lunes, 6 de junio de 2016





LA ÉTICA NO BASTA CON PRONUNCIARLA O ESCRIBIRLA, ES NECESARIO PRACTICARLA

No cabe duda de que la falta de ética es un tema de actualidad. Basta con oír o ver  las noticias, en todos los medios de difusión social, o sencillamente, escuchar una conversación  en la calle para comprobar la ausencia de aliento ético en la  práctica social, especialmente en aquellos que detentan responsabilidades en el ámbito político, sindical, empresarial, etc., siendo un fenómeno alarmante en las actuales sociedades. Considerando que sin una suficiente valentía moral el desarrollo de configuración de la vida comunitaria se debate agónicamente en un estado, por una parte, de pragmatismo relativista, y por otra, en un exacerbado egoísmo, desencanto, banalidad, conformismo, rapacidad y soberbia, quedando como bloque de argamasa ante el deterioro progresivo de lo que ahora se llama “bienestar social”.

La naturaleza del concepto de la ética tiene muchas interpretaciones cuando tratamos de llevarla al terreno de la práctica, entendiéndola como la “praxis” moral que ha de proteger a la sociedad de los ataques de que puede ser objeto, en cuanto a conductas y actitudes que conllevan comportamientos concretos, que una vez realizados pueden encardinarse en el ordenamiento jurídico y demás normas sociales, que deberían coincidir con la ética que los infunde.

Pero, ¿Qué es la ética? La ética, como sabemos, no es una ciencia exacta sino que ésta actúa en concretar algo sobre nuestras intuiciones morales o de las teorías éticas previas, para poder  examinar “lo que es correcto”. Y hay una gran posibilidad de formas de pensar en la justicia, la indulgencia, y lo correcto.

Por ejemplo en la justicia nos basamos en la definición más generalizada clásica: “dar a cada uno lo suyo”, o sea, a cada uno lo que le corresponde. Y ésta debe completarse con la equidad, es decir, teniendo en cuenta las circunstancias particulares del caso. Por ello, se asigna al Derecho la función de encauzar,  informar la sociedad, ajustando su desarrollo y actividades a cánones de justicia e incluso  a pautas éticas.

Para vislumbrar lo que es correcto, a menudo se nos presenta el dilema siguiente: que a veces tengamos que decidir entre lo correcto por razones equivocadas o lo erróneo por consideraciones  correctas y al final tomar una opción.

Así que, tenemos un abanico, en lo sistemas éticos, para determinar lo que sería “correcto o erróneo”. Veamos alguno de ellos:

La deontología, en las profesiones, como por ejemplo: médicos, abogados, policía, etc., nos invita a ceñirnos a un taxativo reglamento moral, no admitiendo visos intermedios, aunque deja una cierta posibilidad para considerar determinadas excepciones a la regla establecida.

 El finalismo, se basa en que ningún suceso es correcto o incorrecto, sino que su acertada o equivocada acción dependerá de la intención que conlleva y de las consecuencias que pudieran derivarse. Así, que, su principal falla es que ante cualquier acto  despreciable se trate de justificar invocando a sus consecuencias, o cuando un grupo pisotea los principios establecidos de una persona.

El pensamiento de Manuel Kant sobre el derecho está incluido dentro de su concepción ética. El problema de la moralidad viene planteado en la “Crítica de la razón práctica”, donde comienza a repudiar los sistemas morales existentes, porque todos son finalistas, es decir, porque en todos ellos el hombre obra para conseguir un fin y el obrar así no es un obrar moral. Es preciso que el hombre obre pura y simplemente por respeto a la ley y no por ninguna otra consideración, como puede ser la esperanza en de una recompensa. La idea kantiana del derecho es paralela a la noción de moral y, como ocurre en el orden ético, también hay en el derecho un principio supremo formulado como imperativo categórico, esto es, que obligue de modo absoluto para todos. Kant prefiere fijarse en el testimonio de libertad: la moral debe garantizar  la libertad interna del sujeto, en tanto que el derecho avala la libertad externa.

Las éticas religiosas, como de las instituciones filosóficas, el Budismo, u Órdenes iniciáticas, también tienen sus propias reglas acerca de la ética en el comportamiento de sus componentes.

En las morales tradicionales, como por ejemplo, en la cristiana, los preceptos o imperativos únicamente resultan obligatorios para sus feligreses que aceptan la condición implícita en ellos: se bueno y justo si quieres alcanzar la salvación.

Las de carácter puramente filosófico, contemplan en su pensamiento ético, verbigracia en el budismo,” a no dañar a nadie, que cualquier cosa que cause amargura es mala, mientras que cualquier cosa que la calme es bienhechora”; enseñando, en su cuarta Noble Verdad,  la manera de eliminar las causas del sufrimiento  a través de la conciencia de uno.

