LAS ORDENES
DE SION Y DEL TEMPLE
Non nobis Domine, Non nobis,
Sed Nomine Tuo Da Glroriam
MONOGRAFIA PRESENTADA EN LA ASOCIACION CULTURAL
LUCIO ANNEO SÉNECA Nº 179, EN FUENGIROLA (MÁLAGA)
DIA 25 DE OCTUBRE 2014
INTRODUCCION
Este
conciso trabajo trata sobre la historia de ciertas Órdenes o corrientes
iniciáticas antiguas y modernas a lo largo de los siglos pasados hasta nuestros
días. Estas sociedades se caracterizaron, en su tiempo, por su relevante
importancia en la tradición esotérica y el impacto que tuvieron en la sociedad
medieval.
Una
historia de estas corrientes iniciáticas sería una empresa grandiosa, que
necesitaría un conocimiento universal y muchos años dedicado a la
investigación. Con esta modesta aportación no pretendo manifestar poseer unas
cualidades de erudición que se precisarían para elaborar una obra magna
enciclopédica que permitiera desvelar las lagunas y los entresijos de las órdenes
antiguas estudiadas. La única intención de este trabajo ha sido poder divulgar
y aclarar un poco determinados puntos
oscuros y otros contradictorios de su historia, y colocar puentes, donde ha
sido posible, sobre algunos, de los muchos, vacíos existentes.
Gracias al progreso y a los
métodos de investigación existente hoy día, tenemos un campo de información e
indagación nutrido por historiadores de prestigio y demás investigadores que
han aportado mucha luz sobre las corrientes iniciáticas estudiadas, enderezando
entuertos que venían contaminando la memoria colectiva.
Es obvio que, la transmisión de
la tradición iniciática es inherente de la historia de la humanidad y de que
manera los grandes mitos históricos, sin duda alguna, influyen en la evolución
de la sociedad. Por eso es indispensable conocer el pasado para poder preparar
el porvenir.
LA
ORDEN DEL PRIORATO DE SIÓN.
Antes de adentrarnos entre los
entresijos históricos de la Orden Templaria,
por rigor de investigación y por haber estado los miembros del Priorato de Sión
y la Orden del
Temple unidos bajo un mismo Gran Maestre, tenemos que esbozar, al menos, el papel
que jugó las fábulas del Santo Grial y la sociedad secreta del Priorato de Sión
con respecto al Temple.
Según cuenta el mito, el Grial
tiene distintas acepciones y formas: Sangre Real, Santo Grial, copa, vaso, etc.
cuyo simbolismo, muy variado, podríamos decir
que sería la copa de la vida eterna.
La tradición del Grial viene de
Egipto y se sintetiza en la tradición celta donde se le denomina “el caldero
mágico”. Según las leyendas celtas existía un mundo metafísico donde iban los
héroes muertos. Y en la Edad Media
florece la antigua tradición del Grial considerándolo como un vehículo que
transfiere una especie de fuerza sobrenatural iluminadora a los iniciados.
En definitiva, en cualquiera de
las acepciones y formas, el Grial se refería en un poder puesto al servicio de
los pueblos que, cuando se obtenía, se lograba la paz, la felicidad y la
sabiduría. Y ese poder divino a gobernar únicamente lo tenía la davídica
familia, de sacerdotes reyes del Santo
Grial de la Edad Media.
La mayoría de los autores aceptan
que la leyenda o historia de la Sangre Real
comienza al ser coronado David como rey de Israel y a partir de entonces todos
los reyes y emperadores cristianos de Sangre Real ostentaron ese derecho divino
a gobernar como representantes de Jesucristo como único Rey inmortal. Así que,
desde Jesús en adelante Él será el único Rey hasta el fin de los tiempos, y
después los demás serán meros delegados mortales.
Los descendientes de los
dávico-carolingios, a la sazón templarios, tuvieron un destacado papel en la
primera cruzada y fueron, en su mayoría,
los que fundaron la sociedad
secreta del Priorato de Sión y posteriormente la Orden del Temple.
Respecto a la primera nos
preguntamos ¿existió el Priorato d Sión? Y de ser así, ¿qué papel jugó esta misteriosa
sociedad secreta? Según “documentos
Priueré” e historiadores como, J. J. Collins, nos dicen que el origen de
ésta sociedad fue debido a la disolución y unificación en una sola de las siguientes
tres Órdenes: los últimos esenios judíos; los Sabios de la Luz, discípulos de Ormus y los
monjes de la Abadía
de Nuestra Señora del Monte Sión, fundada en Jerusalén en el año 1099. Y así lo
confirman los miembros del actual Priorato.
Según documentos antiguos del
siglo XII, la mayoría de los fundadores del Temple, que más tarde enumeramos al
hablar de dicha Orden, constituyeron en 1090 el Priorato de Nuestra Señora de
Sión, siendo en aquel entones Gran Maestre del Priorato Hugues de Payen. Pero ¿cuál era la finalidad
de la mentada sociedad secreta? Fundamentalmente el objetivo era proteger a los
herederos de la nobleza de David tanto en los tronos de los reinos cristianos
como paganos. Así que, durante una centuria, los miembros del Priorato de Sión
y los caballeros del Temple estuvieron unidos, produciéndose su separación en
la ciudad francesa de Gisors en el año 1188 mediante un pacto y una ceremonia
ritualística simbolizado en la “tala de un olmo”, según consta en los “Dossiers
Secrets”. Desde entonces los caballeros templarios dejaron de compartir el mismo
Gran Maestre y de estar bajo la autoridad de la Orden de Sión emprendiendo solos
una nueva andadura hasta su fatídico final en 1307.
En 1150 el rey de Francia, Luis
VII, otorgó a la Orden
del Priorato la autorización para establecerse en el continente europeo,
instaurando su sede principal en Orleáns. Según documentos del Priorato,
confirman que además tenían extensos fundos en Francia, España e Italia.
Cuando los musulmanes
conquistaron Jerusalén, en 1187, el Priorato tuvo que trasladarse a su sede principal en la Abadía de Saint Samson en
Orleáns.
A partir de ese momento, en 1188,
la Orden de
Sión efectuó una reestructuración interna, nombrando a Jean de Gisors como su primer Gran Maestre y cambiando el nombre
de la institución por el: la
Priueré de Sión, y, según parece confirmar el historiador Steve
Mizrach, también con el
sobrenombre de “Ormus”.
Precisamente
analizando el seudónimo “Ormus” vemos que surge en otros contextos
completamente distintos: en el pensamiento zoroástrico, en los documentos
agnósticos y entre las ascendencias de la masonería. Según documentos
masónicos, Ormus fue el sabio y místico
egipcio de Alejandría, que vivió en los primeros albores del cristianismo. Y
según dice la tradición masónica Ormus fundo un grupo de adeptos iniciados que
llevaban como símbolo distintivo una cruz roja.
La
divisa de Ormus era una gran “M” que llevaba dentro de dicha letra un anagrama,
abrazando las claves de las siguientes letras: la “O”, que podría significar
Ours (oso), Orme (olmo), u Or (oro). Y la propia “M” no es únicamente una sola
letra sino también el signo astrológico de Virgo, el cual lleva la insinuación
de Notre Dame.
No
obstante aunque sea creíble la utilización de dicho renombre, no se ha podido
demostrar documentalmente que realmente lo utilizaran.
Atestiguan vario historiadores
que, según documentos propios del Priorato de Sión, por el año 1619 dicha Orden
se extinguió debido al haber perdido los favores que recibía del rey de Francia
Luis XIII, despojándola éste de todos sus bienes y otorgando sus propiedades a la Compañía de Jesús. Por lo
tanto, el Priorato de Sión estuvo inactivo desde entonces hasta el 25 de junio del año 1956 en que formalizo la
inscripción de sus estatutos internos oficialmente ante la subprefectura Saint-Julien-en
Genevois, y el 20 de julio del mismo año se publicó en el Periódico Oficial de
Francia.
