LA ÉTICA NO BASTA CON PRONUNCIARLA O ESCRIBIRLA, ES NECESARIO PRACTICARLA
No
cabe duda de que la falta de ética es un tema de actualidad. Basta con oír o
ver las noticias, en todos los medios de difusión social, o sencillamente,
escuchar una conversación en la calle
para comprobar la ausencia de aliento ético en la práctica social, especialmente en aquellos
que detentan responsabilidades en el ámbito político, sindical, empresarial, etc.,
siendo un fenómeno alarmante en las actuales sociedades. Considerando que sin
una suficiente valentía moral el desarrollo de configuración de la vida
comunitaria se debate agónicamente en un estado, por una parte, de pragmatismo
relativista, y por otra, en un exacerbado egoísmo, desencanto, banalidad,
conformismo, rapacidad y soberbia, quedando como bloque de argamasa ante el
deterioro progresivo de lo que ahora se llama “bienestar social”.
La
naturaleza del concepto de la ética tiene muchas interpretaciones cuando
tratamos de llevarla al terreno de la práctica, entendiéndola como la “praxis”
moral que ha de proteger a la sociedad de los ataques de que puede ser objeto,
en cuanto a conductas y actitudes que conllevan comportamientos concretos, que
una vez realizados pueden encardinarse en el ordenamiento jurídico y demás
normas sociales, que deberían coincidir con la ética que los infunde.
Pero,
¿Qué es la ética? La ética, como sabemos, no es una ciencia exacta sino que
ésta actúa en concretar algo sobre nuestras intuiciones morales o de las
teorías éticas previas, para poder
examinar “lo que es correcto”. Y hay una gran posibilidad de formas de
pensar en la justicia, la indulgencia, y lo correcto.
Por
ejemplo en la justicia nos basamos en la definición más generalizada clásica: “dar a cada uno lo suyo”, o sea, a cada
uno lo que le corresponde. Y ésta
debe completarse con la equidad, es decir, teniendo en cuenta las
circunstancias particulares del caso. Por ello, se asigna al Derecho la función
de encauzar, informar la sociedad,
ajustando su desarrollo y actividades a cánones de justicia e incluso a pautas éticas.
Para
vislumbrar lo que es correcto, a menudo se nos presenta el dilema siguiente:
que a veces tengamos que decidir entre lo correcto por razones equivocadas o lo
erróneo por consideraciones correctas y
al final tomar una opción.
Así
que, tenemos un abanico, en lo sistemas éticos, para determinar lo que sería
“correcto o erróneo”. Veamos alguno de ellos:
La
deontología, en las profesiones, como por ejemplo: médicos, abogados, policía,
etc., nos invita a ceñirnos a un taxativo reglamento moral, no admitiendo visos
intermedios, aunque deja una cierta posibilidad para considerar determinadas
excepciones a la regla establecida.
El finalismo, se basa en que ningún suceso es
correcto o incorrecto, sino que su acertada o equivocada acción dependerá de la
intención que conlleva y de las consecuencias que pudieran derivarse. Así, que,
su principal falla es que ante cualquier acto despreciable se trate de justificar invocando
a sus consecuencias, o cuando un grupo pisotea los principios establecidos de
una persona.
El
pensamiento de Manuel Kant sobre el derecho está incluido dentro de su
concepción ética. El problema de la moralidad viene planteado en la “Crítica de
la razón práctica”, donde comienza a repudiar los sistemas morales existentes,
porque todos son finalistas, es decir, porque en todos ellos el hombre obra
para conseguir un fin y el obrar así no es un obrar moral. Es preciso que el
hombre obre pura y simplemente por respeto a la ley y no por ninguna otra consideración,
como puede ser la esperanza en de una recompensa. La idea kantiana del derecho
es paralela a la noción de moral y, como ocurre en el orden ético, también hay
en el derecho un principio supremo formulado como imperativo categórico, esto
es, que obligue de modo absoluto para todos. Kant prefiere fijarse en el
testimonio de libertad: la moral debe garantizar la libertad interna del sujeto, en tanto que
el derecho avala la libertad externa.
Las éticas religiosas, como de las instituciones filosóficas, el
Budismo, u Órdenes iniciáticas, también tienen sus propias reglas acerca de la
ética en el comportamiento de sus componentes.
En las morales tradicionales, como por ejemplo, en la cristiana,
los preceptos o imperativos únicamente resultan obligatorios para sus
feligreses que aceptan la condición implícita en ellos: se bueno y justo si quieres alcanzar la salvación.
Las de carácter puramente filosófico, contemplan en su pensamiento
ético, verbigracia en el budismo,” a no
dañar a nadie, que cualquier cosa que
cause amargura es mala, mientras que cualquier cosa que la calme es bienhechora”;
enseñando, en su cuarta Noble Verdad,
la manera de eliminar las causas del sufrimiento a través de la conciencia de uno.
