinales de España en detrimento del pueblo español oprimido por los impuestos y la nefasta situación económica en que se encuentra. Con esta situación se ha logrado confundir la capacidad de entendernos con nuestros semejantes, produciendo división, desacuerdos y aprehensiones, y esto progresivamente ha desembocado en ver cómo nuestra torre está en ruinas.
Hemos incumplido demasiadas normas constitucionales predicadas en nuestra Carta Magna, como por ejemplo: el Estado social y democrático de Derecho se ha tornado en una Partitocracia monopolizando las parcelas políticas, sociales y económicas; la lengua oficial del Estado (conjuntamente con otras lenguas de las Comunidades) es el español y este derecho se ha cercenado desde hace tiempo; los españoles no somos iguales ante la ley, ya que prevalecen prerrogativas discriminatorias a favor de los políticos, financieros y clase mediática; la bandera de España no se utiliza en todos los edificios públicos y actos oficiales; los partidos políticos no tiene una estructura y funcionamiento democrático; los sindicatos están acomodados y sirven a una determinada tendencia política; no se está garantizando evitar la arbitrariedad de los poderes públicos; la libertad de enseñanza se incumple reiteradamente en algunas Comunidades; los poderes públicos no inspeccionan y homologan el sistema educativo para garantizar el cumplimiento de las leyes; no todos contribuyen al sostenimiento de los gastos públicos mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad; el derecho al trabajo se incumple acumulando casi seis millones de parados; no se garantiza el principio de solidaridad entre las diversas Comunidades autónomas, que se han convertido en reinos de Taifas; no se garantiza el interés general evitando la especulación del suelo,  etc....
Y veremos cómo acaba nuestra patria común e indivisible con las reivindicaciones de secesión hechas por unas determinadas regiones tradicionalmente españolas.
Los girifaltes políticos (salvo una minoría de políticos honrados), gerentes financieros y demás poderes fácticos actúan, torpemente, y emulan a aquellos sofistas de antaño basados en la expresión del filósofo Protágoras, creador del relativismo ético, quien decía: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Es decir, que las cosas son según el punto de vista desde el que las personas las miran; por ejemplo el de ellos. Y si además observamos a la mayoría de nuestros políticos cómo utilizan su verborrea demagógica reproduciendo lerdamente lo que fue la retórica creada por el sofista Gorgias, mediante la cual se utilizaba este arte de convencer con la palabra a los demás, manejando con habilidad y repetición que lo negro es blanco, que lo injusto es justo o que lo falso es verdadero, consiguiendo que una gran parte de la sociedad ignorante acabara por convencerse de sus argucias. Gorgias decía que esto era posible porque creía que la justicia y la verdad no eran cosas reales, que algo fuese justo o injusto, verdadero o falso, sólo dependía de las palabras según su punto de vista, porque las palabras no tenían ningún vínculo con la realidad. Desde este pensamiento se estableció el llamado escepticismo ético que se ha implantado generalmente en la casta política, siendo un argumento de veneración para justificar sus actitudes y responsabilidades.
Ante este desatino, apelamos aventar el pensamiento de Sócrates, con su famosa “mayéutica”, en la cual explicaba, sobre las cuestiones éticas y políticas, que rechazaba firmemente tanto el relativismo como el escepticismo estando convencido de la existencia de un concepto del bien y de la justicia, válido para todas las personas y sin distinciones. Decía que el hecho de haber distintas opiniones sobre lo bueno o lo justo, era debido a que los seres humanos no se dedicaban a preocuparse sobre estas cuestiones y se dejaban llevar por lo que escuchaban sin pararse a pensar. Y aconsejaba que, había que prestar más atención a la búsqueda de la verdad y menos a la obtención de privilegios, riquezas y beneficios, que bien poco contribuían a la dignidad del hombre y menos beneficiaban al pueblo.
Ante nuestro drama nacional, no podemos fingir ignorancia, porque no somos avestruces; no podemos creer que, si no mirásemos y denunciáramos lo que está pasando, no sucedería lo que realmente sucede. Más, imposible es aún no querer ver cómo afloran los casos de corrupción que salen por doquier.
En España, estamos viviendo una coyuntura de profundos y sustanciales deterioros que requieren urgentes transformaciones. Nuestro sistema democrático, tal como funciona, puede ser la última manifestación de una sociedad que él mismo contribuyó decisivamente a eliminar y hacer imposible su subsistencia. Por eso, precisamos una regeneración y un cambio hacia una estructura democrática real y no puramente formalista como la de ahora.
Una de las circunstancias inmediatas de este sistema, que estamos padeciendo, es que se pervierte el sentido moral y con él las nociones de lo justo y de lo injusto; no sabiendo nunca el que habla ni el que escribe a qué carta quedarse, por ignorar la interpretación que se dará a lo que diga. La palabra no malintencionada se considera un insulto; la frase más sincera una injuria; se penetra en las intenciones para buscar agravios que sólo se desprende de la propia conciencia, y con hipocresía, buscan los astutos el ajeno apoyo y la compasión extraña, haciendo creer que la sociedad se desquicia si a ellos se les desenmascara
¿Cómo parar todo este desafuero? ¿Valen los paños calientes? ¡Sinceramente no! Al punto que hemos llegado, lo de menos sería la política si ésta no influyera en todos. La confianza en que la solución venga por iniciativa de los partidos que nos han y están gobernando durante muchos años, está agotada; la exigencia tiene que surgir de la ciudadanía, con los partidos emergentes no contaminados, para que se cambie el sistema político actual que ha permitido, desde hace décadas, hacer todo tipo de desmanes, por un verdadero Estado social y democrático de Derecho que garantice una justicia independiente no sometida al poder político, una igualdad de derechos y obligaciones para todos, que se refunde el sistema democrático y que se termine con la impunidad.
Lo importante es defender la Nación, o sea, la vida de los ciudadanos que sufren el paro; la penuria de los pensionistas y del ciudadano medio; la emigración de los jóvenes en busca de trabajo, la honra en peligro por el mal ejemplo; la falta de credibilidad de los políticos, combatida por la anemia producida por tantas podredumbres.
Cuando no defendemos nuestros derechos perdemos la dignidad y ésta no se negocia. Y además la decencia de una persona reside en su capacidad para mantenerse firme, sin vacilar ante la adversidad y la mentira.
Marbella, Málaga, febrero del 2013
José Carrasco y Ferrando
Abogado
Ex profesor Dr. en Criminología

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