Según los Dossiers Secrets dela
Orden figura una relación, por orden cronológico, desde el primer Gran Maestre,
en 1188, hasta el último habido en el año 1918 Veamos:
Jean de Gisors, Marie de
Saint-Clair, Guillaume de Gisors, Edouard de Bar, Jeanne de Bar, Jean d
Saint-Clair,Blanche d’Evreux, Nicolas Flamel, René de Anou, Iolande
deBar,Sandro Filipepi, Leonardo da Vince, Connétable de Bourbon Ferdinand de
Gonzague, Louis de Nevers, Robert Fludd, J. Valentin Andrea, Robert Boyle,
Isaac Newton, Charles Radclyffe, Charles de Lorena, Maximilien de Lorena,
Charles Nodier Victor Hugo, Claude Debusssy y Jean Cocteau.
De los Grandes Maestres
enunciados tendrían gran relevancia en el temple y la masonería William Saint- Clair y Charles Radclyffe, que luego
veremos.
LA
ORDEN DE LOS
CABALLEROS TEMPLARIOS.
Este sucinto relato basado en una
realidad acaecida en la historia de la Edad Media, está extraído de la recopilación
bibliográfica documentada efectuada por un selecto grupo de
historiadores-investigadores, sobre la
Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (Pauperes
commilitones Christi Templique Solomonici).
Se ha escrito mucho, se ha
investigado no tanto y se seguirá relatando una historia sobre el “enigma” de la Orden de los pobres
conmilitones del Templo de Salomón, tanto por adherentes como por detractores.
Me he dejado llevar por la idea de que lo esencial no es suministrar un saber
de detalles, sino exponer a mis “freires” de hoy lo más plásticamente posible
la concatenación histórica de lo sucedido.
Afortunadamente, gracias al
trabajo de investigación basado en los especialistas y demás historiografía
sobre la Orden
del Templo de Jerusalén, se ha podido desmontar gran parte de falsedades
orquestadas y premeditadas por unas determinadas instituciones públicas interesadas en desprestigiar a los
Templarios, poniendo a la luz la verdad
y devolviendo la laudable reputación que tuvieron, en su tiempo, estas milicias
de Cristo.
Nos remitimos a la primera
información histórica, considerada por los especialistas como la más probable,
que nos da el cronista Franco Guillermo, arzobispo de Tiro sobre los Templarios
relatada entre los años 1175 y 1185, basándose en fuentes ajenas, ya que él no fue testigo de los acontecimientos que describe. Su
información, legendaria y heroica, se ubica cincuenta años después de la
constitución de los Templarios, y en un período donde la culminación de las
cruzadas y los ejércitos de la cristiandad habían conquistado Tierra Santa y
fundado el reino de Jerusalén.
Según Guillermo de Tiro, la Orden de los Pobres
Caballeros de Cristo y el Templo de Salomón se fundó en el año 1118. Relata
éste cronista que su fundador fue el caballero francés Hugues de Payen, hijo del conde de Thibaut, conde de
Champagne. Hugo fue una persona, desde joven, muy devota y entregada a los
pobres y desheredados. Este personaje tenía un especial aprecio hacia los
monjes cistercienses, a los cuales les entregó considerables donaciones. Por
esta razón fue muy apreciado por san Bernardo, quien influyó de manera
considerable para que Hugues ingresara en su monasterio cisterciense de
Claraval. Los fundadores de la Orden de los Pobres Soldados de Cristo fueron los
siguientes:
·
Hugo de Payens
·
Godofredo de Saint-Omer
·
Godofredo Bisol
·
Payén de Mont-Didier
·
Archembaud de Saint Aignant
·
Gondemar (de origen español)
·
Andrés de Montbard
·
Hugo de Champagne
·
Jacques de Rossal
Sigue relatando Guillermo de Tiro
que, Hugues de Payen, noble de la
Champagne, se presentó con sus ocho compañeros de la
nobleza en el palacio de Balduino I, rey
de Jerusalén, cuyo hermano, Godofredo de Bouillon, había conquistado la Ciudad Santa, siendo recibidos,
con significativa hospitalidad, por el rey y por el patriarca de Jerusalén, Garmond de Picquigny,
el cual les dio como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro.
Cediendo el rey una parte del recinto del antiguo Templo de Salomón para
aposento de los caballeros templarios. Y siendo la misión encomendada a los
mismos, en un principio, velar por la seguridad de los caminos, vigilando y
dando protección a los peregrinos que acudían a visitar los santos lugares.
Pero,
¿cuál fue realmente el objetivo de los Templarios? Entre los investigadores e
historiadores aún se debate por desvelar
el fin primordial de la Orden
del Temple. Para J. Guijarro, el gran
propósito de la Orden
era el de ser los guardianes del Grial. Otro, Mateo Bruguera opina que el
Temple se constituyo para garantizar la vida y bienes de los peregrinos camino
a Jerusalén, y además, ejercer una actividad de relaciones diplomáticas entre musulmanes y cristianos.
No
obstante, los historiadores aún debaten varias hipótesis y aún no se ha podido
desvelar si el origen de los Templarios fue una inspiración preconcebida de la Iglesia, o surgió de una
idea meramente particular de sus fundadores de constituir una fraternidad, con
autoridad espiritual, amalgamada de conocimiento, fuerza militar y poder
económico.
Durante los nueve años que los
citados caballeros estuvieron haciendo las tareas de proteger a los peregrinos
en los caminos, fueron pocas veces atacados en defensa de los peregrinos,
porque su presencia de vigilancia armada era bastante disuasoria contra los
ladrones y desalmados.
Posteriormente los Templarios, en
cierta manera, emularon a los llamados “Ribats” del mundo islámico, tanto en el
Al Andalus (España), como en el Magreb y en Oriente, que eran
una especie de conventos amurallados habitados por monjes guerreros de
élite del ejército musulmán. Así como los monjes cristianos moraban en sus
cenobios dedicados a la oración y al trabajo, los Templarios recibían la sagrada
iniciación guerrera para después enfrentarse al enemigo en una cruzada mística.
Nos cuenta Guillermo de Tiro que,
durante los primeros nueve años los nueve caballeros no permitieron que nadie
entrase en la Orden. Y
durante ese período de tiempo la fama de los templarios se extendió por toda
Europa, ensalzando su cristiana empresa las autoridades eclesiásticas y los
monarcas. Publicando el abad de Claraval, San Bernardo, en el año 1128, un
opúsculo alabando las virtudes de los caballeros templarios.
En enero de 1128, la mayoría de
los caballeros regresaron a Europa con motivo del concilio eclesiástico de
Francia, en Troyes, (corte del conde de la Champagne), donde fueron reconocidos y
constituidos oficialmente como orden religiosa-militar. Recibiendo Hugues de
Payen el título de Gran Maestre de la orden y considerando a los caballeros,
desde ese momento, como monjes-guerreros (con los votos de pobreza, de castidad
y de obediencia), en los que la austera disciplina del claustro, unido al
misticismo del compromiso contraído hizo que formaran la Milicia de Cristo.
Dándoles una nueva Regla de conducta, que sustituía a la de San Agustín, basada
en la orden monástica del Cister, cuyo Abad era San Bernardo, y esto supuso
para los templarios un tremendo cargo de conciencia al permitírseles, en
adelante, guerrear y matar, no para obtener bienes o fama para sí mismos, sino
como legítima defensa para la gloria de Dios.
Al año siguiente del concilio de
Troyes, en el 1129, fue tal la repercusión de la fama y la confirmación de la
orden templaria en sus objetivos que ésta se vio colapsada por el gran número
de nuevos caballeros que ingresaron en ella.
Durante los primeros nueve años
de su fundación, los caballeros no iban vestidos con uniforme, sino que usaron
atuendos profanos, utilizando ropa que el pueblo llano les ofrecía como
limosna.
La Regla de los templarios
instauró una jerarquía y un aparato administrativo. Estaban obligados a luchar
hasta la muerte, a menos que el enemigo los
triplicase en número. Y si eran hechos prisioneros no se les permitía
pedir piedad ni ningún tipo de rescate.