Y en las filosóficas-filantrópicas e iniciáticas, como en la masonería,
se vislumbra la creencia de un Gran Arquitecto del Universo, como un principio,
un símbolo para que cada quien la aproveche a medida de su sentir, de su
inteligencia, sin forma ni figura, sin culto y sin adoración. Para que en base
a esta idea cada quien pueda armonizarla con la suya propia. Contemplando,
dentro de sus principios un código moral para sus miembros, en el que dentro de
sus máximas dice: “sé libre y de buenas
costumbres; no hagas mal para esperar el bien; no lisonjees a tu hermano; en la
senda del honor, de la verdad y de la justicia está la vida; el corazón de los
sabios está donde se practica la virtud, y el corazón de los necios, donde se
festeja el egoísmo, la vanidad y la adulación, etc.”
Así que, los miembros de las mentadas instituciones, como otras corrientes similares,
deben de ser muy cuidadosos en el ejercicio
de la ética que predican.
La
ética de la virtud, enseñada por Confucio y Aristóteles, se basa en que la
clemencia humana procede de ejercer las virtudes y abstenerse de los vicios. La
honestidad como la perversión son conductas que adquirimos de la familia, de
los demás y trasmitimos al seno de la sociedad donde vivimos. Por lo que, si
deseamos es poder ver a personas actuando correctamente en un grupo o en una
sociedad justa y equitativa, precisamos, primeramente crear un entorno honesto
en el hogar, en el trabajo, en las asociaciones que pertenezcamos, en el
gobierno, instituciones y demás círculos
sociales.
La
ética de la virtud ayuda a que seamos más independientes, sin que sea inexcusable que otros nos representen,
con lo cual evita en lo posible caer en la arbitrariedad. Pero para ello,
precisamos poner mucha atención en la educación y la adopción de buenos hábitos
para una buena convivencia.
Ahora
bien, tenemos que tener muy presente en los aspectos frágiles de la ética de la
virtud, por una aparte, por ejemplo, desde el seno de una familia o de un
determinado grupo, en no caer, en el nepotismo, en las camarillas y
favoritismos afines; y por otra, que la libertad individual no quebrante las
bases de los grupos, y que el poder gubernamental, como la autoridad en
otras instituciones, no tengan las
poltronas para su mercadeo, pues de lo contrario se prestará muy poca atención
a la dignidad y desvirtuará la esencia de la institución que se representa.
En
nuestro mundo occidental, a corto plazo, desde
un punto de vista individual, la corrupción se hace más seductora y
divertida que la integridad. Pero, desde una perspectiva social, a largo plazo,
una sociedad depravada deviene en una alteración cuantitativa y cualitativa adversa
a las relaciones y al bienestar de los ciudadanos; por el contrario una
sociedad que, en su mayoría, cuida una
conducta ética mitiga la crispación y permanece eficaz y solidaria.
Lamentablemente
en las sociedades dedicadas al culto exacerbado del dinero, el poder y la
vanidad, la mayoría de las veces el principio ético se diluye, se cambia su
forma propia, por esa conducta social, que trata de sobresalir con el objeto de
perpetuar injusticias del grupo
social que las instaura y éstos hacen
parecer éticos los principios que generan su propia actuación, cuando son
normas y estilos de comportamiento que emanan de sus propios y exclusivos intereses.
Hemos
hablado de las éticas religiosas como filosóficas e iniciáticas, cuando en
realidad se basan en meros códigos de conducta. Se transforma sí, la ética en
una “obligación”, suponiendo que el concepto de los justo y lo correcto es lo
establecido desde fuera por el grupo y la sociedad donde el individuo convive.
Y la realidad es que esa imposición normativa de conducta, que debería
inspirarse en la genuina ética, sólo tiene su razón de ser en las necesidades
de la convivencia, la libertad del ser humano limitada en el mismo derecho de
respeto que tienen los demás. Por lo tanto, podemos decir que la ética tiene su
origen en el cuidado moral, para actuar y dejar ejercer en conciencia, desde la
base de la libertad y consideraron.
Marco Tulio Cicerón, gran jurista y filósofo romano dice
en sus “Oficios “: “Yerran,
pues, maliciosamente los hombres corrompidos, cuando asidos de alguna cosa que
les parece útil, al punto la separan de lo ético y honesto. De aquí provienen
los hurtos, robos, asesinatos, etc.; de aquí la dominación insufrible del
demasiado poder. Porque ven los hombres los provechos de las cosas con sus
errados juicios, y no ven el castigo, no ya de las leyes que muchas veces
quebrantan sino de su propia torpeza y perjuicio a los demás, que aún es más
cruel.”
En
conclusión, podemos decir que, los que miden todas las cosas por sus propios
intereses, sin mirar el daño que puedan causar, y no quieren reconocer lo que
prepondera la ética, suelen comparar en sus deliberaciones y actitudes lo ético
con lo que juzgan ellos por “útil” a su propio provecho; ¡no así las personas
de bien!
Marbella,
a seis de mayo de 2016
José Carrasco y Ferrando