Y en las filosóficas-filantrópicas e iniciáticas, como en la masonería, se vislumbra la creencia de un Gran Arquitecto del Universo, como un principio, un símbolo para que cada quien la aproveche a medida de su sentir, de su inteligencia, sin forma ni figura, sin culto y sin adoración. Para que en base a esta idea cada quien pueda armonizarla con la suya propia. Contemplando, dentro de sus principios un código moral para sus miembros, en el que dentro de sus máximas dice: “sé libre y de buenas costumbres; no hagas mal para esperar el bien; no lisonjees a tu hermano; en la senda del honor, de la verdad y de la justicia está la vida; el corazón de los sabios está donde se practica la virtud, y el corazón de los necios, donde se festeja el egoísmo, la vanidad y la adulación, etc.”

Así que, los miembros de las mentadas  instituciones, como otras corrientes similares, deben de ser  muy cuidadosos en el ejercicio de la ética que predican.

La ética de la virtud, enseñada por Confucio y Aristóteles, se basa en que la clemencia humana procede de ejercer las virtudes y abstenerse de los vicios. La honestidad como la perversión son conductas que adquirimos de la familia, de los demás y trasmitimos al seno de la sociedad donde vivimos. Por lo que, si deseamos es poder ver a personas actuando correctamente en un grupo o en una sociedad justa y equitativa, precisamos, primeramente crear un entorno honesto en el hogar, en el trabajo, en las asociaciones que pertenezcamos, en el gobierno, instituciones y demás  círculos sociales.

La ética de la virtud ayuda a que seamos más independientes, sin  que sea inexcusable que otros nos representen, con lo cual evita en lo posible caer en la arbitrariedad. Pero para ello, precisamos poner mucha atención en la educación y la adopción de buenos hábitos para una buena convivencia.

Ahora bien, tenemos que tener muy presente en los aspectos frágiles de la ética de la virtud, por una aparte, por ejemplo, desde el seno de una familia o de un determinado grupo, en no caer, en el nepotismo, en las camarillas y favoritismos afines; y por otra, que la libertad individual no quebrante las bases de los grupos, y que el poder gubernamental, como la autoridad en otras  instituciones, no tengan las poltronas para su mercadeo, pues de lo contrario se prestará muy poca atención a la dignidad y desvirtuará la esencia de la institución que se representa.  

En nuestro mundo occidental, a corto plazo, desde  un punto de vista individual, la corrupción se hace más seductora y divertida que la integridad. Pero, desde una perspectiva social, a largo plazo, una sociedad depravada deviene en una alteración cuantitativa y cualitativa adversa a las relaciones y al bienestar de los ciudadanos; por el contrario una sociedad  que, en su mayoría, cuida una conducta ética mitiga la crispación y permanece eficaz y solidaria.

Lamentablemente en las sociedades dedicadas al culto exacerbado del dinero, el poder y la vanidad, la mayoría de las veces el principio ético se diluye, se cambia su forma propia, por esa conducta social, que trata de sobresalir con el objeto de perpetuar  injusticias del grupo social  que las instaura y éstos hacen parecer éticos los principios que generan su propia actuación, cuando son normas y estilos de comportamiento que emanan de sus propios y exclusivos intereses.

Hemos hablado de las éticas religiosas como filosóficas e iniciáticas, cuando en realidad se basan en meros códigos de conducta. Se transforma sí, la ética en una “obligación”, suponiendo que el concepto de los justo y lo correcto es lo establecido desde fuera por el grupo y la sociedad donde el individuo convive. Y la realidad es que esa imposición normativa de conducta, que debería inspirarse en la genuina ética, sólo tiene su razón de ser en las necesidades de la convivencia, la libertad del ser humano limitada en el mismo derecho de respeto que tienen los demás. Por lo tanto, podemos decir que la ética tiene su origen en el cuidado moral, para actuar y dejar ejercer en conciencia, desde la base de la libertad y consideraron.

Marco Tulio Cicerón, gran jurista y filósofo romano dice en sus  “Oficios “: “Yerran, pues, maliciosamente los hombres corrompidos, cuando asidos de alguna cosa que les parece útil, al punto la separan de lo ético y honesto. De aquí provienen los hurtos, robos, asesinatos, etc.; de aquí la dominación insufrible del demasiado poder. Porque ven los hombres los provechos de las cosas con sus errados juicios, y no ven el castigo, no ya de las leyes que muchas veces quebrantan sino de su propia torpeza y perjuicio a los demás, que aún es más cruel.”

En conclusión, podemos decir que, los que miden todas las cosas por sus propios intereses, sin mirar el daño que puedan causar, y no quieren reconocer lo que prepondera la ética, suelen comparar en sus deliberaciones y actitudes lo ético con lo que juzgan ellos por “útil” a su propio provecho; ¡no así las personas de bien!

Marbella, a seis de mayo de 2016


José Carrasco y Ferrando



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