El Abad, Bernardo de Claraval,
definía en su De Laude de novae militiae,
las virtudes templarías,
manifestando que eran guardianes de la defensa de la cristiandad y del espíritu
que regiría la Orden:
- La disciplina es
constante y la obediencia es siempre respetada: se va y se viene a la
señal de quien posee autoridad; se viste lo que el distribuye y no se va a
buscar fuera alimentos ni vestiduras (...).
- (...) llevan una vida en
común sobria y alegre, sin hijos ni esposas (...)
- (...) jamás se les
encuentra ociosos ni curiosos
- (...) Detestan los Dados
y el Ajedrez
- (...) No practican
cacerías.
- (...) llevan el pelo
cortado al ras, y la barba hirsuta y descuidada (...), etc.
El papa Inocencio II, en 1139, promulgó una
bula declarando que los templarios no acataban lealtad a ningún poder civil o
eclesiástico salvo al propio papa, por lo tanto tendrían su propia autonomía.
Fue a partir del concilio de
Troyes cuando se les asignó a los caballeros templarios un hábito blanco, por
mandato del papa Honorio II y de Esteban, patriarca de Jerusalén. Al principio,
el hábito fue usado por todos, es decir, por
los caballeros, sirvientes y escuderos. Sin embargo, en 1140, ante el
problema que crearon los sirvientes (en su mayoría casados), que usaban también el hábito blanco,
confundiéndolos con los caballeros profesos, dio motivo a que se reuniera el
Consejo Capitular de la Orden
que enmendó tal situación, permitiendo llevar el hábito blanco y capa
únicamente a los Caballeros profesos. Posteriormente la Orden también creó dos
clases de caballeros: los caballeros seglares que se obligaban a no casarse y a
mantener el voto de castidad, y los caballeros de la orden tercera que podían
ser solteros o casados.
En 1146, a instancias de san
Bernardo, el papa Eugenio III concedió a
los caballeros templarios la merced de
llevar sobre su hombro izquierdo y sobre su pecho la cruz pateé, para recordar
que Cristo caminando hacia el calvario la llevó sobre su hombro izquierdo. Así
mismo, la cruz que llevaban sobre el pecho hacía mención al Evangelio de san
Lucas, cuando dice: Porque donde esté
vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón (…)
En efecto, el centro vital de
nuestro Ser es el corazón, y en él se encuentra nuestra identidad personal; en
él tanto se encuentra nuestro núcleo
vital, como el origen donde brotan las energías físicas, afectivas,
intelectuales y espirituales. Y la
Orden del Temple cumplió el viejo principio que dice: “el
obrar sigue al Ser”; porque según fue la identidad de su Ser, así fue su modo
de actuar.
El papa Honorio II, concedió
permiso a la Orden
de los Caballeros Templarios para que se expandieran por toda Europa, siendo
los freires de diferentes
nacionalidades: españoles, franceses, portugueses, ingleses y alemanes, y
usaban el latín como lengua común.
Los reinos españoles estuvieron
marcados durante unos doscientos años por la presencia templaria, y
especialmente, estuvo como primera fuerza en el territorio catalán-aragonés,
interviniendo en la conquista de Mallorca, Valencia y Murcia, donde dejaron una
huella histórica de singular importancia.
Los
templarios se instalaron en Portugal en
tiempos de la condesa Teresa de León, de
la que reciben el castillo de Soure y la villa de Fonte Arcada en 1127,
a cambio de su colaboración en la Reconquista. En 1145
reciben el Castelo
de Longroiva por su ayuda a Alfonso Henriques
en la toma de Santarém. En 1147
reciben el castillo de Cera,
cerca de Tomar, que se convertiría en su sede regional. De
este modo los templarios se asentaron muy bien en Portugal. El primer Gran
Maestre de la Orden
en Portugal fue Guillelme. En ese tiempo, el reino de Aragón, el condado de
Barcelona y Portugal fueron los primeros en pedir la ayuda de las Milicias
Templarías.
Los Templarios,
en la Corona de Aragón, comienzan a establecerse en la zona oriental
de la Península
Ibérica en el año de 1130.
En 1131 el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III
el Grande, casado con doña María, hija del Cid, pide su entrada en la Orden, a la cual le viene concediendo
bienes desde el año 1124, como el castillo de Grañena de Cervera, con su señorío y vasallos. Y fue en 1143, cuando, con
motivo del concilio celebrado en Gerona, quedó fundada formalmente la Orden del Templo en dicho
condado. Don Ramón Berenguer IV formaliza un acuerdo con los templarios para
que le ayudasen en la Reconquista, y en la concordia de Gerona en 1143,
por la que recibieron los castillos y villas de Barberá, Chalamera, Monzón,
Remolins y el castillo de Corbin. En este pacto también se incluyó que
cualquier paz o tregua tendría que ser consensuada también por los templarios,
y no únicamente por el rey.
Por la intervención de
los templarios en las conquistas del sur,
del Patrimonio del Casal de
Aragón, en 1148, éstos recibieron tierras en Tortosa (de las que tras comprar las partes al
príncipe de Aragón y conde de Barcelona y también, a los genoveses, quedaron
como únicos dueños) y también en Lérida (donde se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que se prolongó
hasta 1153, cayeron las últimas plazas enemigas de la
región, recibiendo los templarios Miravet, que
era un importante enclave en el río Ebro.
El rey Alfonso I de Aragón, el Batallador, fue un monarca que
supo estructurar su política desde una configuración imperialista, fundando
congregaciones de corte templario en sus tierras, antes de la llegada de la Orden del Templo.
En el año 1131,
el rey Alfonso I de Aragón,
deseando que su reino quedara con garantía de ser defendido, otorga un primer
testamento dejando como herederos a las Ordenes del Santo Sepulcro del
Señor en Jerusalén; al Hospital de los Pobres de Jerusalén, y al Templo del
Señor con las milicias que velan para defender la cristiandad. Legando,
también, su caballo y todas sus armas, para que los posean en tres justas
partes. Además, en mérito a la valentía demostrada por las Milicias Templarias
en la toma de la ciudad de Maquinenza, les concedió el honor de ser los responsables
de la custodia del cáliz de ágata del Santo Grial de Nuestro Señor Jesucristo,
antaño guardado en el Monasterio de las Peña y hoy custodiado en la catedral de
Valencia.
Posteriormente en el año 1134, el rey Alfonso I de Aragón,
unos meses antes de morir como consecuencia de las heridas sufridas en la
batalla de Fraga, confiere un segundo
testamento dejando todo su Reino e Imperio al Santo Sepulcro del Señor en
Jerusalén, al Hospital de los Pobres en Jerusalén y a los Caballeros del Templo
que defienden la cristiandad en Tierra Santa.
Como todos los
testamentos, cuando el relicto patrimonial es muy sustancial, como en
este caso, en las herencias vienen las interpretaciones sesgadas según las
partes interesadas. Es a partir del año 1134, cuando el rey confirma su
testamento y muere, sin herederos descendientes, durante la citada batalla de
Fraga y comienzan a suscitarse las
controversias. Y Alfonso VII de Castilla intenta manipular una serie de
intrigas y pretextos para sucederle, objetivo que no logra. El pueblo aragonés
ofrece la corona a Pedro Teresa, caballero de la Milicia de Monreal, quien
declina tal responsabilidad. Posteriormente la corona de Aragón se la ofrece al
hermano del rey fallecido, Ramiro II, monje benedictino y obispo de Barbastro y
Roda, quien la acepta. Éste se casa, con dispensa papal, con Doña Inés de
Poitiers, con la que tuvo una hija llamada Petronila, la cual se casa con el
conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, nombrándolo Ramiro II, príncipe de Aragón y abdicando en
favor de su hija, a la que le encomienda la regencia de su reino. En resumen,
los templarios, que nunca renunciaron al derecho en la herencia de Alfonso I,
llegan a un acuerdo con la Corona de Aragón, en el cual renuncian al testamento a cambio de obtener una serie de
privilegios, donaciones y rentas, con la condición de reservar sus derechos a
la herencia, siempre y cuando el conde
Ramón Berenguer IV falleciera sin sucesión.
Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida del imperio
transpirenaico aragonés, los Templarios se convirtieron en custodios del
heredero a la corona, propiciando la subida al trono del rey Jaime I el
Conquistador, educado por los templarios en el castillo de Monzón. Éste
contaría con el apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde recibirían un tercio de la
ciudad, así como otras concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un tercio de
la ciudad). El mismo rey se nos presenta como el rey del Grial, por su nacimiento
“milagroso”, por la tutela de los templarios, por la espada templaria que le
dieron los Caballeros, así como por su participación en el “prodigio” griálico
de los corporales de Daroca.
Tiempo más tarde, en el año 1149,
el rey de Navarra Garci VI, concedía en todo su reino exención de tributo y
canon a los templarios que quisieran
residenciarse en él.
Los templarios se
mantuvieron fieles al rey Pedro III de Aragón,
permaneciendo a su lado durante la excomunión que sufrió a raíz de su lucha
contra los angevinos de
Francia en Italia.
Finalmente los Templarios se asentarán en Aragón
gracias a la absorción de la
Orden del Santo Redentor, de Teruel, en 1196, que a su vez,
se había beneficiado de la disolución de la Orden de Monte Gaudio en 1188, fundada en
Alfambra.
En Inglaterra, país muy
unido a Francia, dado que en la época el Rey inglés era a la sazón (entre otros
títulos) Duque de Normandía y señor de numerosos feudos franceses,
la Orden estuvo
presente muy rápido. Si bien su presencia no alcanzó la extensión que poseía en
Francia, no es menos cierto que fue de vital importancia, no sólo
territorialmente, sino políticamente. De hecho, el Ricardo I de
Inglaterra, conocido como Ricardo Corazón de
León , fue un benefactor de la Orden y un importante miembro de ella, tanto que
su escolta personal la componían templarios y que a su muerte dicen, fue
vestido con el hábito de los mismos. Asimismo tuvo gran simpatía por los
templarios Guillermo El Mariscal,
que fue considerado en su época el mejor caballero que había montado a caballo.
Los templarios no
estuvieron oficialmente en Polonia hasta el siglo XIII, cuando el príncipe silesio Henryk Brodaty les cedió propiedades en
las tierras de Oławy
(Oleśnica Mała) y Lietzen
(Leśnica). Más tarde Władysław
Odoniec les donaría Myślibórz,
Wielka Wieś,
Chwarszczany
y Wałcz. El
príncipe polaco Przemysław
II les entregaría Czaplinek.
La Orden
llegaría a tener en Polonia al menos, doce komandorie (comendadores),
que según algunos historiadores pudieron ser hasta cincuenta. A pesar de su
lejanía de Tierra Santa y del Mediterráneo,
que era el centro de la Orden,
llegaría a haber entre ciento cincuenta y doscientos caballeros en Polonia, de
procedencia mayoritariamente germánica. A la disolución de la Orden, la inmensa mayoría de
ellos se pasaron a la Orden
de los Caballeros
Hospitalarios y a la de los Caballeros Teutónicos
(Deutschordensland o Ordenstaaat) que se
formó en 1224 durante las Cruzadas bálticas,
cuando los caballeros de la Orden Teutónica conquistaron a los paganos
Prusianos.
La presencia en
Hungría, así como en la mayor parte de Europa Oriental, se basaba en el afán
colonizador de los monarcas del este europeo. Nunca tuvieron grandes propiedades
en suelo húngaro, siendo la Orden Teutónica y la del Hospital
las más favorecidas. Tuvieron un mínimo de dos casas en Hungría central, una en
Esztergom y otra en Egyházasfalu,
además de un castillo en Léka. En Croacia, en aquel entonces parte del Reino
Húngaro, tuvieron varias fortalezas, como las de Vrana y Kliss, y fue la región
donde ejercieron más influencia. Los registros sobre la extinción de la orden
bajo el reinado de Carlos I de Hungría
son muy escasos y se desconoce lo que aconteció. Tras la disolución de la
orden, sus propiedades pasaron a manos de la Orden de los Hospitalarios, quienes también
heredaron el título de Ispán de Dubica, ostentado
hasta entonces por el Maestre templario.
Los
intereses de los templarios, a parte de la guerra contra el infiel, eran además
de unos paladines de la diplomacia, pues en la mayoría de los niveles políticos
intervenían como mediadores oficiales en las disputas de los monarcas, sometiéndose
a la autoridad de su arbitraje. Gracias a las excelentes relaciones que
mantenían con las culturas islámica y judaica fueron receptores y trasmisores
de nuevos conocimientos, nuevas ciencias. Se puede decir que detentaban la
mejor tecnología del momento en arquitectura, armamento, ingeniería, artes
militares, medicina, hospitales etc. Contribuyeron de manera significativa en
la geodesia, cartografía, navegación, etc. Además, por la documentación y
simbología reflejada en las Preceptorías, se sabe que eran versados en
disciplinas como la astrología, la
astronomía (que en ese entonces estaba unida a la anterior), la alquimia, la
geometría sagrada y la numerología cabalística y Pitagórica. Contaban con una
importante flota naval, con puertos propios, y fueron los primeros en usar la
brújula magnética.
Aunque no
hay un registro oficial de los Grandes Maestres de los Templarios, porque los
archivos del Temple, en parte, fueron quemados o desaparecidos, sí existe una
recopilación que data de 1342 en la cual nos basamos, como sigue.
Sobre el sello de la Orden del Temple hay una polémica entre los
historiadores respecto a su interpretación: para algunos señalan que los dos caballeros montados en un mismo
caballo da a entender la pobreza de los freires en sus inicios que debían
compartirán caballo entre dos; otros opinan que es en recuerdo a los dos caballeros, Hugues de
Payns y Godrofredo de Saint Omer, que le dieron a la fundación el nombre de
Orden del Temple Y por último, como apunta el historiador Antonio Galera Gracia
en su documentado libro, “La verdadera
historia de la Orden
del Templo de Jerusalén”, expone una explicación que parece más razonable al
decir que “La imagen de dos jinetes montados en un mismo caballo que hemos
podido ver en sellos templarios en
algunas construcciones no era más que un símbolo que denotaban y daban a
entender que en esa comunidad hasta el
más mínimo y pobre de los bienes que poseían eran compartidos por todos los
hermanos que lo totalizaban.”
En fin, el legendario medieval símbolo sigue envolviendo un oculto misterio
que hasta hoy no se ha podido comprender.
Maestres
de la Orden del
Temple
- Hugo de Payens (1118-1136)
- Robert de Craon (1136-1146)
- Evrard des Barrès (1147-1151)
- Bernard de Tremelay (1151-1153)
- André de Montbard (1154-1156)
- Bertrand de Blanchefort o Blancfort(1156-1169)
- Philippe de Milly (1169-1171)
- Eudes de Saint-Amand (Odón de Saint-Amand)(1171-1179)
- Arnaldo de Torroja (1180-1184)
- Gérard de Ridefort (1185-1189)
- Robert de Sablé (1191-1193)
- Gilbert Hérail (1193-1200)
- Phillipe de Plaissis (1201-1208)
- Guillaume de Chartres (1209-1219)
- Pedro de Montagut(1219-1230)
- Armand de Périgord (1232-1244)
- Richard de Bures (1245-1247)
- Guillaume de Sonnac (1247-1250)
- Renaud de Vichiers (1250-1256) (0 1252?)
- Thomas Bérard (1256-1273)
- Guillaume de Beaujeu (1273-1291)
- Thibaud Gaudin (1291-1292)
- Jacques de Molay (1292-1314). Último Gran Maestre
Las derrotas que tuvieron los templarios
ante Salah al-Din Yusuf, mejor
conocido en occidente como Saladino, sultán de Egipto, les hicieron
retroceder en Tierra Santa. Así, el 4 de julio de 1187
tuvo lugar, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Oeste del Mar de Galilea), el enfrentamiento del ejército cruzado, formado por templarios y hospitalario, a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo
de Châtillon contra las tropas islámicas. Inflingiendo, Saladino,
una tremenda derrota a los cruzados y cayendo prisionero en la batalla,
el Gran Maestre de los templarios (Gérard de Ridefort).
Este importante hecho causó la toma de
Jerusalén por Saladino, terminando, en un santiamén, con el Reino cristiano que
había fundado Godofredo de Bouillón.
Sin embargo, el
impacto de este acontecimiento en Occidente provocó en principio, una nueva y tercera
cruzada liderada por Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el famoso
rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León y el rey de Francia Felipe II,
Augusto.
Esta nueva amenaza para los musulmanes, más la
habilidad de Ricardo I Corazón de León de Inglaterra,
logró negociar con Saladino un acuerdo para convertir a Jerusalén en una
especie de "ciudad abierta" para el peregrinaje, también, de los
cristianos.
Después del desastre de
Hattin, las cosas fueron de mal en peor, y en 1244
cayó definitivamente Jerusalén, recuperada dieciséis años antes por el
Emperador Federico II
por medio de pactos con el sultán al-Kamil, y los templarios se vieron
obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos
grandes órdenes monástico-militares: los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.
Las posteriores
cruzadas: la Cuarta, la Quinta y la Sexta, a las que evidentemente se alistaron los
templarios, no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa, o fueron episodios
descabellados como fue el caso de la Cuarta Cruzada, con la toma de Bizancio.En 1248,
Luis IX de Francia
(conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, liderándola él mismo, pero no la
conduce a Tierra Santa, sino a Egipto. El error estratégico
del Rey, más las peste que sufrieron los ejércitos cruzados, le llevaron a la
derrota en Mansura, cayendo prisionero el propio Luis IX. Y
fue gracias a los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, que
pudieron negociar la paz y le prestaron a Luis IX
la enorme suma de dinero del rescate que debía pagar para su liberación.
En 1291
tuvo lugar la caída de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su
Maestre, Guillaume de Beaujeu,
lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el
fin de la Orden,
que mudó su Cuartel General a Chipre, isla que antaño
habían poseído tras comprarla a Ricardo Corazón de
León, pero que hubieron de devolver al rey inglés ante la rebelión
de los habitantes.
Esta convivencia de
Templarios y soberanos de Chipre fue incómoda, hasta el extremo que el Temple
participó en la revuelta palaciega que destronó a Enrique
II de Chipre para entronizar a su hermano Amalarico II,
hecho que permitió a los templarios la supervivencia de la Orden del Temple en la isla
hasta varios años después de su disolución en el resto de la cristiandad (1310).
Tras la expulsión de
Tierra Santa los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su
nueva penetración en el Oriente Medio desde
Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que logró
hacerlo, pues, tanto la Orden
de los Hospitalarios, como la Orden de los Caballeros Teutónicos
dirigieron sus intereses a otros diferentes lugares. La isla de Arwad,
perdida en septiembre de 1302, fue la última posesión de los templarios en
Tierra Santa. Los jefes de la guarnición murieron heroicamente como: Barthélemy
de Quincy y Hugo de
Ampurias, y otros fueron hechos prisioneros como, fray Dalmau
de Rocabertí.
Este esfuerzo se revelaría poco tiempo después
como inservible; no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el
hecho de que los intereses habían cambiado y a la mayoría de los monarcas cristianos
no les interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, por lo que los
templarios se hallaron sin poder ejercer su misión principal. Dicen los
historiadores que una de las razones por las que, al parecer, Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo
capturaron, era con motivo de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada. Pero esta
suposición no está probada.
Los
Templarios nunca estuvieron al servicio de diferentes reinos, sino únicamente
ofrecían a los reyes, bajo cuya
autoridad estaban, el servicio de sus armas para luchar contra los
moros, y no se inmiscuían en luchas intestinas entre los soberanos cristianos.
Hay que
decir que la caída de los Caballeros Templarios, con su detención, prisión,
interrogatorio y tortura, fue uno de los acontecimientos más sonados y
documentados de la Edad Media.
Desde hacía años, Felipe IV venía fraguado la supresión de la Orden del Temple por varios
motivos, y entre los más significativos
estaban los siguientes: el rey le debía mucho dinero a la Orden del Temple; deseaba,
pero no podía, ejercer ningún control sobre ésta; codiciaba el importante patrimonio
de la orden; y había solicitado ingresar en la orden siendo rechazado por lo
templarios. Además de todo esto, Felipe IV había sufrido una tremenda
humillación cuando, huyendo de la muchedumbre de los rebeldes de París que lo
querían matar, pudo salvar su pellejo gracias a los templarios que le dieron
protección en su Preceptoria. Por tanto, estos factores fueron suficientes para
que elaborara una lista de acusaciones falsas, entre ellas la herejía, que le
sirvieran de excusa para poder actuar y apoderarse del patrimonio de la Orden del Temple.
Sobre la personalidad de
Felipe IV, apodado popularmente “El Hermoso”, "El
Rey de Mármol" o "El Rey de
Hierro", podemos decir que éste padecía de una patología compulsiva de
crueldad férrea, que anteponía para lograr sus deseos. Entre los personajes que
lo trataron figura el obispo de Pamiers Bernard Saisset, que dijo de él: «No es un hombre ni una bestia. Es una
estatua sin piedad».Y el mismo Papa Bonifacio VIII lo tildaba de «falsificador» y “brutal”
Si tuviéramos que
analizar actualmente los aspectos más distintivos de la personalidad de Felipe IV, desde el punto de vista de la Criminología,
podríamos destacar dos rasgos fundamentales de su supuesta psicopatía. Uno,
sería el plano emocional, o sea, todas aquellas particularidades personales que
hacen que el sujeto se desvincule de su elemento más esencialmente humano. Es
decir, su incapacidad de sentir misericordia o arrepentimiento hacia las demás
personas. Este tipo de personaje suele ser primordialmente mentiroso, cruel,
egocéntrico y manipulador. Y el otro rasgo característico, es su agresividad,
donde lo fundamental es sentir
excitación, tensión, sin más meta que el actuar de manera violenta
empujado por sus arrebatos o caprichos.
Según
cuentan los cronistas de la época entre 1303 a 1305, el rey de Francia y sus
consejeros planearon el secuestro y muerte del papa Bonifacio
VIII, e indujeron el homicidio por envenenamiento (en unos higos) al pontífice
Benedicto XI, por no doblegarse éstos, a las exigencias de dicho rey y por
haber seguido protegiendo a la
Orden del Temple. Todo lo dicho, nos da una clara idea de la
clase de persona que era el rey Felipe IV. Así que, cuando éste, se le presentó
la ocasión, puso en práctica el plan preconcebido para suprimir a los templarios,
a los cuales envidiaba y detestaba. Como prueba palmaria nos remitiremos al
testimonio del proceso que hubo contra los tales caballeros templarios, en el
cual se ha dejado a la luz un vergonzoso
sumario donde se aprecia que,
únicamente, se defendía a ultranza los intereses particulares de Felipe
IV, con la complicidad del papa Clemente V, así como la completa indefensión de
los caballeros templarios que fueron detenidos, torturados y asados en la
hoguera.
Actualmente,
se puede decir a los cuatro vientos, con documentación probatoria en mano, que la Orden del Temple fue
injustamente condenada, siendo inocente de todos los cargos que en su día le
fueron imputados. Las calumnias, crímenes, pecados, nefandos y sacrílegos atribuidos a los Caballeros del Temple fueron
puras falsedades confeccionadas hábilmente por Felipe IV, que cayeron por
sorpresa sobre sus cabezas, tal como concibió el nefasto monarca. Y cuya tarea
le fue facilitada, aún más, por las falsas acusaciones aportadas por su
cómplice y traidor de el ex caballero francés Esquin de Floyran, que fue
expulsado de la Orden
por ser un mal cristiano y ladrón. Este acontecimiento, podríamos decir, fue la
ingratitud que le tenían reservado a los
templarios, que tanta sangre habían derramado por defender los Santos Lugares,
la religión cristiana, el
engrandecimiento de los monarcas, de los papas, y cuya única falta cometida fue
el haber generado riqueza, ganada legalmente para toda la Orden, y no para los monjes
templarios.
En 1305
el rey Felipe IV, uno de los monarcas más pérfidos y crueles de Francia, consiguió que se
eligiese pontífice a su propio candidato, el arzobispo de Burdeos, el cual, una
vez proclamado papa tomó el nombre de Clemente V. Por tanto, estando éste en
deuda con el monarca francés se tuvo que
doblegar a las exigencias del rey para, de esta manera, lograr aniquilar a los
templarios que estaban bajo la autoridad personal del pontífice.
La
fatídica madrugada del 13 de octubre de 1307, el papa Clemente V decretaba, en
Aviñón, la bula “Pastoralis
praeminentiae”, en la cual vertía serias acusaciones contra los
caballeros de la Orden
del Templo, diciendo que habían caído en pecado de apostasía, herejías, etc., y
ordenando, a su vez, la inmediata detención de los mentados caballeros allá
donde fueren encontrados en Francia, en sus encomiendas, conventos, etc. Así
como, la incautación de sus bienes, disolviendo la Orden. Un año después,
el 12 de agosto de 1308, tras la promulgación de la bula “Regnans in coelis,
convoca la celebración de un Concilio en Vienne y ordena a los monarcas
españoles que requisen las propiedades de los templarios y los detengan hasta
que se les cite para el proceso inquisitorial, orden que no acatan,
Ante
esta oposición de los reyes españoles, el mismo Felipe IV envió cartas a
los monarcas, entre ellos al rey Jaime
II de Aragón, denunciando tales calumnias e incitándole a que actuara contra la Orden del Temple;
contestándole éste último, que los Caballeros Templarios “habían vivido de manera digna de
encomio como hombres de Religión…” y por tanto, no consideraba fundadas las
aberraciones que le atribuía el rey francés a dichos caballeros, ya que éstos
siempre habían sido fieles al servicio de la corona reprimiendo a los infieles.
Y en estos mismos términos, también le contestaron los demás monarcas.
Posiblemente
nunca sabremos si los Caballeros Templarios fueron conscientes de que pesaba
sobre ellos su aniquilación, ó si sabiéndolo, caminaron como corderos
resignados hacia el matadero. Cabe pensar, en base a las presunciones y documentos estudiados, que, ni fueron unos
puros ingenuos, ni tampoco que resueltamente caminaron dócilmente hacia el tormento y la hoguera. Piénsese que
los caballeros jerarcas de la
Orden del Temple eran ilustrados, muchos de ellos nobles, con
unas relaciones e informaciones
excelentes, además de tener una gran influencia y poder entre los monarcas de
occidente. Además, recapacítese, que si éstos, sabían o sospechaban de la trama
que se llevaba entre manos Felipe IV, como sería lo más probable, nunca pensaron que
el papa Clemente V osaría en
traicionarlos.
El
proceso llevado a cabo por La Santa Inquisición, duró seis años largos,
haciendo sufrir a los templarios condenados, interrogatorios interminables
mediante torturas como: el potro, la garrucha, la toca, etc., además de los
innumerables maltratos inhumanos mientras éstos estuvieron vivos en sus
ergástulas de Francia.
Todas
las acusaciones atribuidas a los templarios que militaban tanto en Francia,
como en España, fueron negadas por éstos. Los obispos y los inquisidores
formularon los cargos según les convenía, no permitiendo que se pudiera indagar
con objetividad la verdad. Las imputaciones más importantes que formuló la
curia pontificia contra los templarios fueron aproximadamente unas 127, más las
acusaciones recogidas por los tribunales en
88 artículos, entre las cuales versaban, entre otras, las siguientes:
- Si al ser admitidos se les obligaba a la
abjuración.
- De idolatría.
- Si negaban la divinidad de Cristo.
- Si consideraban a Jesucristo un profeta.
- Prácticas obscenas y homosexuales.
- Si escupían a la Cruz al ingresar en la Orden.
- Si adoraban
un gato, ídolo ó baphomet.
- Si el Gran Maestre impartía sacramentos, etc.
Los
inquisidores dieron una libre y variada fantasía sobre el mítico Bafomet,
durante los interrogatorios que llevaron a cabo a los caballeros templarios, a
comienzos de 1307; de los que se desprende que éstos poseían dicha reliquia
llamada “in figuram baffometi”, a través de la cual, por su meditación
transmitía un conocimiento mágico. Este ídolo Bafomet parece, según las
crónicas, que se trataba de un cráneo de calavera, o cabeza de madera o
metal, que se custodiaba dentro de una
hornacina o cofre, en un ropero dentro de la propia encomienda. Hay que decir
que estos relicarios eran muy comunes en la mayoría de las comunidades
religiosas. Además, en la interpretación de simbolismos, encontramos en el
Zóhar, la “cabeza mágica” que simboliza la luz astral; en el arte medieval
simboliza la mente y la vida espiritual, por cuya razón aparece con frecuencia
como tema decorativo. Por otro lado, en su Timeo, Platón dice: “La cabeza
humana es el mundo”. En el lenguaje simbólico egipcio tiene el mismo sentido. Así,
Géminis (símbolo de la naturaleza dual) se representa por seres dotados de dos
cabezas o dos rostros como el Jano romano. Y tres cabezas o rostros aparecen en
la figura de Hécates, denominándose triforme, que simboliza los “tres niveles”
(cielo, tierra, infierno). Por tanto, podemos decir que, “el Bafomet”, era un
símbolo esotérico de carácter bien filosófico o iniciático, si ningún atisbo de
veneración idolátrica.
También cabe decir, por
la documentación existente, que los templarios tuvieron uno de sus más
lucrativos negocios en la comercialización de reliquias. Éstos distribuían el
óleo del milagro de Saidnaya, un
santuario a 30 Km.
de Damasco, a cuya Virgen se atribuía el milagro de
exudar un líquido oleoso, embotellándolo en pequeños frascos, por todo
Occidente. También, es sabido, que comercializaron numerosos fragmentos del Lignum Crucis, la Santa Cruz, en la que
la tradición decía que había estado crucificado Jesucristo.
Las operaciones económicas de los templarios tuvieron
como objeto dotar a la Orden
de los fondos suficientes para financiar en Tierra Santa, un ejército en pie de
guerra constante. Por ello, el lema de la Orden era:”Non nobis Domine, Non nobis, Sed
Nomine Tuo Da Glroriam”, o sea, “No para nosotros Señor, no para nosotros, sino
en Tu Nombre danos Gloria.”
Hoy ha
quedado evidenciado, documentalmente, que el origen del proceso contra los
Templarios, fue manipulado por intereses personales del rey de Francia Felipe
IV, con la complicidad del papa Clemente V para incautarse de todo el
patrimonio de los templarios y deshacerse del poder que tenía la orden. Una vez
que el rey expolió el oro, las joyas y determinados bienes a la Orden del Temple, el exiguo
resto de su fortuna, siguiendo las directrices de Clemente V, pasaron a la Orden del Hospital de San
Juan de Jerusalén que controlaba la iglesia.
Igualmente
Clemente V, ese mismo año, ordena al rey Jaime II de Aragón y Conde de
Barcelona que se incautara de todos los bienes de la Orden del Templo en su
reino, y tomara presos a los Maestres
Don Jimeno de Lenda, Don Pedro de Queralt y a todos sus caballeros de Aragón,
Cataluña y Valencia, siendo también éstos victimas de acusaciones falsas, malos
tratos y vejaciones, como pretexto para arrebatarles los bienes en favor de la Corona. Pero, a diferencia de
los templarios franceses que se entregaron sin resistencia, el 13 de octubre de
1307, a
las autoridades de Felipe IV de Francia; en España no pasó lo mismo, ya que
dichos caballeros sí que presentaron férrea resistencia con sus armas contra
los agentes y a las tropas de los monarcas de los reinos de Aragón y Castilla.
Realmente,
en los territorios de la península ibérica, ningún monarca tenía
motivaciones fundadas para deshacerse de
la Orden del
Temple, ya que ésta cumplía, como milicia consagrada al servicio del Papa, una
función primordial en la lucha contra el Islam y en defensa de los territorios
de las coronas. No obstante, ante el acatamiento de las directrices dadas por
Clemente V, se sucedieron principalmente los siguientes acontecimientos armados, en nuestro suelo
patrio:
Habiendo
hecho caso omiso el rey Fernando IV de Castilla, (llamado “el Emplazado” por
los dos hermanos caballeros inocentes a quienes condenó a muerte), a la anterior bula del papa, nuevamente
Clemente V, emite una segunda bula “Ad omnium fere notitiam” al citado rey,
amenazándolo para que detenga a los templarios y confisque todos sus bienes. Es
en ese momento, cuando Fernando IV ordena al Maestre de la Orden del Temple la entrega
de las fortalezas de Alcañiz, Faro, Ponferrada, San Pedro de Latarce, además
del traspaso de Alconchel, Badajoz, Burguillos, Frenegal, Montalbán y Jerez de
los Caballeros. En esta última guarnición al no entregarse, fueron ejecutados
tanto el Comendador como los caballeros supervivientes que murieron degollados
en manos de los propios soldados cristianos. Hay que decir que ante estas
circunstancias, los templarios españoles, con la ayuda de sus freires
portugueses opusieron feroz resistencia contra el sitio importante “La Puente de Alcántara”,
apoderándose de ella, lo que les permitió, durante un tiempo, evacuar
cargamento y personal hacia Portugal, que era un reino seguro.
Los
templarios se hicieron fuertes en sus castillos de Alcañices y Alba de Aliste
(Zamora), Villalba y Castillo de Bayuela (Toledo), igualmente en Capilla,
Almorchón, Valencia del Ventoso, Burguillos, Alconchel, Jerez de los
Caballeros, y demás fortalezas, donde permanecieron hasta el año 1310.
Posteriormente se celebró un Concilio en
Alcalá de Henares, donde los templarios
fueron absueltos y declarados inocentes de todas las imputaciones atribuidas a ellos, abandonando
éstos dichas plazas.
Sobre
el reino de Aragón, la resistencia de los templarios fue muy semejante a la de
Castilla, centrándose en una serie de castillos, en donde hubo, según las
crónicas, una fuerte oposición armada de los mismos, contra las tropas reales.
Veamos: en la fortaleza de Peñíscola (Castellón) se rindieron en febrero de
1308; en Ascó (Tarragona) igualmente depusieron las armas en la misma fecha que
la anterior; en Alfambra (Teruel) fue en mayo de 1308; en Cantavieja (Teruel)
la fortaleza se rindió en agosto de 1308; en Villa(Teruel) se entregaron en
octubre de 1308; en Castellote (Teruel) sucumbió en noviembre de 1308; en
Miravet (Tarragona) se rindieron en diciembre de 1308; en Monzón (Huesca)
aguantaron hasta junio de 1309; en Chalamera (Huesca) depusieron las armas en
febrero de 1308. Hubo además otras resistencias de los templarios en los
siguientes lugares: Bagá, Barberá de la Conca, Espulga de Francoli, Ripio y Vic, etc.
En el
reino de Aragón, no es la Orden
del Hospital de San Juan de Jerusalén la que recibe las posesiones de la Orden de los Templarios,
sino, es la Orden
de Montesa, constituida en Valencia por el propio rey Jaime II, la receptora de la administración de todas las
propiedades de la Orden
del Templo.
Respecto
al rey de Navarra, hijo de Felipe IV, siguiendo las pautas de su padre, también
procedió a la detención y confiscación de los bienes de los templarios en su
territorio pocos días después de hacerlo en Francia. Sin embargo, el Temple en
el reino de Navarra pudo conservar una cierta libertad en lo concerniente a su
ideario esotérico.
Una vez
que los monarcas y la Santa Sede
saquearon todo el patrimonio de los templarios, se reunió el Concilio
Provincial de Tarragona, en 1312, llegando al cinismo de declarar a la Orden del Temple inocente de
todos los cargos, absolviéndola; y dando la razón a los caballeros templarios como personas de honor
e inocentes de toda herejía y crimen, después de haberles causado tantas
muertes, sufrimiento y derramamiento de sangre.
El
reino cristiano de Portugal, a pesar de ser una monarquía diferente a la de
Castilla, formaba conjuntamente con ésta, una sola provincia templaria, pero,
resulta que en Portugal, la mano e influencia del verdugo Felipe IV y la
autoridad eclesiástica de Roma, no consiguió del rey Dionisio I, llamado “el
trovador” que los templarios fueran hechos presos, ni considerados como herejes,
ni desposeídos de sus bienes. Allí la Orden del Templo de
Jerusalén de manera pacífica se transformó, con el permiso del nuevo papa Juan
XXII, en la Orden
de Cristo (utilizando la Regla de la Orden de Calatrava) y toda
su valiosa documentación, como todos los bienes en suelo portugués pasó a dicha
Orden como heredera, sin que ningún tribunal molestara a los templarios. Por
tanto, se puede considerar a la nueva Orden de Cristo, como la verdadera
legataria del espíritu de la
Orden el Temple, y la de haber aglutinado a todos los
caballeros templarios que sentían como propia, dicha Orden. Bajo la Orden de Cristo, se fundó la
escuela náutica de Sagres, con los mejores trazadores de cartas marinas, que
permitieron explorar el océano Atlántico. Siendo Don Enrique “el Navegante”,
Gran Maestre de la Orden
de Cristo, quien dio un gran impulso a esta prestigiosa escuela náutica. Cabe
decir que en Portugal los templarios realizaron una expansión atlántica por
medio de su importante flota, desde sus puertos, con miras hacia África y a
otras zonas ultramarinas más lejanas.
En
Escocia, que estaba en guerra con Inglaterra, las bulas del papa no se hicieron
efectivas, y la Orden
del Temple, allí establecida no fue disuelta. Gran número de caballeros
templarios franceses e ingleses encontraron acogida en este país. Dicen los
dietarios que la Orden
como tal, se mantuvo durante cuatro siglos.
En el
Principado de Lorena, que en aquel entonces formaba parte de Alemania y no de
Francia, el duque de este principado
protegió a los caballeros templarios.
En
Alemania, los templarios se alzaron en armas contra las autoridades que querían
encarcelarlos y procesarlos, terminando los jueces declarándolos inocentes de
todos los cargos. Cuando la
Orden fue disuelta, gran mayoría de los caballeros templarios
ingresaron en la Orden
de los Hospitalarios de San Juan y en la Orden Teutónica. Y dos siglos
después, en 1522, los caballeros teutónicos, se secularizaron, recusando su
lealtad al papa, y apoyando a Martín Lutero, como venganza de la traición
sufrida por parte de la
Iglesia católica.
En la
deplorable mañana del 18 de mazo de 1314 se constituyó el Tribunal eclesiástico frente al atrio de
la catedral de Notre Dame, de París, presidido por el cardenal Albano. El juicio comenzó, hablando
el obispo de Sens, que actuaba como secretario del tribunal del Santo Oficio,
exponiendo el alegato acusatorio contra los caballeros templarios procesados:
el Gran Maestre Jacques de Molay junto con los tres caballeros: Hugo de
Pairaud, Godfredo de Charnay (Preceptor de Normandía), y Godofred de
Gonneville, que estaban de pié, encadenados, llenos de harapos y con los
cuerpos quebrantados. Acto seguido el secretario, dirigiéndose a Jaques de
Molay, le conminó para que dijera la verdad al tribunal y al público, sobre lo que había confesado y
manifestase su arrepentimiento ante dicho tribunal, y en tal caso, según el Derecho
Canónico, se conmutaría la pena de muerte por la de cadena perpetúa. Pasamos a
dar un extracto de lo que respondió el Gran Maestre Jacques de Molay: “todo lo que declaré ante los cardenales y
obispos: Archilleus, Berenguer, Frascati, Esteban y Landuff, bajo promesa de
ser absueltos, fue para liberarnos de los atroces sufrimientos de las torturas
a que fuimos sometidos. Pido perdón por no haber podido
soportar el dolor inflingido en nuestros cuerpos y las falsedades proferidas
para que cesara la tortura. Por tanto, declaro ante Dios, que tan
hipócritamente ha invocado este tribunal, que la Orden del Temple es
completamente inocente de todos los cargos que este tribunal le imputa. Por
tanto, apelo al cardenal Albano, que preside el tribunal, así como a los
miembros que lo componen para que tengan clemencia, sino a mí, sean perdonados
no solo los tres caballeros que me acompañan, sino también mis hermanos que
están en las mazmorras sufriendo tormento por vuestro mandato. Sé que he
contravenido los mandamientos de Dios cuando he mentido, y sé el castigo que me
guarda. Por eso no quiero ver morir a ninguno más de mis hijos. Tomad mi vida y
dejad a todos los demás libres, porque si algo dijeron ellos en contra de la Orden, fue por seguir mi
conducta. Yo soy, y estoy orgulloso de ser la cabeza visible de la Orden del Temple y, por
tanto, el único responsable.”
Habiéndose
retractado los cuatro procesados templarios de sus primera acusaciones, el
secretario del tribunal elevó a definitivas las acusaciones que el tribunal
mantuvo en todo momento. Seguidamente habló el cardenal Albano, que presidía
dicho tribunal, leyendo la siguiente sentencia ante todo el público. “Este
tribunal de la Santa Inquisición
que represento, declara relapsos (aquellos que después de confesar, se echan
atrás en sus confesiones) a los acusados y los entrega a la jurisdicción del
rey de Francia para que sean quemados públicamente por herejes”.
En la noche de ese
mismo día, los cuatro caballeros templarios fueron conducidos a la Isla de los Judíos (un pequeño islote en
medio del río Sena) para ser quemados en la hoguera. Y según cuentan los
cronistas como la tradición de la época que, cuando el humo y las llamas iban
arrebatándoles las vidas, se oyó la imprecación del Gran Maestre Jacques de
Molay que lanzó contra el rey Felipe IV y el papa Clemente V diciendo:"Dios
sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre
aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor,
sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a
sufrir." ¡Clemente, os emplazo ante el Tribunal de Dios de aquí a cuarenta días!
Y a vos Felipe, rey de Francia, también os emplazo ante el mismo Tribunal antes
de la festividad del obispo mártir, San Saturnino. Os doy tiempo suficiente
para que podáis hacer contrición de todos vuestros actos y pecados que habéis
hecho, de los cuales tendréis que rendir cuenta ante un
Tribunal celestial en el cual no os servirá ningún subterfugio por vuestra
condición de rey ni por vuestro
poder eclesiástico! La muchedumbre
gritó: ¡así sea, así sea!”
Nos dice la leyenda que
pesaría sobre la familia real francesa durante mucho tiempo. Y fue así como las
resonancias del supuesto poder místico
de los caballeros templarios brillaron
durante siglos.
Al cabo de un mes, el
papa Clemente V murió, según certificado de defunción del Vaticano, de una
nefropatía (otra fuente dice de disentería). Pero según cuentan los que
asistieron al agonizante papa, dejando testimonio por escrito, que su muerte
fue debida al intenso remordimiento y pena, que no lo dejaban vivir en paz.
¿Acaso el remordimiento no es la justicia impartida por la fechoría cometida?
Felipe IV, murió en un
accidente de caza, a consecuencia de un derrame en el cerebro, el 29 de noviembre de 1314
en Fontainebleau. Sus restos fueron enterrados en
la basílica de Saint-Denis, a petición
propia, y su corazón fue llevado al monasterio de Poissy en compañía de la Gran Cruz de los Templarios. Su sepultura, como la de
otros príncipes y dignatarios que reposaban en ese lugar, fue profanada por los
revolucionarios en 1793.
El jueves 25 de octubre de 2007,
los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento “Processus contra Templarios”, que
recopila el Pergamino de Chinon,
o las actas de exculpación del Vaticano a la Orden del Temple, precisamente el año en que se
conmemoraba el 700 aniversario del inicio de la persecución, proceso y
aniquilación contra la Orden
del Temple.
Los documentos que
sirvieron al Tribunal de la
Inquisición para decidir la suerte de los templarios, se
encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, los cuales se habían extraviado
desde el siglo XVI, después de que un archivero los
guardase en un lugar “erróneo”. En 2001, la investigadora italiana
Bárbara Frale, los encontró y su estudio mostró que el Papa Clemente V no quiso,
en principio, condenar a los templarios, aunque finalmente, cediendo a las
presiones de Felipe IV rey de Francia,
terminaría haciéndolo. Hecho que no
exculpa a Clemente V de la condena, de las muertes y todo lo que tuvieron que
sufrir los inocentes caballeros templarios.
El "Pergamino de Chinon",
uno de los documentos del volumen “Processus
contra Templarios” presentado por el Vaticano, corrige la leyenda negra
sobre la Orden
y muestra la voluntad personal del papa Clemente V. A pesar de ello, y habida
cuenta de que el "Pergamino de Chinon" es anterior a la fecha de las
bulas papales de disolución de los templarios, en realidad, aquel quedó como
una expresión de la conciencia personal del Papa, que contradecía su posterior
actitud. En cambio, la postura oficial de la Iglesia, es la de disolución de la Orden. En efecto, el
documento de Chinon data de agosto de 1308. Ese mismo mes de agosto de 1308, el
Papa promulga la bula “Facians
Misericordiam”, por la que se devolvió a los inquisidores su
jurisdicción. En la segunda sesión del Concilio de Vienne,
el 3 de abril de 1312, se aprueba la Bula “Vox in Excelso”, emitida por el propio Papa Clemente V,
el 22 de marzo de 1312, confirmada por la Bula “Ad Providam” de 2 de mayo de 1312. En
ambas se declara la disolución definitiva de la Orden
A la vista de los
documentos históricos, cabe resumir que, aunque el Papa Clemente V intentara en
su fuero interno evitar la condena a los templarios, como debía su pontificado a las intrigas de Felipe
IV de Francia, colaboro eficazmente para que
continuara con el proceso de disolución de la Orden. Este proceso de
disolución acaba en 1312. Y se hace constar que La bula “Ad Providam”, no ha sido al día de hoy derogada.
Ultimamos este trabajo
manifestando que la injusticia que sufrieron los caballeros templarios,
llevando el símbolo del Señor del Amor en sus pechos, defendiendo la
cristiandad durante la Edad Media,
y fieles servidores de la
Iglesia, sigue permaneciendo intacta en el inconsciente
colectivo, aún, después de haber transcurrido setecientos años de haber sido
aniquilada dicha Orden. Por lo que, siendo ya tarde, clama a los cuatro vientos
que se haga en su memoria públicamente
justicia de su inocencia, por las
evidencias documentadas que lo prueban. Ya es, sobrado momento, para que la Santa Sede entone el
“Mea culpa”, reconociendo oficialmente que los
Caballeros Templarios fueron condenados y ajusticiados injustamente y de
esta manera, se libere la Iglesia Católica
a plena luz pidiendo perdón y, a la vez, restituya, por lo menos, la
honorabilidad de los Caballeros Templarios
que dieron su vida por la defensa de la fe cristiana.
Dr. JOSÉ CARRASCO Y FERRANDO
Abogado-Criminólogo